Pedro de la Hoz
Ningún festival de cine se parece a otro, aunque en la carrera por posicionarse en el circuito internacional copien modelos, reiteren fórmulas, apelen a lugares comunes y terminen por parecerse demasiado entre sí, en el afán de contar con jurados de renombre, prestigiar sus premios con llamativas denominaciones, atraer a famosos y ceder a la tentación de las alfombras rojas.
Las producciones latinoamericanas y caribeñas se inclinan por mostrarse en los festivales europeos, o en el de Toronto, o se dan un salto a ver si se asoman a Tribeca, San Francisco o Sundance en los Estados Unidos.
Pero también nutren las listas de inscripciones en los certámenes de los países de la región, algunos de los cuales nada tienen que envidiar, por la calidad de sus selecciones, el prestigio de sus recompensas y la seriedad de sus jurados, a las citas europeas o estadounidenses más publicitadas.
La diferencia está en lo que se quiere conquistar y en cómo hacerlo. Como no son las mismas posibilidades de acceso al mercado ni a financiamientos, las finalidades deben ser otras. Unos están conscientes de ello, otros no, y son los que se conforman con ser meras vitrinas o llamar la atención por una semana a los medios, o perseguir un puesto fijo en el turismo festivalero que también existe.
Pienso en todo esto, mientras me alisto para zambullirme en las aguas de la 41 edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, inaugurado hace apenas unas horas y cuya intensa programación se desatará a partir de este viernes.
La convocatoria habanera de cada diciembre cierra un ciclo de eventos que ha ido ganando solidez y altura en las últimas décadas, y ha logrado sortear embates económicos, coyunturas políticas, cambios estructurales en la misma concepción del cine, su industria y mercado, e impostergables relevos generacionales.
Ese ciclo comprende desde el FICCI de Cartagena de Indias con sus 59 ediciones hasta el BAFICI de Buenos Aires con su promoción del cine independiente; desde el SANFIC de Santiago de Chile hasta el de Gramado, sobreviviente en un Brasil proclive a la censura en los tiempos de Jair Bolsonaro.
En México trascienden, por su dinámica, los festivales de Morelia, Guanajuato y Guadalajara, en los que por cierto se presentaron este año varios de los filmes seleccionados para optar por los Corales que entregará La Habana el próximo 13 de diciembre.
El de la capital cubana, nacido bajo el influjo del movimiento renovador de la pantalla continental de los años 60 y 70 del pasado siglo, y que cuajó en el llamado Nuevo Cine Latinoamericano, se caracteriza por el compromiso con el público.
Muchos cubanos toman en diciembre sus vacaciones sólo para ir de sala en sala, a fin de no perderse estreno alguno. Y aunque la programación comprende películas de cinematografías no latinoamericanas, algunas de ellas precedidas de fama y objeto de presentaciones especiales, la gente siente también un compromiso por ver y debatir las últimas producciones de ese territorio, más espiritual que geográfico, llamado Nuestra América por José Martí.
Ese argumento, y el que propician sus organizadores para intercambiar ideas que rebasan el marco estrictamente cinematográfico para abarcar otras zonas del pensamiento y la realidad social del continente, sustentan la proyección del Festival de La Habana como un foro destinado a mirarnos por dentro y calibrar los retos y potencialidades de la cultura latinoamericana y caribeña, entendida ésta en su más amplia acepción.
El director del festival, Iván Giroud, defiende el legado de los fundadores del encuentro de La Habana, entre los que hay que citar a su máximo propulsor, Alfredo Guevara. Giroud lo confirma al decir: “Hemos tratado de ser consecuentes con el concepto que hizo que nuestro Festival surgiera el 3 de diciembre de 1979. Presentar la producción más relevante de América Latina, a la vez que propiciar el encuentro de los cineastas de nuestra región. Para ser consecuentes con el sentido que debe tener cualquier Festival, hemos tenido que ir cada año buscando esa producción cinematográfica que va mutando en sus formas de expresar esas realidades, dar espacio al talento emergente, y descubrir los temas que con mayor intensidad se subrayan dentro de esa producción que están, de una forma u otra, reflejando nuestras diversas realidades. Nosotros partimos de esa realidad cinematográfica y tratamos de darle su marco de relevancia. Creo que eso nos hace diferentes, porque pensamos en una realidad cinematográfica continental que es diversa, como lo son nuestros países y culturas, a la vez que pensamos también en nuestro público”.