Jorge Cortés Ancona
En “Metápolis”, una exposición colectiva de 15 autores que se presenta en la galería interior del Teatro Peón Contreras, lo que encontramos exagerando la idea de heterogeneidad del concepto empleado como título son las minucias de una ciudad, pequeñas muestras inconexas de imágenes y objetos, fuera de todo contexto.
Se habla de una reflexión acerca de Mérida. Pero no es la Mérida con problemas económicos, de vialidad, de transporte urbano, de higiene. No se ven las alegrías ni las urgencias, ni las expresiones callejeras o barriales, ni las consumistas, ni las de creencias, ni casi nada, más que consideraciones banales. ¿En qué Mérida viven? ¿En cuál de las Méridas? ¿O más bien en qué tipo de ciudad? ¿Cómo de la amplitud y diversidad urbana sólo son capaces de ver simulacros, contornos y simplicidades?
Estos modos de ver y de ser mirados revelan un tránsito a ciegas. Hay cosas, pero no procesos. No ven lo que mueve a las personas, o lo que las obstruye. No hay la menor intención de un entrecruce de propuestas, ni de un verdadero discurso unificador. Y si una ciudad debe tener un mínimo de cohesión para sostenerse, aquí se privilegia una dispersión no justificada, una superficial colocación de fragmentos anodinos.
Actualmente en Mérida, a niveles académico y periodístico, se reflexiona y se escribe mucho acerca de la ciudad desde diversos puntos de vista: urbanístico, arquitectónico, ambiental, socio-económico, histórico, de seguridad, de salud, de género, etc., pero aquí sólo nos dejan lo accesorio, la pura imagen retiniana sin más.
Percibo desidia, acrecentada por el descuido en piezas como la bicicleta con varios de los globos ya desinflados, la ausencia de una gorra (que, al parecer, desapareció en la noche de la inauguración), cuya ficha técnica aún permanece colocada y una pequeña foto asentada de cualquier modo en el piso. O un libro de artista inaccesible al estar colocado tras de un capelo. O la distancia cultural que indica emplear la palabra “güiro” en vez de “jícara”. A veces parece que no existe respeto por el público, las instituciones y los recintos.
Algo me queda: la lámpara protegida con hule-espuma para que los transeúntes no se golpeen (que en la realidad del centro meridano es un riesgo constante no atendido por las autoridades municipales), los bordados, tal vez por ser tales; la intención de incluir elementos naturales y de reciclaje, ¿qué más?
En algún curso, una maestra de escultura (artista ella misma que a través de técnicas contemporáneas expresa una actitud crítica constante en su obra siempre con una intención estética) pedía a sus alumnos que leyeran un libro de Historia de la Filosofía para elegir ideas que les parecieran de interés para considerarlas en su propuesta escultórica. Pero una parte de sus alumnos se quejó de que a ellos sólo les interesaba aprender escultura y que no tenían por qué leer un libro de una disciplina ajena, que además ya habían aprobado en la preparatoria.
La tendencia retiniana, sensorial en el nivel más simple, sigue envolviendo en Yucatán lo que se quiere considerar como arte conceptual o contemporáneo o posmoderno, pero que sólo se queda en los márgenes más superficiales de estas tendencias. ¿De dónde viene ese miedo a asumir una actitud crítica?