Cultura

La prosa en movimiento de Guillermo Arriaga

Por Joaquín Tamayo

Durante toda su trayectoria Guillermo Arriaga ha buscado la dignificación de la escritura, comenzando por la de sus guiones. Por ejemplo, la palabra guionista es peyorativa, suele decir. A ello obedece su reiterada solicitud: “llámenme escritor de cine”. Tiene razón: tanto la escritura de guiones como de novelas o cuentos apelan al acto creativo. Y si al guionismo no se le considera un género estético es por puro complejo social.

Más allá de clasificaciones y de etiquetas, Arriaga es un narrador estimulado por la tradición de autores del nivel de William Faulkner, Pío Baroja y Juan Rulfo. A ese linaje pertenece. Es hijo de la prosa en movimiento, de las descripciones mezcladas con acción constante. Sus personajes no se detienen a filosofar, no les interesa la reflexión sino lograr sus objetivos, sus deseos más vehementes. Los impulsa el instinto. Los acota el destino.

Así lo hemos apreciado en sus películas, así nos ha conmovido en sus obras. Leamos su cine, veamos sus relatos. En ese sentido, el de los relatos, Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) tiene todavía un libro en las sombras ante el exitoso relumbrón de sus cintas internacionales y de sus novelas mejores.

No obstante, Retorno 201 es una pieza literaria cuya intensidad se sostiene por sí sola. De hecho, los méritos de Arriaga en la industria fílmica quizá no serían los mismos sin el antecedente de este texto. Son cuentos escritos en los primeros años ochenta (1983, 84, 85) y uno al menos a mediados de la década siguiente. En ellos, se prefigura al escritor de las películas Amores perros, 21 gramos y Babel, ya sea en la forma como en los temas abordados. Allí se manifiestan las estructuras fragmentarias, los saltos en el tiempo, los diálogos duros, perturbadores, en los cuales recupera el caló de la calle no exento de humor involuntario, sorna e ironía.

Es la suya una pluma visual, una escritura sin adornos, casi desnuda de metáforas, analogías o paisajes costumbristas. Va directo al alma de los sucesos, a la historia por contar a través del poder del lenguaje urbano. Casi siempre una breve descripción preludia un parlamento, presenta a los personajes y estos, a su vez, detonan el drama en cuya vorágine están atrapados. En cada uno de estos cuentos los protagonistas se enfrentan a un dilema, deben resolver un conflicto y liberarse del oscuro gesto de un lastre. A veces también deben liberarse de sí mismos.

Y los temas ¿cuáles son? De entrada, el universo de Arriaga revela un ámbito de violencia en todos los aspectos. La agresión permea como un rasgo distintivo del lugar. La única manera de sobrevivir es pasar por encima de los otros. En ese mundo la compasión se confunde con debilidad y las virtudes con defectos.

Los personajes anodinos de la zona de Iztapalapa, donde coexisten la clase baja y la clase media, están ferozmente retratados en episodios donde desfilan el delito, el golpe bajo, la traición, el embuste y la ignorancia. Hay un sabor a sangre en los relatos aquí concentrados. Una continua pesadilla recorre las colonias. La Unidad Modelo, para ser precisos. El epicentro de esa herida es la calle Retorno 201. Se trata de una avenida abierta, escampada, pero con espíritu de callejón sin salida.

Guillermo Arriaga utiliza en este libro los recursos técnicos y las herramientas emocionales empleadas más adelante para sorprender al mundo en sus películas. Por poner una muestra “El Chivo”, “Octavio”, “Ramiro” y “Susana”, de Amores perros, aparecen entrevistos en algunos de los personajes. Hay en ellos un ademán, un aire de familia, el cual los delata.

No cabe duda: los verdaderos escritores siempre están desarrollando el mismo libro, las mismas obsesiones, la lucha perpetua contra el siniestro ángel de sus miedos. Los cuentos de este volumen no son excepción a la regla. La tragedia cotidiana, el desastre íntimo y las desgracias colectivas reflejan la soledad del individuo. “Mira cuánta gente sola”, cantó Paul McCartney en Eleanor Rigby.

De algún modo, Guillermo Arriaga hizo suya la vivencia de esa canción mientras caminaba por su calle, esa avenida abierta, escampada, pero ironizada por su propio nombre, pues en Retorno 201 nadie, ninguno de los personajes, puede retornar a ser quien era antes.