Se dice que cada 2 de noviembre los muertos retornan del más allá para encontrarse con sus seres queridos que acuden a sus sepulcros para recordarlos, depositarles flores, velas y ponerles de manifiesto que siempre los tienen presentes con su amor y su afecto, como es el caso de José Odon Romeo Kumul Kahuil, un pequeño que fue víctima de Héctor González, asesino serial de niños en Tizimín durante 1981.
Teodora Kahuil y Huchim y su esposo Silvino Kumul Miss narraron el terrible e inconsolable dolor que hasta la fecha padecen con una pérdida de esta magnitud, cuando un monstruo enfermo, como calificaron al asesino, le cortó la vida a una criatura inocente que tenía toda una vida por delante.
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Mientras depositaban flores frescas sobre la tumba de su hijo y le encendían una veladora, compartieron que un día cualquiera José les dijo que saldría a hacer tarea; sin embargo, las horas pasaban y el niño no regresaba, hasta que lo hallaron muerto. Relataron que el asesino, que en ese entonces tenía como 18 años, se llevó al pequeño de 12 con engaños, diciéndole que iba a tomarle unas fotografías.
Cinco días después de la desaparición de José, lo encontraron enterrado en la cueva de un terreno cercano a las catacumbas. Narraron que en su momento encarcelaron a Héctor, pero, según cuentan los vecinos, ya está libre debido a que las condenas en ese tiempo eran cortas, por lo que sólo pasó 17 años encerrado; dijeron que no se sabe de su paradero actual, sólo recuerdan que era una persona delgada y morena, y que les han contado que trabaja en Mérida.
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Debido a que se encuentra en libertad en este momento, Teodora y Silvino advirtieron que hay que cuidar a los niños, pues no saben si sanó del todo de una posible enfermedad mental que lo inducía a matar o si sació sus ansias de asesinar infantes, como según reveló Héctor cuando fue capturado. Ambos coincidieron en que, pese a que el tiempo ha avanzado desde aquel suceso, el temor sigue presente en los tizimileños.
Pese a que el dolor prevalece como el primer día, recalcaron que ni la muerte puede romper ese lazo efectivo que tienen con su hijo fallecido, indicando que José permanecerá vivo para ellos mientras lo tengan en sus recuerdos y en su corazón.
Y aunque resulta sumamente doloroso y triste visitarlo al pie de su lápida, al recordar el terrible acto por el que perdió la vida, los padres experimentan sentimientos encontrados: el amor que trasciende más allá de la muerte les brinda alegría por su reencuentro espiritual con él, pero al mismo tiempo los invade la nostalgia y la impotencia de no poder tenerlo físicamente presente.