Michael Vázquez Montes de Oca
La Economía Popular
El G-20, acaba de tener su cumbre en Japón. Aunque oficialmente se anunciaron como contenidos a tratar: Economía Global, Comercio e Inversión, Empleo, Innovación, Medio Ambiente y Energía, Empoderamiento de la Mujer, Desarrollo y Salud, se sabía que la guerra comercial entre China y Estados Unidos, la creciente tensión en Irán, Corea del Norte y el cambio climático serían los principales.
Está compuesto por 20 miembros, la Unión Europea y 19 países: Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Francia, Alemania, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur, Turquía, Reino Unido y Estados Unidos; España es invitado permanente y socio los Países Bajos. Su surgimiento estuvo motivado por el reconocimiento de que las principales naciones emergentes no estaban adecuadamente incorporadas en los organismos financieros y el entonces existente G-8 fue expandido para incluir a economías como China, Brasil o Arabia Saudita.
Sus defensores opinan que se trata de un espacio único para reunir a grandes potencias y países emergentes, promover la cooperación, el progreso, además de generar un foro de discusión. Otros resaltan que su verdadera trascendencia está en los encuentros bilaterales, en los que los mandatarios se reúnen para tomar decisiones o decidir conflictos que marcaron sus relaciones durante el año previo.
En esta ocasión asistieron los principales líderes de sus integrantes y como invitados Chile, Singapur, Vietnam y organizaciones como la Organización de Naciones Unidas, Unión Africana, Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, Comunidad del Caribe, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, Fondo Monetario Internacional, Organización Internacional del Trabajo, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, Banco Mundial, Organización Mundial de la Salud y la Organización Mundial del Comercio.
Son los pesos pesados de la economía mundial más los que, probamente, se le unirán –o aspiran a hacerlo– en un futuro cercano y en ellos habitan las dos terceras de la población mundial, produciendo más del 85% de las riquezas de todo el planeta.
La “troika latinoamericana” –Argentina, Brasil, México– ha generado titulares por distintos motivos este año. Por Argentina, la cual se ha continuado hundiendo en una profunda crisis económica, con el peso cada vez más devaluado y un creciente descontento social, viajó Mauricio Macri; Jair Bolsonaro, acudió a su primer encuentro, entre críticas de quienes le reprochan no haber logrado llevar a Brasil al crecimiento económico y la prosperidad que prometió y México fue representado por su canciller Marcelo Ebrard, que alcanzó a colocar un solo tema: el Plan de Desarrollo Integral para sureste mexicano y Centroamérica, pero no logró extraer compromisos tangibles monetarios, sólo respaldos políticos.
Las tensiones en Irán estuvieron en la agenda; por un lado, Estados Unidos y Arabia Saudita, y por otro los europeos, China y Rusia. Otro asunto fue el Acuerdo Mercosur-Unión Europea, que, tras años de negociaciones, llegó a buen puerto y los líderes presentes en Osaka aprovecharon para destacar la importancia del multilateralismo y el libre comercio.
Se esperaba mucho, sobre todo de las políticas de Donald Trump, quien dijo que “ha visto la presidencia de Japón como un éxito tremendo” y la cumbre como una oportunidad para que los líderes hablen con franqueza sobre el estado de la economía, el comercio, la energía, la innovación, el perfeccionamiento de la fuerza laboral, la infraestructura de calidad, el empoderamiento económico de las mujeres y otros, según lo manifestado por un representante oficial de la Casa Blanca.
Trump y el presidente ruso Vladimir Putin dialogaron durante poco más de una hora y media, calificada por el portavoz ruso de «intensa en cuanto a los temas», aunque el límite del tiempo no les permitió discutir todo a profundidad centrando su atención en el comercio y asuntos como Siria y el papel de Turquía en este contexto, las relaciones con China, abordando también Corea del Norte, Afganistán, Venezuela, el programa nuclear iraní, Ucrania y otros de interés bilateral. En cuanto al desarme y la estabilidad estratégica acordaron que sus departamentos pertinentes continuarán la discusión de una manera más específica.
Putin también se reunió con los máximos dirigentes del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a los cuales propuso la creación de un sistema independiente de pago para contribuir al crecimiento de la seguridad en las transacciones financieras, usando las monedas nacionales de cada uno de ellos, lo que «puede y debe desempeñar un papel más importante en el sistema financiero global», bajo los principios de igualdad, respeto a la soberanía, dado que protegería a los bancos ante la injerencia extranjera y le permitiría promover reformas en el Fondo Monetario Internacional ante situaciones económicas matizadas por el proteccionismo, las restricciones y barreras «políticamente motivadas». Consideró que la situación en la economía es alarmante y calificó de contraproducente cualquier intento de destruir la Organización Mundial del Comercio (OMC).
El encuentro entre el estadounidense y su par chino Xi Jinping fue uno de los platos fuertes. Ambos decidieron poner fin a la escalada de aranceles mutuos y recuperar el diálogo, cuyo trasfondo es el enorme déficit de la balanza comercial en contra de Estados Unidos, estimado el año pasado en 372 mil millones de dólares.
