Síguenos

Cultura

Unicornio Por Esto: Relatos de la biodanza en Cuba: entre ciencia y resiliencia, con Sonia Báez

Diego Barjau entrevista a la Dra. Sonia Báez para conocer sus vivencias en Cuba a través del sistema creado por el psicólogo y antropólogo chileno Rolando Toro Araneda, que busca facilitar procesos de crecimiento personal y colectivo con la biodanza.
Relatos de la biodanza en Cuba: entre ciencia y resiliencia, con Sonia Báez
Relatos de la biodanza en Cuba: entre ciencia y resiliencia, con Sonia Báez / Especial

En una oficina de cultura de La Habana, a finales de la primera década del siglo xxi, la Dra. Sonia Báez García (1947), científica apasionada por las artes y de labor tenaz, promotora de salud, escuchó por primera vez una palabra que cambiaría su vida: biodanza. Sin saber qué significaba, pero con una pulsión que fue como una especie de llamado interno, se aventuró en un camino que la llevaría a integrar su formación de doctora en ciencias técnicas y químicas con una práctica que trasciende los límites tradicionales entre ciencia, arte y salud.

Hoy en día considera que hay una búsqueda por poder, no sólo expresarnos, sino liberarnos a través del cuerpo, pero sobre todo una enorme necesidad por retomar la alegría de vivir. Casi 20 años después, Sonia se ha convertido en una de las principales promotoras de la biodanza en Cuba, un sistema creado por el psicólogo y antropólogo chileno Rolando Toro Araneda que combina música, movimiento y expresión emocional para facilitar procesos de crecimiento personal y colectivo.

“¿Biodanza?, ¿qué es eso?, nunca había oído esa palabra”

“Mi primer acercamiento a la biodanza fue así, aparentemente casual”, reflexiona Sonia al recordar aquel momento decisivo en 2008. “Pero era causal, era mi vida en un seguimiento de búsqueda de vínculos entre el arte, la ciencia y la salud y dentro del arte, de la danza”.

“Nunca había oído esa palabra”. Preguntó, indagó, y cuando se presentó en el lugar en Prado, se encontró con profesoras brasileñas, incluyendo una que había sido esposa del propio Rolando Toro. “Me quedé fascinada con aquello”, recuerda con una sonrisa. Sin embargo, la biodanza tenía sus propias reglas: “Empecé a hacer preguntas y preguntas y me decían: ‘No, no, Sonia, eso es poco a poco, es vivencial, todo es vivencial, tú tienes que tomar las clases y vivirlo para ir viendo”.

“Los conocimientos que vamos adquiriendo son para cambiar, si no ¿para qué?”

Como científica formada en el pensamiento crítico, Sonia experimentó inicialmente una tensión entre su necesidad de comprensión teórica y la metodología vivencial de la biodanza. “Como científica, queriendo la parte teórica y saber cuál era el basamento de eso, pero en el caso de la biodanza ellos insistían en que había que vivenciar, vivenciar, vivir aquí y ahora con la danza.”

Esta aparente contradicción se convirtió en una síntesis enriquecedora. “Siempre, desde el principio, vi una integración con la formación que me había dado la ciencia, porque siempre yo he sido muy crítica”, explica. Una fortaleza de Sonia es que mantuvo un equilibrio entre la aventurada curiosidad y cierta cautela, teniendo el valor de renovarse a sí misma a través de muchos cambios de paradigma personales “Siempre para subirme en el árbol, miro primero si me puedo bajar del árbol y cómo me bajo. Y entonces, y aparte que dudo, dudo. Desgraciadamente estoy quitando eso. Reforzando el confiar”.

Con el tiempo, Sonia descubrió que no había contradicción con el pensamiento y conocimiento científico sino complementariedad. Descubrió que tanto la física cuántica como el trabajar con la conciencia, como la sanación y la terapia... todo está conectado. La biodanza le ofreció un modelo que integraba conocimientos diversos con base científica, priorizando la vida, el amor, el amor incondicional, la colaboración, el altruismo, la comunidad.

Un homenaje a Rolando Toro

La figura del creador de la biodanza dejó una profunda impresión en Sonia: “Yo me fascino cuando leo los textos que escribió Rolando Toro”, se expresa con total asombro y curiosidad, “porque él fue capaz de integrar todos los conocimientos, estudiar, leer mucho y usar lo bueno de cada uno, como yo lo veo”. Considera que el legado erudito y creativo de este maestro se inspira, atiende y pone en crisis desde Freud, al budismo, el confucianismo, el hinduismo, pasando por la filosofía occidental hasta, finalmente, la danza.

Esta capacidad integradora resonó profundamente con las preguntas más personales de Sonia, también con su visión de coherencia entre pensamiento, emoción y acción; su mente es veloz, con humor da un salto cuántico para hacer una analogía al recordar haberse hecho una Tomografía de Coherencia Óptica, deviene en la reflexión analógica de que muchos pensamos una cosa, sentimos otra cosa, hablamos otra cosa y hacemos otra, buscando en su propia vida alinear todas estas dimensiones. “Y a veces los cuatro términos esos son distintos... Entonces hay que ser coherente. Coherente, es la palabra: coherencia”. ¿Será que al final nos falta esa coherencia entre la luz del conocimiento científico y su aplicación real en el desarrollo tecnológico? ¿Acaso acumulamos saber sin que este transforme verdaderamente los problemas fundamentales de la humanidad?

