Preservar la memoria fílmica refleja tanto voluntad política como vocación cultural, principios que animaron seis décadas atrás, el 6 de febrero de 1960, la fundación de la Cinemateca de Cuba, institución imprescindible para el crecimiento espiritual de la sociedad insular.
Cierto que conservar, restaurar y mantener un archivo fílmico exige recursos muchas veces fuera del alcance de las economías de los países del sur y es entonces que se establecen alianzas y acciones de complementación entre los que coinciden en propósitos.
Entre la Cinemateca de Cuba y la Cineteca Nacional de México ha habido entendimiento y cooperación, como corresponde a la larga tradición de vínculos culturales entre ambos pueblos.
Sin ir muy lejos, en la década pasada los cinéfilos habaneros aplaudieron la muestra de clásicos mexicanos aportados por la Cineteca, que incluyó Salón México, del Indio Fernández; ¡Ay, qué tiempos, señor don Simón!, de Julio Bracho; El esqueleto de la señora Morales, de Rogelio A. González, y Cabeza de Vaca, de Nicolás Echevarría.
También fue muy bien acogido el ciclo dedicado a los hermanos Bichir, que comenzó por El callejón de los milagros, de Jorge Fons, con Bruno en el elenco; y culminó con Ciudades oscuras, de Fernando Sariñana, que reunió a Demián, Odiseo y al propio Bruno.
La Cinemateca de Cuba se sintió en deuda con Juan Orol, por su histórica relación con la isla. Para nada valió aquella apostilla, recurrente en los medios artísticos cubanos, acerca de que “esto es peor que una película de Juan Orol”. Nostálgicos y curiosos se dieron cita hace una década en las proyecciones habaneras de 17 películas rescatadas del controvertido realizador y valoraron la ardua labor de la Cineteca para recuperar un patrimonio perdido en el incendio sufrido por esta institución en marzo de 1982.
En definitiva, ambas instituciones comparten un objetivo: garantizar por una parte la conservación de las grandes obras del cine mundial y de cuanto material cinematográfico se origine en los respectivos países, y, por otra, lograr la mayor difusión pública de estas obras.
En el caso del territorio antillano, la Cinemateca nació adscrita al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), que había sido creado un año antes, a pocos meses de la entrada de los rebeldes en La Habana.
En 1961 registró dos hechos memorables: el inicio de la programación del Cine de Arte ICAIC en la sala aledaña al edificio central del ente fílmico –la exhibición inicial fue Acorazado Potemkin, de Serguei M. Eisenstein– y la puesta en funcionamiento del primer equipo móvil de proyección de la Sección de Cine-Clubes creada por la Cinemateca, que se desplazó por centros laborales y docentes. Ese fue el embrión de una actividad de rápida extensión que llegó a los sitios más recónditos del país.
Para celebrar el sexagésimo aniversario, en la sala 23 y 12, que desde hace algún tiempo funciona como sede de las funciones, la institución programó El viaje a la Luna (Le Voyage dans la Lune), filme realizado por Georges Méliès, pionero del cine fantástico, en versión más completa que existe, coloreada y sonorizada; así como la copia definitiva y restaurada, de L’Atalante, de Jean Vigo (1934), único largometraje del gran director. Todos los largometrajes de Charles Chaplin serán vistos a lo largo del año. Justamente Charlot es el emblema de la Cinemateca cubana.
Un prestigioso crítico, Luciano Castillo, lleva las riendas de la Cinemateca desde 2016. “Cuando me propusieron dirigir la Cinemateca –cuenta–, lo primero fue retomar los principios fundacionales de esta institución, es decir, la preservación de todo el cine cubano y no solamente el cine del ICAIC. No hay que olvidar la diversificación de la producción en los Estudios Cinematográficos de las Fuerzas Armadas, la Televisión Cubana, la Cinematografía Educativa, y otras casas, pero aquí se siguió atesorando solo la información y las copias de las producciones correspondientes al ICAIC. Ello ha implicado que las copias del resto de las productoras y su información estén dispersas; así que ese es uno de los objetivos fundamentales: tratar de reunir todo ese material, porque reitero que es la Cinemateca de Cuba.
”Otros logros importantes –añadió– han sido la visibilización de las colecciones a través del equilibrio de la programación y la necesaria e impostergable restauración del cine cubano. La humedad, el impacto de la crisis material de los años noventa y la falta de aire acondicionado, afectaron sobre todo la colección de cine internacional. En el caso de nuestro cine, que se halla en mejor estado, se está tratando de salvar todo lo que se pueda, pues un minuto que se pierda es un minuto del patrimonio fílmico nacional que desaparece para siempre. Gracias a un convenio con el Archivo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, ya se han restaurado dos películas: Los sobrevivientes y Una pelea cubana contra los demonios, realizadas por Tomás Gutiérrez Alea. Asimismo, por una propuesta de Martin Scorsese y The Film Foundation, entidad que él preside, se lograron restaurar en la Cineteca di Bologna, y presentarlos en la sección Cannes Classics, del Festival de Cannes, los filmes Memorias del subdesarrollo y Lucía. En México, conjuntamente con la firma Labo Digital, se realizó un proceso de escaneo como primer paso para una futura restauración de Retrato de Teresa y Se permuta. De igual modo, existe un convenio firmado con el Centro Nacional del Cine y la Imagen Animada de Francia, que ya dio como resultado El otro Cristóbal, de Armand Gatti, considerada la primera coproducción franco-cubana, y ahora se va a restaurar ahí Aventuras de Juan Quinquín”.
¿Sueño pendiente? “La creación del Museo del Cine. Espero se haga realidad más temprano que tarde”.