El presidente de China instó a los BRICS a fortalecer su asociación estratégica hacia un avance estable, dirigir la cooperación entre sus integrantes, defendiendo firmemente el multilateralismo, el orden basado en el derecho internacional y el sistema con la ONU como núcleo, así como la oposición a las sanciones unilaterales ilegales; promover la mejora de la gobernanza en momentos de incertidumbre e inestabilidad económica, fortalecer la solidaridad, impulsar la construcción de un nuevo tipo de relaciones internacionales caracterizadas por el respeto mutuo, la equidad, la justicia y la cooperación, así como a impulsar un ambiente sano. Acusó a los países desarrollados por su comportamiento que “está destruyendo el orden del comercio global”, ensombrecer la paz y la estabilidad mundial y convocó al trabajo conjunto para estabilizar las transacciones mercantiles, enfrentar al proteccionismo y fortalecer el rol de la Organización Mundial del Comercio.
El francés Emmanuel Macron llamó a “cambiar el formato del G-20” para lograr acuerdos eficaces sobre todo lo medioambiental, y se preguntó “para qué sirven” comunicados como el de Osaka.
El anfitrión, el primer ministro nipón, defendió durante su primera intervención que “una economía libre y abierta es la base para la paz y la prosperidad”; quiso escenificar unidad al término del evento, al afirmar que han “respaldado los fundamentos del libre comercio” y “encontrado un terreno común sobre cambio climático pese a sus diferencias”, aunque también mostró cierta resignación. “Es difícil encontrar una solución a tantos desafíos globales de una vez, pero al menos hemos logrado mostrar una voluntad común en muchas áreas”. Pese a los deseos de Japón, que buscaba que hubiese un comunicado final sin una grieta, armonizar posturas y lograr un consenso mínimo, lo logró a costa de un documento blando e insustancial, que no provee ninguna solución de fondo y apenas aporta nada nuevo respecto al anterior de Buenos Aires.
El G-20 evidenció una fragmentación creciente a la hora de combatir el cambio climático y de frenar el proteccionismo. Sólo lograron una declaración que reconoce los “riesgos” que afronta la economía, señala “la intensificación de las tensiones geopolíticas y comerciales” pero no incluye ninguna mención a su auge, tal y como pretendían se pretendía mayoritariamente, ante los múltiples conflictos comerciales abiertos por Estados Unidos.
Con la excepción de este país, los demás reafirmaron la “irreversibilidad” de los compromisos sobre el cambio climático y del objetivo de “reducir a cero” la contaminación de plásticos en los océanos para 2050, una meta bautizada como “Visión de Océanos Azules de Osaka” y que se quiere lograr “al tiempo que se reconoce el papel importante del plástico para la sociedad”.
Aunque mostró discrepancias en torno al libre comercio, el documento final contiene como puntos más destacados, los siguientes:
1. El G-20 sostiene que en 2020 habrá una “moderada” recuperación en el crecimiento económico, aunque sigue siendo bajo y con riesgos hacia el descenso, entre otras razones por las tensiones comerciales y geopolíticas.
2. Insiste en la decisión de mantener la comunicación entre los bancos centrales y la necesidad de que aplicar políticas monetarias para garantizar la actividad económica y la estabilidad de los precios.
3. Reafirma el compromiso internacional para conseguir un entorno comercial y de inversiones libre, justo, no discriminatorio, transparente y estable, a la vez que para seguir manteniendo los mercados abiertos
4. Establece la conveniencia de aplicar reformas a la Organización Mundial de Comercio, especialmente en lo vinculado con la resolución de disputas entre los estados.
5. Reitera la importancia de aplicar esfuerzos entre prestamistas y acreedores para mejorar la transparencia en materia de deuda y garantizar que sea sustentable.
6. Se compromete a intensificar la lucha contra la corrupción que cruza las fronteras y para que los países del G-20 tengan instrumentos legales que castiguen ese tipo de prácticas.
7. Fija la necesidad para avanzar en la reducción de la brecha de género para que la tasa de participación no supere el 25% en el año 2025.
8. Hace un llamamiento para cooperar en la lucha contra el cambio climático, con financiación pública y privada, aunque recuerda que Estados Unidos se retiró del Acuerdo de París por las desventajas que generaría para sus ciudadanos.
Algunos analistas señalan que fue un escenario de declamaciones retóricas más allá del margen de maniobra real que luego tienen los líderes a su regreso. El foro mostró, en definitiva, que todavía no se pueden alcanzar consensos básicos en cuestiones sustanciales como gobernanza global o cambio climático; sobresalieron dos coyunturales, que no eran parte de la agenda, la tregua a la confrontación entre Estados Unidos y China sobre su conflicto comercial y la seguridad regional, como los casos de Venezuela e Irán y se dejaron de lado acciones para hacer tangible los 17 objetivos del desarrollo sostenible que marca la ONU.