Cultura

Caída y ascensión de Joe Pass

Pedro de la Hoz

En la emisora habanera dedicada a la música clásica, el amanecer del pasado jueves 23 de mayo marcó una excepción. En lugar de Bach o Debussy, Mozart o Beethoven, o los cubanos Lecuona o Brouwer, el jazz desde una guitarra anunció la mañana. Hizo bien el productor radiofónico Luis Manuel Molina en recordar a sus fieles oyentes que habían transcurrido 25 años de la partida de Joe Pass, y que a fin de cuentas este, como Armstrong o Ellington, Coltrane o Davis, es un clásico.

Pass se nombraba realmente Joseph Passalaqua; nacido el 13 de enero de 1929 en una familia de inmigrantes italianos instalada en Nueva Jersey. Muy joven se inclinó por la guitarra y completó su formación académica con la práctica del instrumento en orquestas locales y escuchando una y otra vez las grabaciones del belga Django Reinhardt, sin olvidar algo para él decisivo: aun cuando tomó la decisión de ser jazzista, para asumirse como guitarrista había que beber de las fuentes españolas, y en especial, estudiar el fenómeno Andrés Segovia.

Llamado a filas en los años cincuenta, para escapar de la dura disciplina militar comenzó a disiparse de la peor manera posible durante los días de pase junto a las malas compañías: del porro a la heroína se despeñó en las brumas de la adicción. Consciente de la enfermedad ingresó en 1961 por voluntad propia en el sanatorio Synanon, de Santa Mónica.

Sabía que no podía volver a tocar fondo. La música vino a complementar el proceso de rehabilitación, tanto que uno de los frutos de aquella experiencia –caída y ascensión– quedó en su historia personal como punto de inflexión, y en la historia del jazz como uno de los momentos más luminosos de su carrera. Me refiero al disco Sounds of Synanon (1962). Para ello reunió a músicos desintoxicados en el mismo centro de salud: el trompetista Dave Allen, el baritonista Greg Dykes, el contrabajista Ronald Clark, el baterista Bill Crawford y el pianista Arnold Ross, compositor de la mitad de los temas ejecutados y antiguo compañero de Glenn Miller y Harry James.

Al salir al mercado, el registro fue saludado por el crítico Leonard Feather en la revista Downbeat con las siguientes palabras: “Este álbum hace más que presentar simplemente a un grupo de buenos músicos, revela una estrella. En Joe Pass, Synanon y Pacific Jazz han descubierto un gran talento para el jazz”.

Quien desee comprobar cómo se cumplió la predicción de Feather, debe escuchar a Pass en sus intervenciones grupales o en su condición de solista. Lo primero que se propuso fue rendir homenaje a su querido Reinhardt, él en primer plano ofreciendo sus versiones del repertorio de aquel, y secundado por una mínima sección rítmica.

A finales de los sesenta, Pass dejó testimonio de su manera de articular el sonido del instrumento en la órbita jazzística mediante una rareza discográfica, Guitar Interludes. La consolidación de su estilo, prefigurado en Sounds of Synanon, vino después, cuando el célebre productor Norman Granz lo fichó para su catálogo de giras de discos.

Entre 1973 y 1990 se convirtió en uno de los más solicitados músicos para las sesiones en estudio de varios de los más relevantes exponentes de la manifestación: Groove Holmes, Carmen McRae, Ella Fitzgerald y Oscar Peterson. Con este último pianista grabó nada menos que 16 discos.

La saga con la Fitzgerald merece ser repasada una y otra vez. Dúos creativos de voz y guitarra. Basta con asomarse el último que los empató en un estudio en 1986, Easy Living, para disfrutar con los giros y la entonación de la Fitzgerald al final de su carrera en My ship, de Gershwin y Weill; Don’t worry ‘bout me, de Bloom y Koehler; y Love for sale, del incombustible Cole Porter, mientras Pass condimentada cada frase con altura y distinción.

En una ocasión, un reportero de Downbeat le preguntó de qué modo enfrentaba su papel solista y dijo: “Hay muchas maneras de hacer un álbum en solitario. Una forma es tomar una melodía y resolverla, decidir los cambios, la introducción y el final, las modulaciones, los tempos, resolverlo y entrar y hacerlo. Lo que hago, sin embargo, es simplemente entrar. Alguien diría ‘¿Por qué no tocas How High The Moon?’ (Se refiere a un estándar de jazz consagrado desde los tiempos de Benny Goodman) Yo diría ‘Sí, eso podría ser bueno’. No tenía ningún tempo en mente, ni clave, necesariamente. Solo intenté hacerlo de principio a fin.

”Me encontré metiéndome en las trampas y teniendo que salir de ellas”.

Eso era Pass, un guitarrista que entraba y salía en cada tema con la habilidad de un prestidigitador y la solvencia de los maestros.