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Cultura

De fámulas, mucamas, asistentas…

Paloma Bello Apuntes desde mi casa

“No te vaya a pasar lo que a Chuchita”, se advertía, antiguamente, a cualquier empleada doméstica antes de enviarla por la compra a la plaza o al mercado. Esto, en alusión a la leyenda urbana del siglo XIX, de que a Chuchita siempre le ocurría algo con el cambio del dinero asignado, pues no lo regresaba completo.

Dichas costumbres se han transformado de acuerdo a los tiempos, al menos en los años recientes en Mérida, como un dilema que habría que enfocar con miradas de especial atención.

De acuerdo con los procesos sociales y económicos establecidos a partir de la Revolución Mexicana, se esfumó el concepto colonial de disfrazar el nombre de esclavitud con el de servicio doméstico, aunque todavía en las haciendas de evocación porfiriana, los sirvientes o criados pasaban a formar parte de la herencia familiar, de padres a hijos.

En un Estado como el nuestro, sin industrias más importantes que la Cervecería, la Hidrogenadora y la Galletera, no se han visto favorecidas las condiciones para que las muchachas del campo ocupen espacios como obreras, tanto en el siglo pasado como en el presente. Prestan sus servicios, pues, como ayuda doméstica.

Sin generalizar, muy lejanos quedaron los ayeres cuando la honestidad y el respeto eran emblemas de las mujeres destinadas a trabajar dentro del hogar. Ya no cabe continuar mencionando que se les considera desvalorizadas por su condición étnica ni por su escolaridad, contenidos que han sido suplidos por sus frecuentes conductas personales alejadas del decoro.

En lo que respecta al servicio doméstico, vivimos este siglo XXI en posición de reserva y desconfianza por la falta de integridad en numerosas de estas personas denominadas, indistintamente: fámulas, criadas, domésticas, mucamas, sirvientas, muchachas o asistentas, según criterios de las amas de casa entrevistadas.

A pesar de la abulia y falta de iniciativa con que cumplen sus labores, van ganando la confianza y el afecto de sus patrones. Al cierto tiempo, comienzan a sustraer objetos de valor y, notoriamente y en gran cantidad, los productos de la despensa y de la cava de los vinos y licores. Las artimañas y los ardides que emplean son cada vez más sofisticados y hasta ingeniosos, si esto es posible. Pero lo más asombroso es el cinismo y la falta de agradecimiento hacia quienes las han tratado de manera justa y afectuosa. Estas experiencias trazan un círculo de decepción y tristeza en tanto llega una nueva empleada.

De manera particular, refiero el descaro, la deshonestidad, la ingratitud, de las cuatro mujeres solteras o casadas, todas jóvenes, que han ejercido tareas en mi domicilio los últimos tres años, en la modalidad de entrada por salida exclusivamente, por aquello de que la presencia de una persona ajena a la familia, suele sacrificar la intimidad acostumbrada.

(Curiosamente, para esta investigación, no se han reportado quejas por ningún motivo, en el desempeño de los elementos masculinos llamados indistintamente mozos, muchachos, milusos o chalanes).

En la sección del norte de la ciudad, donde vivo, han quedado establecidas, como leyes no escritas, las características laborales para quienes efectúan la ayuda cotidiana:

-Jornada de 8 horas con dos alimentos: desayuno completo y almuerzo de mediodía. (Si terminan antes, nada más trabajan 6 o 7 horas). De lunes a viernes.

-Asignación diaria de 350 pesos si viene de un pueblo, y de 300 pesos si es de la ciudad y sólo aborda un camión o un Uber.

-El pago comprende únicamente la limpieza total de la casa, el lavado y secado de ropa en máquinas eléctricas. No realizan actividad de planchado ni de cocina; estos menesteres se consideran en otra categoría y tabulación.

-Una semana de vacaciones en fecha navideña.

-Aguinaldo conforme al tiempo que lleve en casa, y un regalo aparte, a criterio del patrón

-Falta de asistencia en fechas de los fieles difuntos, Martes de Carnaval, celebraciones cívicas (por escasez de transporte), festividad de su santo patrono y día de reunión en el programa Prospera.

-Ayuda económica proporcionada para medicamentos o consulta particular en caso de enfermedad.

-Disponen de un cuarto privado con baño, incluidos artículos para aseo personal. Las trabajadoras de planta solicitan televisión con servicio de cable.

-Tienen derecho de usar uniforme de gusto personal, esto es, pantaloncillo short y blusa escotada por delante y por detrás, que permite contemplar sus diferentes tatuajes; sandalias de plástico o de preferencia, descalzas.

-(El cuidado de niños es cuota aparte. Si se trata de nana especializada, la percepción es de 450 diarios. Si son egresadas de la Normal de Educadoras que no obtuvieron plaza, se brindan como niñeras para salidas de los padres a un compromiso, a razón de 110 pesos la hora.)

Involuntariamente, he recordado a aquellas jóvenes de huipil y sandalias bordadas, insufladas de pudor y modosidad, aunque ciertamente, con bajo nivel de instrucción, pero con el afán de llevar el pan a la boca de sus familiares mediante su trabajo. En mi lamentable observación de primera mano al día de hoy, algunas de estas otras muchachas, calificadas con estudios terminados de secundaria y abandonado el huipil definitivamente, se han significado por declarar su aspiración que es el poder adquisitivo material inmediato, y por manifestar libertad en su sexualidad sin prevención ni responsabilidad, entre otros intereses propios de su edad. En su pensamiento contemporáneo, “oportunidad económica hace mujer libre” y para eso trabajan.

SI se toma en cuenta que el salario mínimo en Yucatán, según el Diario Oficial, es de $102.60 diarios (*), las empleadas del hogar vienen recibiendo poco más de tres veces el sueldo establecido, además de sus alimentos y obsequios, obteniendo una utilidad de $1,750.00 a la semana: $7,000.00 pesos en el mes de cuatro semanas y $8,500.00 en los meses de cinco semanas. Más o menos lo que suele devengar una secretaria con preparación de academia, en alguna empresa particular que exige presentación adecuada y modales de buena educación.

Y, aunque nunca se justificara una falta de honradez, estamos comprobando que vienen soplando aires diferentes para las “Chuchitas” de hoy. Poéticamente, Octavio Paz definió a las de ayer:

“Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: –¿Quién anda por ahí? Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo, contestó: –No es nadie, señor. Soy yo.”

(*) Fechas en que fue realizada la investigación.

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