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Cultura

Brecht irrepetible y un demonio mexicano

Contra todo pronóstico, los espacios escénicos de la ciudad se llenaron. El Festival Internacional de Teatro de La Habana 2019 transcurrió en medio de la emergencia energética derivada del recrudecimiento del bloqueo contra Cuba por parte de la administración de la Casa Blanca, que reduce la posibilidad de suministros de combustibles a la isla. Hubo que reajustar horarios, sortear las dificultades de la utilización de equipos de climatización, apelar a una planificación muy estricta de los medios de transporte. El público se las arregló para desafiar ese último obstáculo y acudió a los espectáculos.

Teatristas de varios países mostraron su solidaridad y no fallaron a la cita. Uno de los colectivos más esperados provino de México. Las tres funciones del Grupo Tinglado generaron expectativas por la antigua relación que estos enamorados de los títeres han establecido con sus colegas cubanos. En 1998 y 2006 estuvieron en Cuba con Informe negro. Ahora viajaron con una obra probada ya y de la que mucho se ha hablado, La repugnante historia de Clotario Demoniax, de Hugo Hiriart, acogida por la sala Hubert de Blanck.

Destinada a un auditorio adulto, y en tono de farsa, aborda el tema de la maldad. Clotario se obsesiona con una dama seductora, Marcelina, a la que intenta mantener a su lado valiéndose de todas las artes y las mañas, sin importarle que ella ame a otro.

Fantoches se convierten en títeres de rodilla; títeres gigantes o de guante que se transmutan en miniaturas y juguetería, la poesía de las imágenes es tan o más importante que la poesía de las palabras, en esta puesta del director de Tinglado, Pablo Cueto.

Christopher Domínguez, discípulo de Hiriart, dijo una vez sobre su maestro: “Sin el teatro, Hiriart perdería su eje de gravitación y su obra quedaría condenada al desorden y al caos. Baja comedia, la suya necesita del orden que le proporcionan las tablas, los telones y las bambalinas, toda la utilería propia de una literatura esencialmente dramática, es decir, una forma mimética del relato representada gracias al conflicto de los personajes y expresada por el diálogo entre ellos”.

Tal es la apuesta de Cueto, no siempre bien comprendida. Al ver la pieza en La Habana, un crítico opinó “Hay una entropía dramatúrgica que aunque, evidentemente, no le es ajena a sus creadores, lesiona el desarrollo de la puesta total. En efecto, su estructura desordenada y por momentos absurda no es un error de neófitos, se plantea como parte del carácter general de la obra; explicita cuando los propios personajes recalcan ‘no ha terminado la historia’ o ‘ha dejado ese cuento inconcluso’. Clotario Demoniax habita un espacio grotesco e inconexo donde muchos sucesos parecen no guardar relación alguna con lo precedente. Si pensamos en las intervenciones anatómicas y entomológicas de este personaje que aparece en frac y bombín, sabemos dos cosas: que el reino de la parafísica se ha apoderado de la escena y que sus protagonistas se divierten dentro de él”.

No obstante, el público respondió y disfrutó a sus anchas el tinglado de Tinglado. Entre colegas, el impacto no fue menor. Una joven titiritera cubana comentó: “Cueto logra algo que parece imposible: crear realidades escénicas paralelas”. En virtud de sus méritos artísticos y su vinculación con la escena cubana, el teatrista mexicano recibió la distinción por el 500 Aniversario de La Habana junto a Miguel Rubio (Perú); José Luis Ardissone (Paraguay); Manuel Santos (Argentina); Claudio Rivera (República Dominicana) y Javier Aranda (España).

Acerca de su conjunción con Hiriart, Cueto expresó: “El me ayudó mucho porque tiene una visión muy amplia del teatro y del arte, me enseñó mucho de estética de los títeres, por qué deben ser de una manera y no de otra. Decía que los títeres no tienen que ser caricaturizados, que la exageración de las facciones no era tan recomendable porque la imagen se agota más rápidamente, entonces deben ser como somos los humanos: asimétricos. Hablábamos de los títeres de Rosete y Aranda, Hugo decía que eran perfectos, que estaban demasiado bien hechos, lo cual provoca que el público pierda el interés muy pronto. Es una técnica que hay que conocer. Mucha gente piensa que el teatro guiñol está rebasado, pero no es así. La gente se sorprende cuando ve un títere bien movido, una técnica depurada, la cual requiere de un oficio. El movimiento del guiñol es muy expresivo porque —además de la cara— la mano es una de las partes más expresivas que tenemos los seres humanos”.

El Festival de La Habana alcanzó su clímax con el arribo a la isla por primera vez de la célebre compañía Berliner Ensemble, fundada por Bertolt Brecht y especializada en el repertorio del extraordinario dramaturgo alemán. Desembarcaron con El círculo de tiza caucasiano, una de las obras paradigmáticas de la poética brechtiana.

La permanente actualidad de Brecht se conecta con la dedicatoria del evento a recordar la figura de uno de los grandes del teatro cubano de todos los tiempos, Vicente Revuelta, en el 90 aniversario de su nacimiento. Revuelta fue uno de los que más bregó por instalar a Brecht en el imaginario de los cubanos amantes del teatro e incorporar sus principios al tejido de la dramaturgia cubana.

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