El fuego del Festival de las Artes del Caribe, que tuvo lugar en Santiago de Cuba, se extinguió poco después de que sus llamas abrasaran al muñeco de madera que representa al diablo, levantado sobre el Paseo Marítimo de la ciudad. Lo bueno se queda y lo malo se va, es uno de los mensajes. Otros remiten, a las miles de personas que presenciaron el evento, a la importancia de la solidaridad y la convivencia y a la apertura de nuevas puertas para el entendimiento y la comunicación en el ámbito caribeño.
Se asoma por esa rendija el pueblo de Belice, que compartirá con los Estudios Siboney de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem) la dedicatoria hecha por los organizadores para que en el 2020, por esta misma fecha, ambas entidades focalicen el programa del Festival.
Para recibir el testigo de relevo de la República Oriental del Uruguay, invitado de honor a la Fiesta del Fuego 2019, viajó a Santiago la señora Shantal Marín González, encargada de negocios de la Embajada de Belice en La Habana, quien manifestó el compromiso de contribuir a la consolidación de un espacio singular en la muestra y valoración de las culturas populares latinoamericanas y caribeñas, caracterizadas por un mestizaje secular, en el que destaca la reivindicación de las herencias de los esclavos africanos y los pueblos originarios.
Belice reúne esos dos linajes. Entre México y Guatemala ostenta una indiscutible caribeñidad de la cual son portadores sus poco más de 327 000 habitantes en un territorio de no más de 22 800 kilómetros cuadrados.
Nación independiente desde 1973, antes conocida como Honduras Británica, en la etapa precolombina fue uno de los territorios de la civilización maya. La metrópoli colonial española la adscribió a la Capitanía General de Guatemala, pero nunca hubo una implantación plena de las huestes de Madrid en esas tierras. Los ingleses llegaron de a poco, en 1716 unos cuantos madereros ocuparon las márgenes del río Belice, hasta establecer su dominio en la primera mitad de siglo XIX.
Al explicar la antedicha intromisión, la intelectual y diplomática beliceña Margaret Juan subrayó las similitudes políticas y culturales que emparentaron esa porción de tierra firme con el resto de las naciones de habla inglesa en el Caribe.
Belice se desarrolló como una colonia de habla, política y sistema ingleses, fue una colonia de cultura inglesa, oficialmente. Después de los ingleses, llegaron los esclavos africanos también bajo control de los ingleses. Sin embargo, razones de por qué fue más complejo todo este proceso en Belice que en las islas fue que precisamente no era una isla y que tenía una población originaria que había desarrollado una civilización de altos quilates y había prosperado muchos siglos antes de que llegaran los conquistadores.
Ahí están los mayas, incombustibles e irreductibles. Ahí están, además, los garífunas, etnia que se forjó a partir del mestizaje entre aborígenes arauacos, caribes y africanos. Ahí está un mapa de armónica convivencia entre Europa, África y sucesivos mestizajes.
No obstante la fortaleza y legitimidad de los mayas y garífunas, las élites políticas de la etapa colonial trataron de invisibilizar a los habitantes originarios. Como en muchos otros casos de supervivencia en regímenes coloniales, hubo la oposición entre una cultura de resistencia, que buscaba pervivir, y otra hegemónica, que intentaba encubrir a aquella.
Particularmente la cultura garífuna beliceña ha emergido como una de las más representativas de la nación. En la danza, el género emblemático, la punta, viene de la tradición de esas comunidades: hombre y mujer se enfrentan simbólicamente rodeados de espectadores en un rito donde erotismo y poder se dan la mano.
Un año tienen las autoridades beliceñas para estructurar una presentación artística que dé cuenta del perfil cultural del país en la Fiesta del Fuego 2020. Además de la música, según señaló la diplomática Marín, se tomarán en consideración la artesanía y la cultura culinaria.
Entretanto seguirán soplando en los aires caribeños en la urbe del oriente cubano, en un festival reconocido por la Unesco como un ejemplo de auténtico aporte al diálogo intercultural y a la solidaridad entre los pueblos, de acuerdo a un mensaje enviado desde París por el secretario de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial Tim Curtis.