Recuerdos del hombre que había detrás del artista, cien años después
Por Marina Menéndez
Fotos: Lisbet Goenaga
Especial para POR ESTO!
LA HABANA.- Mi primer contacto con su figura fue el día de su muerte. Había cierto aire de luto en el ambiente escolar, y pregunté a un niño de la clase qué ocurría: “Se murió Benny Moré”, fue su respuesta.
Así fue el impacto popular de la figura legendaria, calificado por los entendidos como fenómeno de multitudes que una noche antes, el 19 de febrero de 1963, a las a las 9 y 15 pm, emitía su último suspiro en el antiguo Hospital de Emergencias, en la calle capitalina de Carlos III, adonde había sido trasladado, ya en virtual estado de coma.
La conmoción por su deceso podía percibirse hasta en las escuelas, aunque muchos niños no conocíamos todavía ni su voz, ni su música, ni el relieve del hombre que ha sido considerado Bárbaro del Ritmo, y a quien también se le ha otorgado el grado que lo ubica como maestro del arte cubano: Sonero Mayor.
Se decretó duelo musical mientras sus compañeros y figuras importantes del Estado y el Gobierno le velaban en la sede del entonces Sindicato Nacional de Artes y Espectáculos, y luego se trasladaron sus restos, por tren, a su natal Santa Isabel de las Lajas.
Este año, fecha de su centenario, abundan los homenajes a Benny, que tuvieron su mayor expresión el pasado 24, su cumpleaños, cuando a tantos actos en todo el país se sumó el que tiene lugar cada año allí, en su rincón querido, con la tradicional peregrinación hasta su tumba.
Le acompañaron, como siempre, sus canciones tocadas por una banda de música luego del ancestral rito congo de su tatarabuelo llegado de Africa, y que interpretan ahora hombres y mujeres seguidores de aquellas creencias que bailan precedidos, como antaño, por banderas que hacen ondear para que “se lleven lo malo”; sólo que en esta ocasión la que iba al frente, como el día del entierro del Benny, era la bandera cubana.
Cuentan los creyentes que en ese mismo templo él tocaba los tambores Darbouka, originarios de Africa, y era tan pequeño que para llegar allí se escapaba de las faldas de Virginia, su madre. Orgullosos, los seguidores de aquellos ritos aseguran que así el músico aprendió, desde niño, los ritmos afrocubanos.
Una placa en el sitio donde estuvo la casa natal recuerda su llegada al mundo, saludada este agosto por más personas que habitualmente, y también acuden a la estatua que lo muestra caminando, con su sombrero alón y su bastón, en el Paseo del llamado Prado de Cienfuegos, provincia a la que pertenece ahora su terruño, aunque deban recorrer para ello unos 30 kilómetros.
De allí salió hacia La Habana, cuando un accidente que le lastimó un dedo fue el detonante para que decidiera dejar de cortar caña.
En una entrevista concedida al Canal 41 de la TV de Florida hace cinco años, Teodoro, el hermano un año menor que Benny —quien fue el primogénito de 18 hijos—, narró las circunstancias de lo que entonces no sabían sería la nueva, aunque corta vida del artista.
“Crecimos juntos y trabajábamos juntos en lo que apareciera. Esto fue más o menos en 1939, por el mes de abril. Después del accidente en el central Jaronú (hoy Brasil) me dijo que no trabajaba más en el campo”.
Cobró “el accidente” en Jaronú, y Teodoro no supo más de él hasta que le llegó una carta suya en junio, fechada en La Habana.
“Cantaba por los bares; se decía en aquella época que estaban “fleteando”’.
Fue así que se conocieron él y Ciro Rodríguez, uno de los integrantes del trío Matamoros, quien lo comentó con Miguel. “Oye, hay un muchacho ahí que canta precioso”, y le contó que siempre iba al bar El Temple, frente al embarcadero de la lancha que sigue yendo al ultramarino pueblito de Regla.
“El 6 de junio de 1945 salió con el trío para México”, aseveraba Teodoro al recordar el país donde alcanzó la fama, primero con Matamoros y luego con las grabaciones junto al genial Dámaso Pérez Prado con quien —según dijo el propio lajero durante una entrevista radial que se le hizo en Puerto Rico— grabó, pero con quien no trabajó, como tal, nunca. Después llegaría la que Benny llamaba “la tribu”: los músicos de su banda.
También el amor
A México debe igualmente el Benny su primer matrimonio y quizá el único legal, pues tuvo otras compañeras de vida. Según Juana Bocanegra, al menos, el único “con papeles” que ambos efectuaron, además, “por la Iglesia”.
