Ariel Avilés Marín
El último de los libros de la Biblia, es sin duda el más terrible. El Apocalipsis, escrito por San Juan, quien, arrebatado por Dios, revela a la humanidad el terrible y desgarrador destino que le aguarda en un futuro no determinado, pero que las circunstancias actuales de nuestro planeta, hacen sentir muy próximo. Siete ángeles, terribles mensajeros, cada uno, con su sonora trompeta, van lanzando sobre la pérfida humanidad un azote o plaga que es más aterradora que la que le antecedió. Y como colofón, habrá llegado el final de todos los tiempos, y sobrevendrá el fatídico “Juicio Final”, todo esto salpicado de llamas, truenos, centellas, y todo elemento que haga más aterrador el temido desenlace, que debe sembrar el más profundo arrepentimiento en las almas de los míseros mortales, terriblemente pecadores e irredentos. La febril imaginación del cristianismo, materialmente se pulió en la concepción de este desenlace aterrador para su voluminoso y trascendente libro.
José Ramón Enríquez es un dramaturgo de altos vuelos, su abundante producción teatral ha iluminado los escenarios más diversos, y nuestra ciudad tiene el gran privilegio de contarlo entre sus vecinos del Centro Histórico. Su incansable y genial pluma nos ha legado grandes y trascendentes obras, tal es el caso de “Héctor y Aquiles”, “Madre Juana”, “Las Visiones del Rey Enrique IV”, “Medea en busca de actores” o “¡Big Brother War!”. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Dramaturgia “Juan Ruiz de Alarcón”, en 2006, y la Medalla “Bellas Artes”, el mismo año.
José Ramón posee un espíritu festivo y un humor profundo que le permiten abordar con un filoso y negro caris los asuntos más serios, trascendentes o de plano desgarradores, y su visión aguda y deliciosa, nos hace mover de la risa ante planteamientos de la mayor seriedad y de sentimientos que deberían ser desgarradores, pero que arrancan del respetable sonoras carcajadas. Esas cualidades maravillosas y singulares de José Ramón han quedado totalmente evidenciadas en su más reciente estreno en nuestra ciudad. Se trata de una pieza teatral que podemos calificar de tragicomedia, dada la dualidad de su profunda visión y los planteamientos que la trama nos va presentando. La obra estrenada es “¡Uy, el apocalipsis! y yo con estos pelos”.
El estreno se ha llevado a cabo en ese maravilloso rincón teatral que la persistente voluntad de un grupo encabezado por Jorge Iván Rubio mantiene como una opción real y accesible para los grupos de teatro independientes, el Teatro Casa “Tanicho” el sábado 8 a las ocho de la noche. La obra tiene únicamente dos personajes, cada uno es un esquema muy bien definido que aglutina una serie de cualidades humanas profundas y esenciales. Una anciana, popularmente conocida como la Doñita, que tiene fama de bruja, que lee las cartas, que adivina el futuro, que posee, como un tesoro invaluable, una carta astral, y que es profundamente humana, tierna, con una inmensa sabiduría acumulada a lo largo de su larga experiencia de vida, y que prodiga a raudales para con sus semejantes. La Doñita es una síntesis de la sabiduría, de la ternura y de la más profunda comprensión por los demás. Su contra parte en la trama es La Gasolina, un chico travesti que se prostituye, es frívolo, sensible y muy gracioso. La Gasolina es un compendio de todas las circunstancias más dolorosas por las que puede haber pasado un niño para llegar a ser, y ser como es. Es la espontaneidad, el asombro, y sus poses y actitudes afeminadas le ponen una dosis del humorismo más profundo.
Ambos personajes se ven imbuidos en un cataclismo que pone fin a la humanidad en este planeta y antes de caer sofocados por agotarse el oxígeno hacen reflexiones de la más profunda trascendencia, pero que el humor afilado de José Ramón adereza de tal manera que, el respetable, llena la sala de sonoras carcajadas. El acierto del texto de la obra está precisamente en hacernos reír de aquello que debiera hacernos llorar a raudales. El único acto y cuadro se ubica en las ruinas de lo que fue un departamento, que el cataclismo ha dejado en lamentables condiciones. El juego de luces va poniendo los ambientes necesarios según el tono y circunstancia que va tomando la acción. La escenografía es de lo más sencillo, un sofá, que al inicio de la acción está fuera de lugar y posición, y una estructura colgante, pletórica de envases de pet que van cayendo a lo largo de toda la acción, y que, además de poner el efecto necesario, nos dan un mensaje con el elemento más contaminante que existe en este planeta.
