Luis Carlos Coto Mederos
Adolfo Martí Fuentes929El perro y la jicotea “Al agua no, que está fría;
mejor al fuego que humea”,
clamaba una jicotea
con flagrante hipocresía
a un perro que pretendía
suprimirla. En mala hora
echó al agua a la traidora,
pues libre dijo al sabueso:
“Eres un tonto sin seso,
porque soy gran nadadora”.
930El mulo andariego
Se encontró un mulo andariego
con un hacha en su camino
y le propuso destino
de turista veraniego.
“A mi familia te agrego
siempre que pagues”. Y el hacha,
que era un poco vivaracha,
preguntó enseguida al mulo:
“Dime, andarín, ¿con qué culo
se sienta la cucaracha?
931La jutía y el majá
Una vez cierta jutía
encontró preso a un majá,
que al verla grito: “¡Piedad,
sácame de aquí, luz mía!”
Con inocente osadía
liberó al astuto endriago
y éste, ya ausente el halago,
la atrapó veloz y dijo:
“Te voy a comer, ¡carijo!,
yo el bien con el mal lo pago”.
932Comidas
Me gusta comer congrí,
con puerco asado y chatinos;
ensalada de pepinos
y mi ración de guagüí.
Casabe, ajiaco. Otrosí:
la guaposa montería…
Y para final querría
en vez de licor o té,
mi taza de buen café
con mi vaso de agua fría.
933La bibijagua y el árbol
Estaba la bibijagua
comiendo en un naranjal,
cuando vino un vendaval
y se puso el tiempo de agua.
A corpulenta majagua
voló en busca de escondrijo;
pero como ésta le dijo
que se fuera, le responde:
“La cosa se ha puesto donde
la mona no carga al hijo”.
934Refranes “El que con niños se acuesta,
piña, mamey y zapote”,
fue el refrán que el papalote
dijo a la chiringa apuesta.
Y ésta que andaba molesta
respondióle diligente:
“Sale el sol por el oriente,
piña, plátano y boniato,
los sin narices son ñatos
y el tiburón come gente”.
935El grillo triste
Chirriaba un grillo apenado
su monótono lamento:
“¿Para qué quiero alimento
si no me cabe un bocado?
¡Para qué tan verde prado,
si el verde me emperejila?
¿Para qué ponerme en fila
si me gusta presumir?
¿Para qué quiero vivir
si la muerte me encandila?”.
936Desventuras del piojo
Llevaba el piojo un mensaje
a casa del carpintero.
Les contaré el derrotero
de su incómodo viaje:
Un sapo en fértil paraje
se comió al animalico:
la culebra en un tantico
engulló al violento sapo,
y el gavilán que era guapo
se echó la culebra al pico.
937El conejo decimista
El conejo decimista
estaba muy indignado
por no haber sido aceptado
en la grey cultiparlista.
El conejo dijo, en vista
de lo cual, a sus fraternos:
“Perdonen, bardos modernos,
indiscutibles rapsodas,
si no comparto las modas
que exhiben vuestros cuadernos”.
938Epílogo
Lector: Ha sido mi empeño
darte sin vana elocuencia,
reflexiones de prudencia,
pero en envase pequeño.
Si el intento fue halagüeño
agradezco tu bondad;
mas, como sé tú equidad
es justo que deje escrito:
Si no te gustó el librito
saluda mi brevedad.
Eliseo Diego
I
Poeta, escritor y ensayista cubano. En cierta ocasión, se autodefinió su oficio de poeta al expresar: “Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas”.
Eliseo es considerado uno de los más grandes poetas de Latinoamérica.
El día 2 de julio de 1920 nació en la ciudad de La Habana.
Fue uno de los fundadores de la Revista Orígenes.
En 1986 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra y recibió en 1988 y 1989, sucesivamente, el Premio de la Crítica.
Nuestra estrofa nacional aparece dentro del conjunto de su obra a modo de viñetas, pero con una absoluta e impecable factura, como el resto de su poesía.
El 1 de marzo 1994 falleció en México, a consecuencia de un infarto del miocardio vinculado a un edema pulmonar agudo. El 3 de marzo son trasladados sus restos a Cuba. Octavio Paz, escritor mexicano, Premio Nobel de Literatura, al enterarse de la triste noticia, dijo: “Sólo faltaba la muerte a Eliseo Diego para convertirse en leyenda de la Literatura Latinoamericana”.
939La taza
He olvidado la sorpresa
de las flores amarillas
en tu mantel, y las sillas
adornadas de pobreza.
Mas la porcelana espesa
de la taza que me diste,
como palabra me asiste
que de repente deslumbra
con su revés. Y me alumbra
los años su nieve triste.