Cultura

El conejo y la zorra

Fernando Muñoz Castillo

Después de un largo silencio, decidí visitar a Fabulística, pues quería escuchar qué tanto me podía contar de todo este tiempo en que sus labios se sellaron con un beso de amor. Jmm… eso ya es otra historia que luego les contaré.

Al llegar a su residencia me la encontré en gran pachanga prenavideña, pues estaba comenzando a colgar sus adornos y a poner su árbol con estrella, foquitos y esferas de cristal. Y como siempre, ella tan ingeniosa, al ver que las ciudades de este país, al igual que en el país de la fantasía, están súper vigiladas por carros llenos de bizarros soldados uniformados con armas de alto potencial en las manos, ni tarda ni perezosa, pidió auxilio y cual a coqueta Marieta, los uniformados acudieron en tropel a darle una mano para adornar su mansión estilo Disney con reminiscencias de Barby y de Show de terror de Rocky.

Al ver tanto alboroto, pensé que la Bandida había reabierto su famosa casa de asignación, pero no, ¡era la mansión de Fabulística!

Quise retirarme, pero ella me descubrió entre el alboroto, las botas y los kepís.

–¿A dónde vas?, ¡quédate y ayúdame!, mi casa tiene que quedar más linda que lo que pudo imaginar La Tigresa, en una noche de pasón y copitas de mezcal.

–Bueno, pero…yo no venía a eso… yo…

–Ajá, venías para ponerme a trabajar, eres un esclavista y abusador del trabajo ajeno. Pero como estoy feliz cual lombriz, al verme rodeada de hombres jóvenes y guapos, ágiles y diligentes, valientes y prestos ante cualquier siniestro, te daré gusto a ti y a ellos… Ey, jóvenes, acérquense que les voy a contar una fábula linda, linda, en verdad, requetelinda.

–Es la historia de un conejo y una zorra. Pues sucede que estaba don Conejo, que era un señor joven y guapísimo, comiéndose una zanahoria, cuando una zorra que pasó corriendo por ahí, pues estaba ejercitándose para el último maratón del 2019, al ver a don Conejo, retrocedió sin perder el paso y el ritmo y le gritó:

–Un día no voy a tener ninguna piedad contigo y te voy a comer en pipián, conejo sabroso y nalgón.

El conejo se asustó y se escondió en su madriguera. Cuando oyó las carcajadas de la zorra que se alejaba corriendo, la ira lo invadió.

–Zorra, estúpida. Llamarme nalgón y sabroso… su abuela en bicicleta.

El tiempo pasó y un día, que la zorra lo agarra en despoblado y que comienza a perseguirlo, el conejo corría y corría como alma que lleva el Diablo, pues ya se imaginaba en un perol siendo guisado en pipián.

Cuando ya casi lo alcazaba la zorra, que brinca entre dos abedules, la zorra lo intenta y se traba, quedando todo su trasero al aire. Al darse cuenta de que no podía zafarse, chillaba como si fuera el famoso espectro de la Llorona.

El conejo, sonrió y dijo para sus adentros: Esta es la mía…, oye chuletita de mi alma, ¿ya te percataste de que en este momento en la posición en que estás me permite desvirgarte?

–No, no te atrevas, ¿qué va a decir el reino animal si haces “eso” conmigo. Ten piedad, por favor, mi honra va de por medio.

–¿Y qué dijiste, zorra maricona?, ¿que te iba a tener piedad alguna?, pues te equivocaste, tu cola es preciosa y tu trasero muy jugoso y suculento.

Y sin decir más, el conejo se la echó al plato. Como ven, aquí se cumple el adagio de que a la oportunidad la pintan calva, bueno, la zorra estaba muy peluda, yo me la hubiera colgado en el hombro derecho para lucir mi traje sastre de Elsa Schiaparelli, sin chistar.