Cultura

Ecos de mi tierra

Por Luis Carlos Coto Mederos

512

Don Amargado

Allá va don Amargado

y en su silencio se esconde,

pues no quiere irse de donde

tanto trabajo ha pasado.

Le espera el iluminado

mundo cooperativista,

y ante la nueva conquista

del campo desarrollado,

vuelve su espalda Amargado,

se calla y baja la vista.

Va camino del batey

que es de su vida verdugo.

Carga en los hombros el yugo

que le corresponde al buey.

Lleva en su frente la ley

equivoca del pasado,

y cubre al viejo Amargado

en su soledad fatal,

la razón del animal

y el atraso del arado.

En el sitio colindante

crecía digna y altiva,

la alegre cooperativa

con su estatura gigante.

Contempló por un instante

con una mirada terca,

que ya no estaba la puerca

amarrada en el batey

y terneros, vaca y buey

habían brincado la cerca.

Solo el gallo del guajiro

vino a aliviar su delirio,

y su profundo martirio

descargó con un suspiro.

El gallo con débil giro

cantó su “quiquiriquí”,

y sin vacilar, allí

Amargado lo mató,

porque en su canto creyó

oír: “Vámonos de aquí”.

Un vecino que llegó

al punto de esta lujuria,

con la voz llena de furia

al campesino increpó:

“Mátame a mí –le gritó–

guajiro individualista,

y si tu línea egoísta

te empeñas en mantener,

también mata a tu mujer

que ya es cooperativista”.

La razón y la verdad

nunca son contemplativas,

y nuestras cooperativas

descubren la realidad.

Se alivió la terquedad

en el rostro de amargado

y se le vio iluminado

por una expresión furtiva.

Miró la cooperativa

diciendo: “Seré afiliado”.

Luis Carlos Coto Mederos

513

Valentía

Dos gallos de “Las Yagrumas”,

con ferocidad tremenda,

en la más fuerte contienda

iban perdiendo sus plumas.

El suelo era todo espumas

de sangre, no había empate;

pareciera disparate

que sin pico, ojos ni cola

y con una pata sola

continuaran en combate.

Salieron volando erguidas

como si fueran dos balas

las cabezas; y las alas

también fueron desprendidas.

En el pecho las heridas

daban fe de aquel dislate;

pareciera disparate

que perdieran un pulmón,

el hígado, el corazón

y siguieran en combate.

Ya cercanos a la muerte:

sin contramuslos, costillas,

carapachos ni perillas…

se escuchó un aplauso fuerte.

–¿Cómo aplauden esta suerte?,

pensé– ¿Qué cosa más fea?

Pero no aplaudían, vea:

era el ruido que formaban

dos mollejas que quedaban

metidas en la pelea.

Carlos Ettiel Gómez Abreu

514

Andorra

–¿Dónde estaba usted metido?

–Pues, salí de vacaciones

y por nuevas emociones

hasta Andorra yo me he ido.

–Bueno, ahora que has venido,

¿qué tal con las andorranas?

–Pues, ahora ya están sanas,

al principio molestaron

pero pronto se calmaron

con ungüento en las mañanas.

José Carlos Adams Olmedo