Cultura

El tiempo, ese valor

Jorge Cortés Ancona

En alguna ocasión, luego de que un funcionario público había brindado una conferencia rigurosa, una persona del público le preguntó con admiración acerca del hecho de que además de ejercer sus labores administrativas, que debían ocuparle muchas horas, pudiera impartir cátedras a nivel universitario, escribir libros y artículos y demostrar un vasto conocimiento de muchos aspectos de la vida humana.

El funcionario inició su respuesta remarcando que para él era muy importante convivir con su familia y con sus amistades, que también acostumbraba escuchar música y –aunque fuera de manera limitada– ver películas y programas televisivos, además de hacer ejercicio físico en las mañanas. Y que podía realizar todo ello junto con las cargas que conllevaba su alto puesto gubernamental por la importante razón de que consideraba más valioso el tiempo que el dinero: éste se puede recuperar aún con dificultad e incluso a veces en mayor cantidad de lo perdido, pero el tiempo que se pierde no regresa nunca, es prácticamente irrecuperable, por lo cual había aprendido a administrarlo cuidadosamente.

Sin duda, una diferencia de la época actual respecto a las etapas del pasado es la importancia del tiempo considerado como un valor clave. El tiempo que se distribuye, se planea y se aprovecha, es decir, el que se administra. Y cuando se habla de producción, la velocidad es considerada un factor prioritario en cualquier actividad empresarial.

Por ello es de extrañar que en nuestro entorno geográfico aún cuando se hable de la necesidad de una mayor productividad, de un desarrollo integral, de un énfasis en la mercadotecnia y en la generación y derrama de recursos financieros, el factor del tiempo siga viéndose en la práctica como un hecho secundario, con una consideración menor.

Debería analizarse a fondo qué es lo que provoca la actitud indolente de llegar a destiempo a todos lados, de que las actividades se conciban pensando en que darán inicio una hora después de la especificada. Analizar la persistente mala costumbre de hacer los trabajos a última hora y la falta de previsión de lo que se pretende llevar a cabo. El error de considerar normal que los trabajos se terminen justo antes de que sean entregados, sin dar paso a verificar si se efectuaron correctamente.

Otra actitud es la de comunicar la existencia de problemas que estaban presentes desde antes cuando ya es imposible solucionarlos. Es decir, aún cuando se sabe que podría ocurrir un problema o que está ocurriendo se prefiere llegar al momento exacto en que la realización debía hacerse, para de inmediato indicar que hubo un contratiempo y que lo solicitado no se cumplió. Esta actitud se asume como valores entendidos, donde no habrá más respuesta que el “ni modo”.

Cuando uno avisa con la anticipación debida la necesidad de cumplir con alguna tarea pareciera que el tiempo es demasiado largo. Para quienes sabemos que los días y las horas vuelan, que son inaprehensibles, difíciles de recuperar, la situación es en cambio más bien angustiosa.

¿Por qué no existe una actitud consciente ante la dimensión del tiempo como la de aquel funcionario? ¿Por qué la tendencia a realizar de última hora los trámites, tareas y labores? En todos los ámbitos de la vida social sería adecuado llevar a cabo técnicas para administrar el tiempo, sobre todo procurando dar muestras del ejemplo vivo, de lo que se aprende en el encuentro con la realidad.

El núcleo de ese aprendizaje es de qué modo priorizar las actividades, teniendo conciencia de que el trabajo y el estudio no están reñidos con la diversión y la convivencia familiar. Que todo lo que uno quiere hacer se puede realizar de manera escalonada. Que no tenemos porqué ser esclavos del tiempo, sino sus dominadores.