Cultura

De personajes y suicidios…

Paloma Bello

Apuntes desde mi casa

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Al hablar de la frecuencia con que los escritores universales elegían el aciago final del suicidio, quedó pendiente uno de los casos más sorprendentes: el de Horacio Quiroga, cuya existencia es una historia escrita por la fatalidad.

Autor exitoso con más de cien cuentos publicados, pertenece a la corriente del modernismo, y la lectura de “Cuentos de la selva” casi es obligatoria en primer año de preparatoria. Era muy pequeño cuando su padre falleció accidentalmente durante una cacería. Su madre contrajo matrimonio nuevamente y tiempo después, ante sus ojos adolescentes, su padrastro se suicidó con la misma escopeta que mató a su padre. Simultáneamente, muy apenas sobrelleva la pérdida de sus dos hermanas, por fiebre tifoidea.

Con tendencia a enamorarse de muchachas más jóvenes que él, su pasión por la adolescente Ana María Cirés se convierte en obsesión hasta que, finalmente, los padres de ella consienten en el matrimonio. Tuvieron una hija, Eglé, y un hijo, Darío. Eran éstos aún muy pequeños, cuando Ana María se suicidó con veneno y sufrió agonía durante varios días, y apenas falleció, Quiroga quemó todas las pertenencias de ella, incluyendo fotografías, y en su calidad de juez del Registro Civil, oficio que desempeñó por un tiempo, se negó a asentar fecha y causa en las actas, por lo que no consta el deceso.

La muerte lo persiguió: una amistad cercana que se batiría en duelo lo invitó como padrino y, al revisar las armas, a Quiroga se le escapó un disparo y accidentalmente mató a este amigo. Pasados los años de tortura moral, se volvió a enamorar obsesivamente de otra joven, esta vez de María Elena Bravo, compañera de estudios de su hija Eglé. Con aquélla tuvo una hija, Pitoca.

A los 58 años, le diagnosticaron cáncer gástrico y durante los meses de su estancia en el hospital, se entera que en el sótano se encontraba recluido un paciente al que no exponían frente a otros, porque su extraña enfermedad, derivada en una serie de deformaciones físicas, era conocida como la del “hombre elefante”. En un rasgo humanitario, Quiroga ofreció compartir su habitación con él y al hacerlo, estrecharon una buena amistad. En agradecimiento, cuando el cuentista uruguayo tomó la decisión de quitarse la vida, fue el hombre elefante quien se prestó a preparar el veneno y a vigilar el desarrollo del trance.

Al año siguiente de su fallecimiento, en 1938, se suicidaron su hija Eglé; su antigua novia Alfonsina Storni, y su mejor amigo, Leopoldo Lugones. En 1952, víctima de la depresión, se suicidó su hijo Darío, y en 1988, su hija Pitoca se arrojó a la calle desde el balcón de un cuarto de hotel, y así se cerró todo un ciclo de muertes trágicas entre familiares y amigos cercanos al escritor.

Como contraparte a los sinos fatídicos, recientemente apareció la noticia de una original técnica suiza que permite transformar las cenizas humanas funerarias en diamantes. Esta idea, nacida en la Academia de Ciencias Rusa, fue lanzada en Suiza “porque es el único laboratorio que puede conseguir diamantes provenientes del cuerpo humano sin añadidos ni manipulaciones de color. El proceso consiste en extraer el carbono existente en las cenizas, que se purifica y se convierte en un 99,99 % de átomos de carbono. Después, gracias a una tecnología a altas temperaturas y presiones, se crea el ambiente adecuado para el cultivo del diamante tras varias semanas”.

Algordanza Ibérica es filial de la firma suiza que desde 2004 crea gemas mediante un proceso científico avalado con la certificación ISO 9001 y su vocera afirma que “la magia de nuestro servicio es que cuando entregas un diamante estás prácticamente devolviendo un ser querido al seno de la familia”. Puede ser en forma de broche, anillo o pendientes. “Los honorarios, que parten de 3,500 euros (unos 4,500 dólares) y pueden llegar hasta 28,000 (unos 36,000 dólares) dependiendo del quilataje y el número de gemas, son dentro de un servicio confidencial, pues en el laboratorio todo el proceso se desarrolla con información cifrada en códigos de barras”.

A través de la imaginación, podríamos suponer que, en un acto de justicia, la oscuridad de toda una vida fuese convertida en iridiscencia, como efecto de alquimia poética: un diamante solitario con una simple inscripción: Horacio Quiroga, escritor.