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Cultura

Anticipaciones de Asimov

Pedro de la Hoz

Adelantó las comunicaciones vía Skype, cara a cara, entre interlocutores situados en uno y otro confín del planeta; anticipó los viajes no tripulados a Marte; y avizoró la aplicación de la robótica en los más disímiles campos de la vida cotidiana. Al abundar en el código ético que debía prevalecer en los usos de la inteligencia artificial, puntualizó: “Un robot no hará daño a la humanidad, ni por inacción permitirá que la humanidad sufra daño”.

No previó el despliegue de drones como armas invasoras, ni la creación de unidades especializadas en ciberataques, ni la desidia de corporaciones y gobernantes ante las amenazas del cambio climático, ni que el hombre, no como especie, sino aquellos envilecidos, depredadores y ávidos de poder y riqueza material, sería el principal enemigo del hombre.

Recordemos a Isaac Asimov. Este 2 de enero arribamos al centenario de su nacimiento. Vio la luz primera en Rusia y a los tres años de edad su familia se trasladó a Estados Unidos. Nunca habló ruso ni compartió las tradiciones del país euroasiático. Asumió a plenitud la identidad estadounidense y fue una de las más prominentes personalidades de su comunidad intelectual y científica.

En las ciencias, se especializó en la rama de la Química. Hubiera logrado, de proponérselo, cierto posicionamiento en los predios académicos, sin embargo descubrió tempranamente su talento literario para contar historias y, dada su formación, nada más apropiado que insertarse en el ámbito de la ciencia ficción.

Esto no implicó que dejara de interesarse por las ciencias en sí mismas. Pocos como él desarrollaron una obra tan caudalosa y vital en la divulgación científica, pues consideraba que los saberes acumulados por la humanidad, exponencialmente disparados en el plazo que le tocó vivir, merecerían ser accesibles y comprendidos por la mayor cantidad posible de personas.

Llegó a sumar entre 1958 y 1991, un año antes de su muerte, 400 colaboraciones en la revista F&SF, en las que abordaba hechos, procesos y análisis de la historia y la actualidad científica y tecnológica en el más amplio espectro que se pueda concebir. Vinieron, entonces, libros que gozaron de notable popularidad, como Momentos estelares de la ciencia (1959), Breve historia de la Química (1965), El Universo: de la Tierra a los quásares (1971), 100 preguntas básicas sobre la Ciencia (1977), Civilizaciones extraterrestres (1979), Vida y tiempo (1980), Los gases nobles (1982), La medición del Universo (1984) y, sobre todo, Nueva guía de la Ciencia, cuya primera versión salió en 1960 bajo el título Guía de la ciencia del hombre inteligente y creció hasta las casi mil páginas de la edición definitiva en 1984. De manera resumida, didáctica, con información certificada y objetividad discursiva, es una de las obras más abarcadoras y completas acerca de todo lo que necesita saber un ser humano acerca de la Física y la Biología. Claro que de entonces para acá, ha habido cambios acelerados, pero la base está en ese formidable libro.

Si tan solo Asimov hubiera escrito esos y otros libros de divulgación científica, habría ganado un puesto relevante entre los autores de lo que en el ámbito editorial estadounidense suele denominarse no ficción.

Pero la grandeza de Asimov fue mucho mayor en la ciencia ficción, al punto que se considera una de las cumbres del género. Particularmente influyente desde la publicación de la primera de las novelas –Fundación (1951)– hasta nuestros días se nos presenta la llamada Saga de la Fundación. En 1952 entregó a la imprenta Fundación e imperio; un año después, Segunda Fundación. Obsesionado por el tema y estimulado por los editores, agregó a trilogía inicial Los límites de la Fundación en 1982, que prolongó en 1986 con Fundación y tierra; en 1988 con Preludio a la Fundación; y, por si fuera poco, rescatada de sus papeles al morir en 1992 y publicada en 1993, Hacia la Fundación.

Quien vea las películas de la serie La guerra de las galaxias y lea las novelas de Asimos, convendrá en que cualquier parecido entre una y otras no es pura casualidad. La idea de los imperios intergalácticos, las pugnas por el poder, los misteriosos linajes y las milicias enfrentadas en el espacio sideral, ya estaban presentes en los primeros compases de la Saga de la Fundación.

En algún momento, alguien trató de incordiar a Asimov con la presunción de que George Lucas y todos los que se han beneficiado de la franquicia Star Wars habían saqueado sus aportes primigenios. Asimov tomó las cosas con calma y las puso en su lugar: “Me apropié gratuitamente de la Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano, de Edward Gibbon, al planear la serie de la Fundación; y creo que no es pecado que La guerra de las galaxias, a su vez, se haya apropiado de mi serie”.

Asimov defendió las ideas humanistas hasta las últimas consecuencias. Hacia el final de su vida, tras el derrumbe del Muro de Berlín, vio con preocupación la exacerbación de las apetencias imperiales, solapadas en un artificioso conflicto de civilizaciones. Lo peor pasaba por la credulidad de sus conciudadanos, capaces de tragar cualquier píldora mediática propagada por la élite política.

De ahí el valor de lo que dijera en 1980, anticipadamente, a la revista Newsweek: “En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia, siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido una constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, promovida por la falsa idea de que democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”.

También, pronunció otra frase para tener en cuenta: “La violencia es el último recurso del incompetente”.

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