En declaraciones que brindó en 2011 en Cuba, adonde vino en un aniversario de la muerte del esposo, la viuda mexicana recordó el cariño del hombre que ella no suplantó.
“Nunca me habría casado con un mexicano, porque después de probar el amor tan grande de un cubano, no lo habría igualado nadie”.
Tuvo también Benny en México, una hija resultado de otra relación, a la que nombró Virginia. Pero en Cuba lo esperaba Hilda, la descendiente mayor, quien vive y conserva, junto a la herencia familiar, los recuerdos de su padre en la humilde barriada de San Miguel del Padrón, adonde el padre trajo las costumbres de Lajas plasmadas en su son “Soy guajiro”.
“Lo primero que hacía en las mañanas era beber su café, y después salía al patio a ver cómo andaban sus pajaritos”, ha contado Hilda en alguna de las numerosas entrevistas que concedió estos días.
Le gustaba trabajar la tierra, como hizo desde joven, y a menudo se le ocurría la letra de alguna nueva composición o algún acorde mientras atendía sus sembrados o daba alimento a los animales. Entonces, soltaba la guataca (azada) y anotaba.
También evoca Hilda las ideas jocosas de su papá, como aquello de ponerle nombre de sus amigas a los marranos que criaba. Por eso no fue extraño que a una la llamara como a la célebre rumbera cubana Celeste Mendoza.
Fue un padre cariñoso aunque exigente al que ella conoció cuando tenía ya siete años, a su vuelta de México. Entonces Bartolomé, que era su nombre real, ya era conocido como Benny; pero el estrellato jamás lo encegueció y siempre siguió perviviendo en él, aquel hombre lajero.
Las “cosas”le llegaban
al corazón
Aunque Hilda le recuerda en su faceta bromista y Benny se le veía divertido a la hora de actuar, bailando y dirigiendo la orquesta con el bastón como batuta, su hermano Teodoro ha asegurado que era “una persona melancólica”.
2Muchas cosas que veía o le decían, le llegaban al corazón; lo ofendían. Y estaba dos o tres días todavía sugestionado por esa frase.
”Yo le decía que él era un hombre público. Lo controlaba, y él contestaba que quería tener la paciencia mía”.
Según su hija Hilda fue, precisamente, un disgusto, lo que hizo desembocar su ya avanzada cirrosis hepática en el momento fatal y final de su existencia.
Claro que la bebida ya había hecho sus males sobre el hígado y el médico le había prohibido las copas. Pero no fue aceptar la provocación de una mujer del público, que desafiante le habría conminado a aceptar una botella abierta según muestra el filme biográfíco cubano “Benny”, de 2006, lo que precipitó el desenlace; fue su rechazo a la invitación que le hizo un amigo.
Teodoro atestiguó que el artista hacía entonces dos años que no bebía, pues finalmente había comprendido el daño que le causaba el alcohol, algo en lo que coincide Hilda cuando afirma que a esas alturas, su padre era fiel cumplidor de las indicaciones del médico.
Lo mató el disgusto, reveló ella, cuando Benny rechazó, efectivamente, una invitación improcedente a un trago que le hizo un amigo. El se negó, y el hombre ripostó con una palabra fuerte que la hija del artista no repite.
Eso le provocó “una gran incomodidad”, dijo Hilda hace unos días a la TV Cubana, y fue el detonante de la crisis que precedió a la muerte.
Amigo, siempre
Como otros hombres cubanos humildes que alcanzaron un día la fama, Benny siguió siendo el mismo ser sencillo y servicial después que su nombre estaba en las carteleras de los bares, en la radio, en los créditos de muchos filmes mexicanos, y en las marquesinas de los espectáculos teatrales y en los bailables.
Incluso cuando no tenía nada, Teodoro contó que gastaba “su remuneración” muchas veces en otras personas necesitadas, y que un día tomó hasta la de él. Pero no ocurrió nada: ellos, dijo, se tenían gran cariño y respetaban. Incluso, pidió un día a toda la tribu que donara la ganancia de la actuación a una mujer desamparada con cuatro hijos. Todo el mundo accedió.
El investigador y gestor cultural Vicente Puso-Martín ha dicho que ya famoso, en La Habana, muchas personas que no podían pagar los medicamentos llegaban a verlo con las recetas, y él nunca los defraudó.
También lo asevera Hilda, obligada por él a cocinar mucho siempre, aunque de inicio se pensara en pocos comensales.
“Cocina; tú cocina, o vas pasar una pena si viene alguien”, le advertía su padre. “Aquí, el que llegue se sienta a la mesa”.