En una charla en Madrid, un joven crítico afirmaba con vehemencia que después de Benito Pérez Galdós no se había hecho nada importante en la novelística española. Como además de alumnos de distintas regiones de España, estábamos ocho hispanoamericanos presentes, le pregunté si en su crítica negativa también incluía a la narrativa de Hispanoamérica. Una vez aclarado que sólo se refería a aquel lado del Atlántico, no aceptó excepciones: se refirió muy mal de Valle-Inclán y de todos los escritores peninsulares vivos de esos años, sin concesiones ni siquiera para Juan Goytisolo. Después de Galdós, nada.
Era raro escuchar eso de un intelectual de unos 30 años de edad, pero aunque no comparto su radical negación sí, en cambio, estoy de acuerdo en el alto valor del novelista nacido en las Canarias en 1843 y fallecido en Madrid, el 4 de enero de 1920. El centenario de su muerte es un buen pretexto para recordarlo, sobre todo a través de lecturas y relecturas, por suerte fácilmente accesibles en librerías y sitios electrónicos.
Hasta la fecha no se ha visto un empuje tal en la narrativa de nuestro idioma en cuanto a presentar un totalizador cuadro vivo de las condiciones sociales de un país, tanto dentro del presente en que se escribe como de la perspectiva histórica remontada un siglo más atrás. Personajes que vemos repetirse en distintas novelas, de modo parecido a lo que ocurría con Balzac, pero con la diferencia de que si bien hay muchos personajes-tipo, casi siempre se encuentran dotados de densidad psicológica. Un realismo abundante pero donde también proliferan retratos de personalidades definidas, con afirmación de su propio yo. Uno de sus grandes méritos es la rica variedad de personajes femeninos, muchas veces opuestos, pero siempre activos en la trama y complejos de carácter.
En Galdós se narran, de modo enfático, las circunstancias en que se desenvuelven las clases sociales, con su movilidad ascendente o descendente. Un dinamismo que muestra los cambios de valores de los nuevos ricos, las formas en que los viejos ideales de hidalguía y honestidad retroceden para dar paso a la vulgaridad del dinero, obtenido a toda costa, sin importar el destino del prójimo. Personajes viles como el usurero Torquemada u otros que a veces vivieron una transformación en nuestro continente, como aquel que hizo su fortuna en Tamaulipas y Texas, o los que regresan acaudalados de Cuba con miras a enrolarse en la alta sociedad madrileña.
Puede verse un resumen de ello en la siguiente descripción de un personaje arribista en la novela “El amigo Manso”: “Mi hermano, que había fregado platos, liado cigarrillos, azotado negros, vendido sombreros y zapatos, racionado tropas y traficado con estiércoles, iba a entrar en esa acogida falange de próceres que son la imagen del poder histórico inamovible y como su garantía y permanencia y solidez. Digamos con el otro: ‘O el Universo se desquicia, o el Hijo de Dios perece’”.
Novelas en las cuales se habla, sin ambages, de situaciones vinculadas a las creencias religiosas y transgresiones eclesiásticas respecto a mujeres que sufren la deshonra y logran sobreponerse a costa de los prejuicios. La ignorancia, la mendicidad y la educación son descritas de una manera viva, acorde con su tiempo y, a la vez, con expansión universal.
Aunque la obra galdosiana abarca varios miles de páginas, siempre escribió en una prosa correcta, de estilo sobrio y eficiente para el espeso mundo que describe, lleno de ebullición, de acciones que se entrecruzan en cada novela y de una a otra, en ocasiones con sabrosa ironía y buen humor. Todo un país convertido en un conjunto novelesco dividido en dos grandes secciones y éstas, a menudo, en trilogías y que puede ser abordado en cualquier punto. Una obra que también abarca el teatro –plenamente relacionado con su narrativa– y, de modo más breve, el ensayo.
Leer a Galdós es adentrarse en zonas no siempre reconocidas de nuestra herencia cultural. Es percibir mucho de lo que ahora somos. El entramado de ideas y de cambios sociales en fermento o ya bien encaminados en España, puede comprenderse muy bien por las tantas semejanzas con la realidad histórica de Nuestra América.