Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Juan Cristóbal Nápoles y Fajardo

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La valla de gallos Hay de todas las naciones en los pueblos y lugares, pasatiempos populares, patrióticas diversiones. Y según varias razones de un buen escritor de hogaño, en París un día al año, aunque la cosa mal ande, se celebra un buey tan grande que asombra por su tamaño. En Cuba, donde el dinero dicen que es tan abundante, sin embargo, aunque sobrante, nunca le tengo, aunque quiero, no faltan, según infiero, varios ocultos serrallos, y, aunque muy buenos caballos suele a veces correrse, nada hay tan digno de verse como la valla de gallos.

El guajiro más gandul, de talla menos apuesta, se pone el día de la fiesta camisa y corbata azul. El fondo de su baúl registra con gran anhelo, toma un rosado pañuelo cantando amorosas quejas, y detrás de las orejas se echa desgreñado el pelo.

El que del tiple al punteo y al rumor del calabazo, con limpio desembarazo, baila alegre el zapateo, impulsando su deseo que a su placer le domina, le pone la enjalma fina a su fogoso caballo y arrebatando su gallo a la valla se encamina. Digno es de verse en la valla la animación y el contento; uno, abandona su asiento, otro, se sienta y se calla. Un hombre busca y no halla para su gallo un contrario; otro, juzga necesario poner al suyo en balanza, y allá la gente se lanza con tropel extraordinario.

Lógrase casar, al cabo, un indio de rojo cuello con un canelo que es bello desde la cresta hasta el rabo. Al indio afaman por bravo, y al canelo por valiente; al uno del otro enfrente los ponen los careadores, y todos los jugadores exclaman: ¡Fuera la gente!

El indio ataca al canelo y le hace dar un traspiés pero éste, que es gallo inglés, contesta con un revuelo. Rueda el indio por el suelo, se para y se tambalea; la concurrencia vocea y en sus asientos se para, y al rumor de la algazara se encarniza la pelea.

Los adictos al canelo de que ganan convencidos ponen mil logros crecidos si ven que tira un revuelo. Los del indio sin recelo, de que su gallo dé en vago, valientes con el halago de una segura ganancia, con desmedida jactancia responden: ¡Pago! ¡Va pago!

El canelo en su desmayo, con herida tan atroz, le aguanta al indio feroz, que le embiste como un rayo. Aléjase de soslayo estando de sangre rojo, y con furibundo arrojo, con pujanza desmedida, dando al otro una batida lo tumba con ojo y ojo.

Los del canelo contentos y con fundada arrogancia, para cobrar la ganancia abandonan los asientos. La valla en tales momentos brinda hermosa perspectiva, pues los de abajo y de arriba, sin que termine el murmullo, exclaman llenos de orgullo: ¡Viva el canelo! ¡Qué viva! Tal es la valla; tal es esa alegre diversión, do forman sólida unión el recreo y el interés; donde con el gran marqués alterna el pobre artesano, y con su gallo en la mano y su tabaco encendido, luce su mejor vestido