En lo que toca a los elementos técnicos de la puesta, el mérito de la escenografía se debe a la labor combinada de Jesús Molina y Jonathan Cu. La iluminación, que en este caso es determinante para lograr los ambientes, es de César Moguel. El vestuario es una creación colectiva de los actores. La dirección de la obra fue asistida por Yeni Avila. A Pablo Herrero debemos la acertada dirección de este montaje, así como los apropiados efectos especiales que hacen creíble la delicada situación de seguridad de los personajes. El reparto de la obra fue de calidad superior. La Doñita, magistralmente interpretada por toda una señora de los escenarios, Eglé Mendiburu. La Gasolina fue encarnado por Teo Flores Herrera, que se puso al nivel, y su actuación no desmereció ante la de su avezada contra parte.
La acción da inicio con un terrible ruido y caída de objetos, hay polvo abundante en el aire, y una gran obscuridad; en medio de este caos, se oye una voz angustiada que clama: “¿Dónde quedó mi peluca? Esto es el apocalipsis, y yo con estos pelos”, que arranca la primera carcajada general. Desde el interior se escucha una voz que con angustia pide: “¿Hay alguien que me ayude? ¡Tengo una viga sobre la pierna!”. La Gasolina rescata a la Doñita y se sientan en el sofá a poner en orden sus ideas y analizar su situación. Muy pronto caen en la cuenta de que están atrapados sin salida, que no queda nadie más en el mundo y que tienen contado el oxígeno, que se agotará, marcando así el final de sus vidas. La Gasolina intenta buscar ayuda por medio de su celular, pero descubre que esto no es posible, no tiene señal. Se van serenando e inician una larga plática, a través de la cual cuentan sus vidas, sus dolores, sus sueños, y entre ellos va naciendo un profundo afecto. Un diálogo de profunda gracia se da cuando cada quien le pregunta al otro cuál es su verdadero nombre. “Me llamo María Elena de la Santa Cruz de Jerusalén”, informa la Doñita. “Me tocó en el santoral el día de adorar al emperador Constantino, y me zamparon este nombre”. “¿Y tú, cómo te llamas?”. “Ubaldo”, dice la Gasolina en un susurro y bajando la vista. Ambos se ríen con ganas. “¿Y, por qué te dicen la Gasolina?” “Ah, porque me enciendo muy fácilmente. Y hasta quito las manchas de los forros de los muebles dónde me acuesto”, informa con una amplia sonrisa.
En la plática va saliendo la infancia de la Gasolina, que fue un niño prodigio, de una memoria privilegiada, fotográfica; destacaba en la escuela por su facilidad para aprender, pero como siempre fue amanerado, lejos de serle útil la memoria, le trae envidias y serios problemas con sus compañeros. En su casa, vive un infierno, su padre lo violenta por su amaneramiento y un día, al llegar borracho, le dice: “Para que aprendas a ser hombre” y abusa de él, lo cual se va haciendo costumbre. “Y mi madre se hacía a la tonta, como que no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo”, dice con profundo dolor. “La cosa se puso peor, cuando al ir creciendo, mi papá decide cambiar el rol. Entonces mi mamá se volvió contra mí y me echó toda la culpa. Me salí de mi casa”, concluye con profunda pena. Luego cuenta su vida en las calles, el aprender a defenderse, el desarrollar el instinto por el peligro. “Esos que tienen cara de querubines, son los peores, son los que te pueden matar”.
La Doñita, describe su vida al lado de su marido: “Tenía un ojo chueco para este lado, y el otro quién sabe para dónde” Relata cómo presumía de rico, de tener cuatro casas chicas y del mal trato que le daba en la vida cotidiana. “Un día llegó, y no había terminado la comida, nunca más en la vida me volvió a hablar”, y agrega: “Su silencio fue un alivio en mi vida”. Sus reflexiones se encaminan al apocalipsis. “Doñita, usted que es bruja, déle marcha atrás a esto, sáquenos de aquí, déle rebobinar”. “¡No se puede! Si yo no tengo poderes, la gente cree que sí, pero no”. La Gasolina se empieza a marear, y dice: “Nunca nadie me ha abrazado con cariño”. “Ven acomódate aquí en mi regazo”, le dice la Doñita, se abrazan, se quedan dormidos y sus vidas se disuelven en la obscuridad como una pompa de jabón en el aire.
La obra conmueve profundamente al respetable que brinda al autor, al director y a los actores, tremenda ovación larga y sonora.
Salimos del Teatro Casa Tanicho, con una profunda agitación en el alma.