Cultura

El lugar sin límites

Conrado Roche Reyes

Hay un lugar en nuestra ciudad al que acuden los más selectos miembros del arte y personalidades mitómanas y mentirosas. Se encuentra por el barrio de San Juan, a media cuadra del mismo, y se trata de una cocina económica que es frecuentada, principalmente, por venteros y venteras chiapanecas que se la pasan hablando en su lengua original, más una pléyade de personas de lo más variopinto, pero todas ellas con un sello muy particular que define sus diversas personalidades.

Comencemos por el astrónomo –una de sus habilidades–, quien es un experto en dicha materia, y que además, habla varios idiomas, a saber: inglés, portugués, italiano, francés y, por supuesto, español; y es un as en física cuántica y en cálculo infinitesimal. Sabe un mundo de béisbol, fútbol, box o el deporte que usted le diga. Por supuesto, tiene muchísimo dinero (en esto todos estos personajes coinciden), mujeres de a montón, y lo más chistoso es que el dueño del lugar se cree toda la sarta de mentiras que le dicen sus ínclitos parroquianos.

Llega de pronto el arqueólogo y terrateniente, quien siempre tiene alguna pieza antiquísima para vender. Yo me aguanto la risa cuando por medio de su celular me enseña todas las piezas que tiene en venta, entre ellas una espada vikinga “original” de más de tres mil años (juar juar). En cierta ocasión vendió al dueño una piedra que se encontró en la playa, de color verde, diciéndole que era jade hallado en las ruinas de Kohunlich. Como tiene muchos terrenos y los verdaderos terratenientes, merced a su gran habilidad, le encomiendan sus tierras para vender, en una ocasión comenzó ofreciéndome unos terrenos de tres hectáreas rumbo a Celestún y sacó de inmediato un enorme plano que extendió sobre la mesa. Yo le pregunté si tenía más tierras para vender, que estaba interesado. Obviamente y con los ojos brillantes, me respondió que sí, que tenía trescientas más. Le piqué la cresta y llegó a ofrecerme –óigalo usted y créalo o no–, llegó cada vez más lejos hasta llegar a tres mil hectáreas. Yo tuve que hacer yoga para no carcajearme en su cara, mientras el dueño lo miraba con la boca abierta.

Está también el “Cojelón”, un chaparrito quien dice haber vivido 15 años en Toronto, Canadá, donde tuvo a tres canadienses como amantes y que “las tres abortaron a mis hijos”. Después estuvo otros quince años en ¡Ucrania!, donde obviamente también mujeres no le faltaron y, casualmente, también abortaron. Obviamente, gringas, esas sí de a montón, y las embaraza a todas y todas abortaban por alguna extraña razón. Finalmente, su estancia en Australia no podía ser de otra manera. Calculando los años que dice haber pasado alrededor del globo terráqueo –nada más le faltaron las esquimales– y tendría como setenta mil años.

Acude también a comer a ese lugar, bastante piojín, un señor que dice ser millonario, y que su casa es una de las casas gemelas del Paseo Montejo. Habla de sus inversiones en euros, sus acciones de Wall Street. Bueno, Billy Gates es un pordiosero a su lado

Hay muchos sujetos más de esta ralea, y lo más extraño del caso es que varios parroquianos del lugar, que no son precisamente graduados en Oxford, se lo creen.

Hablaré ahora de uno de los más esperpénticos. Un hombre ya mayor, quien a la menor insinuación se abre la camisa y golpea sus músculos diciendo: “Mira, chavito, sesenta años y mira –mostrando su musculatura aquí entre nos, yo soy mayor que él– y cuenta la misma anécdota como sigue: “Caminaba yo por Los Ángeles y me tropecé con un tipo muy fuerte. Nos hicimos de palabras y de ahí a las trompadas. ¿Si vieras cómo lo dejé?, con decirte que cayó noqueado. ¿Sabes de quién se trataba? Del que hizo de Rocky: Silvester Stallone”. ¡Y el dueño de la cocina asentía con la cabeza!

Y así podría yo continuar y si fuera posible, hablar de otros “personajes” aún más exageradamente zafados. Es el lugar sin límites.

Todo lo anterior es realmente cierto y comprobable.