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Cultura

¿Quién manda a quién? Nuestro cerebro contra el libre albedrío

Pilar Faller Menéndez

A través de la historia, muchos pensadores se preguntan hasta qué punto el hombre ejerce su libre albedrío, lejos de influencias superiores o externas, cuando elige actuar, motivo por el cual, la ciencia, que no deja nada al azar, cuestiona y estudia al respecto.

En la Edad Media, los filósofos estudiaban la posibilidad de que el Universo estuviera influenciado bajo las leyes de la naturaleza y que hiciéramos lo que hiciéramos era Dios quien ya conocía las acciones y decisiones que tomaríamos, y ya en el siglo XX la psicología que comenzaba, también hizo escollos en la idea de que actuábamos por libre convicción, cuando Freud sacó sus teorías sobre los impulsos del inconsciente, en las cuales sugería que en realidad no actuábamos tan libremente.

Por su parte, la neurociencia, al estudiar el funcionamiento del cerebro, nos demostró que nuestra conciencia no era del todo autónoma como lo afirman las investigaciones del psicólogo Daniel Wegner realizadas en el año 2002, en las cuales llegó a la conclusión de que nuestra voluntad consciente no era lo que pensábamos, sino que estaba supeditada, en su gran mayoría, a eventos biológicos que muchos desconocíamos.

En la actualidad, no hay duda alguna de que es nuestro cerebro el que maneja nuestros pensamientos y sentimientos, por lo que para tener una vida mental sana, necesitamos un cerebro funcional, aunque los neurocientíficos cada vez apoyan más la teoría de que son muchas las actividades propias de los seres humanos, no suceden o provienen de nuestra cabeza, por lo que no es el cerebro donde podemos encontrar nuestro libre albedrío.

Por lo anterior, aunque nuestra actividad mental dependa del cerebro, no es del todo cierto que nuestro comportamiento pueda explicarse a través de éste, a pesar de que se han realizado numerosos estudios que tratan de encontrar dentro de la materia gris, donde se encuentra el punto que rige la moral y la ética del hombre, por lo que la neurociencia deberá tomarse todavía algunos años más para ver si lo encuentra.

Es cierto que los escáneres que han sido realizados detectan algunos cambios en los niveles de nuestro oxígeno en la sangre y los PET (tomografía por emisión de positrones), pueden medir los cambios que se dan en el flujo sanguíneo, cuando algo sucede, éstos solamente detectan los rastros grandes de nuestra actividad neuronal, y todavía no pueden detectar actividades menores.

Por lo tanto, la teoría de Descartes puede resultarnos más adecuada y digna, ya que el afirmó que “la voluntad es por naturaleza tan libre, que nunca puede ser contenida”, por lo que nuestro libre albedrío seguirá perteneciéndonos, a pesar de que la ciencia trate de probar lo contrario, éste estará presente las veces que tomemos una decisión consciente. Dejar al cerebro esta función, sería como perder la responsabilidad de nuestros actos y, en cierta medida, culparlo de cualquier cosa mala que hiciéramos.

Sartre pensaba que nuestra voluntad era absoluta, y que el único límite que tenía la voluntad era ella misma, por lo que no podíamos dejar de ser libres. De otra forma seríamos seres supeditados a lo que las funciones del cerebro nos hicieran pensar o hacer, lo que nos volvería en una especie de robots, porque somos nosotros quienes mandamos sobre nuestros pensamientos, y no lo contrario, al menos, hasta que la ciencia pueda demostrar que estamos equivocados.

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