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Cultura

Cecilia Vicuña, ojos para ver

Pedro de la Hoz

Cecilia Vicuña no podía permanecer indiferente ante la explosiva situación social que vive su país desde el pasado 18 de octubre. En consecuencia, viajó hasta su tierra desde Nueva York, donde tiene su estudio y está representada por la galería Lehman Maupin, y con las mejores armas que posee, las del arte, desarrolló una performance en el Centro Cultural Gabriela Mistral, de Santiago de Chile.

Retomó una idea cristalizada en 1976, durante el exilio londinense, cuando experimentaba con el sentido de las palabras –“palabrarmas” nominó al proceso de resignificar el lenguaje escrito y visualizarlo en acciones– y halló de pronto que el concepto más vilipendiado por la dictadura pinochetista, sus valedores internacionales –léase la Casa Blanca, la CIA y los Chicago’s Boys–, era la verdad. Verdad se convirtió en “dar ver”; mentira en “tirar la mente”; y en esa búsqueda surgió “veroir”, o sea, una incitación a dar testimonio, graficarlos, escucharlos y asumirlos como experiencia liberadora.

En los primeros días de este diciembre, Cecilia, invitada por el Centro de Estudios Latinoamericanos (CECLA) de la Universidad de Chile, llevó a cabo la performance El veroir comenzó, en el contexto de las jornadas Activismo y Arte Movilizados, aporte de intelectuales, académicos y artistas en apoyo a la respuesta social ante el callejón sin salida del modelo neoliberal.

Alrededor de la artista y de un grupo de voluntarias que portaban ante sus rostros anteojos con “palabrarmas” concebidas por Cecilia, “veroir”, “ver la verdad del ver”, se dieron cita numerosas personas que muy pronto desbordaron la capacidad del recinto.

Una de las organizadoras del evento ofreció la siguiente descripción de lo acontecido: “Mientras escuchábamos su canto ritual, ancestral y frágilmente poderoso, los ánimos se fueron apaciguando y nuestros cuerpos se fueron encontrando. ‘El dolor del abuso’ y ‘El culto del lucro que todo lo mata’, nos susurraba la artista al oído para recordarnos cuál es la verdadera violencia que detonó el estallido social que hoy estamos viviendo. Posteriormente, y siempre con esa cadencia suave que la caracteriza, la poeta comenzó a enlazarnos, pero esta vez lo hizo sin recurrir a sus hilos y fibras tejedoras de costumbre. ‘Mírala a ella’, ‘Mírate a los ojos’, ‘Ojo con ojo’, ‘Dónde están los ojos que fueron asesinados’, ‘Mírense’, ‘Mira’, nos cantaba amorosamente. El ejercicio consistió en volver a mirarnos unos a otros a través de los anteojos de la ‘ver-dad’, que entre todas y todos fuimos intercambiando y haciendo circular para reencontrarnos emocionados en esas miradas espontáneas, anónimas y amorosas. Porque al vernos nos encontramos. Porque ver la verdad duele. Porque vimos la herida de los hasta ahora 300 ojos mutilados por los agentes del Estado. Porque debemos defender el derecho a ver y vernos que está siendo brutalmente violentado”.

Cecilia Vicuña encarna una experiencia artística comparable, en muchos aspectos, a la de su compatriota Violeta Parra. Salvo cantar, como hizo aquella grande entre las grandes, escribe, pinta, modela, esculpe, moviliza el pensamiento y cree en la integración de las artes que tributan a la toma de conciencia sobre los problemas que atañen a la condición humana. Todo a partir de una premisa identitaria: la universalidad para por ser chilena, una criatura andina.

Cuando Violeta estaba a punto de cerrar ella misma con un pistoletazo su ciclo vital a fines de los 60, Cecilia salió a probar el suyo. Justo en 1966, previo a sus estudios universitarios, inicia en un balneario del océano Pacífico, el trabajo con un concepto que ha desarrollado: el precarismo, pariente de lo que en otras partes han llamado land art o arte efímero. Es decir, intervenciones transitorias en el paisaje, metáforas visuales de corta duración en espacios públicos.

El Golpe de Estado de septiembre de 1973 la sorprendió en Londres e inmediatamente se acogió al asilo político. Regresar a Santiago era impensable para una joven artista destacada por su activismo social y simpatía por la Unidad Popular de Salvador Allende.

Una obra visual, caracterizada por un doble vínculo con prácticas y saberes ancestrales de los pueblos originarios andinos y de la Araucaria y, a la vez, con los códigos de la postvanguardia ha sido legitimada por su presencia en las colecciones del Museo Solomon R. Guggenheim y el de Arte Moderno, de Nueva York;? la Tate Modern, en Londres; el Museum of Fine Arts, de Boston; el Pérez Art Museum Miami (PAMM), el Museo de Arte Latinoamericano (MALBA), de Buenos Aires; y Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago de Chile.

Poco después del comienzo de las manifestaciones en las calles chilenas, Cecilia fue reconocida en España con el Premio Velázquez 2019, galardón que se otorga desde 2002 a artistas iberoamericanos de primer orden por la obra de la vida, y con el cual han sido distinguidos de este lado del Atlántico el mexicano Juan Soriano, el brasileño Cildo Meireles, la colombiana Doris Salcedo y la argentina Marta Minujin.

La chilena agradeció el premio, pero tenía su mente ocupada en la realidad de su patria. Al enterarse de la revuelta, reaccionó: “Lloré de felicidad al ver un millón de personas en la calle. Por fin había estallado la mentira del Chile ideal. La verdad de la injusticia salió a la calle bailando encantada de reconocerse a sí misma, de verse y ser vista. El gozo de la verdad reconocida por el cuerpo colectivo era como un milagro. El dolor negado por tanto tiempo por fin tenía curso y expresión”. Y allá fue.

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