“La coherencia no nos la da solamente eso”, reflexiona Sonia cuando le planteo estas preguntas. “La coherencia nos la puede dar todo junto. El conocimiento general, no sólo el científico, el sentir, el ser y la espiritualidad. Unidas, mente, cuerpo y espíritu pueden dar la coherencia. Y sí, nos falta esa coherencia”.

Para ella, tampoco se ha perdido exactamente la potencia de lo sencillo: “Se ha perdido la sensibilidad por lo sencillo. El poder apreciar, el poder sensibilizarnos con lo sencillo, con lo simple, con el amanecer, con la puesta de Sol, con la flor”. ¿Será que en nuestros estilos de vida posmodernos y fragmentados hemos perdido esa capacidad de asombro ante lo aparentemente simple? “Hace falta tener esa conciencia todo el tiempo, estar en la conciencia del cuerpo físico y en la espiritualidad unidos”, añade Sonia. “Cómo caminas, cómo mueves los brazos, cómo hablas, cómo respiras, esa es la conciencia corporal”.

La llegada de la biodanza a Cuba

El proceso formativo fue intensivo y colaborativo. Maestros de toda Latinoamericana —principalmente de Chile, Brasil, Venezuela y México— viajaron a Cuba cada tres meses durante cinco años para impartir los 24 módulos que integran la formación. “Todos de Latinoamérica, fundamentalmente chilenos, porque ahí fue donde surgió la biodanza”, reitera Sonia.

La experiencia fue transformadora no solo a nivel personal sino también organizativo. Sonia participó activamente tanto como estudiante como organizadora, buscando espacios para los talleres: “Trabajamos en Prado, en el centro de la danza con Rosario Cárdenas un tiempo que nos prestó ese lugar. Y cuando no había posibilidades en ese lugar, pues trataba de buscar otro. Buscamos lugares de teatro en El Vedado... También lo hicimos en el hospital (Manuel) Fajardo”.

El proceso culminó con una graduación memorable en el Hotel Habana Libre, “donde vinieron muchos latinoamericanos, muchos, muchos, muchos, básicamente latinoamericanos”.

De los más de 30 participantes que comenzaron la formación, menos de 15 se graduaron como facilitadores de biodanza. “Así es la vida en algunos casos”, reflexiona Sonia con sabiduría. La realidad es que actualmente muy pocos continúan dando clases activamente.

La constancia en el danzar, y su compromiso social

“Llevo dando clases de biodanza ya como 14 años”, cuenta Sonia, “porque cuando estaba en formación ya empecé a dar clases como parte de la práctica. Ya después de graduada en 2015, son 10 años con el título, pero haciendo biodanza ya como 17 años”.

Su presencia por diferentes espacios refleja tanto su persistencia como las dificultades del contexto cubano. Comenzó en una iglesia episcopal del Vedado, “un espacio pequeño pero abierto, con plantas, bien”, luego en una casa cercana que le ofreció el jardín —una oficina estatal— hasta que llegó la pandemia y les dijeron que no podía continuar. También ha impartido biodanza en casas del Vedado que eran sede de revistas culturales, en el Jardín Botánico, en el Museo Nacional de Bellas Artes y en otros espacios.

Hace más de tres años encontró el Estudio Cimarrón, “un lugar con muy buena energía” donde actualmente desarrolla su trabajo. Sin embargo, como ella misma reconoce: “Todo cambia, en cualquier momento tal vez tenga que salir de ahí”.

Uno de los aspectos más notables del trabajo de Sonia es su dedicación desinteresada y su enfoque social. Su grupo está compuesto principalmente por adultos mayores, “la mayoría mayores de 70”, subraya, “jubilados que aportan ‘poco’ desde el punto de vista económico al estudio”. “Yo tengo muchas alumnas que son ‘comunitarias’, que son favorecidas, que no pagan prácticamente”, explica, reconociendo que es “una profesora que aporto(a) poco al Cimarrón desde el punto de vista económico” comparado con otros cursos como salsa o rumba que atraen más extranjeros.

Durante 10 años impartió clases completamente gratuitas, como parte de un compromiso social no formalizado basado en el hecho de que “nosotros no pagamos nada... cuando la biodanza se paga en el mundo mucho para formarse como profesor ”.

La biodanza como acto de resistencia

El trabajo de Sonia representa más que una práctica terapéutica; es un acto de resistencia cultural y espiritual. Antes de conocer la biodanza, ya había desarrollado “La danza de la salud”, un proyecto como promotora de salud que incluía “nociones de salud general, uso de ‘medicina verde’: el buen uso de jengibre, de cúrcuma, de clavo, de elementos que podamos tener y usar tan necesarios en este país”.

“Cuando yo supe de la biodanza, dije: eso es lo mío. La danza de la vida es (un concepto) más amplio que la danza de la salud, pero es todo lo mismo”, reflexiona. Para ella, “ser promotora de salud o de la biodanza es todo lo mismo. Porque es una forma de prevenir”, explicando que no se trata solo de ‘hacer gestos’ sino de “cobrar conciencia de lo que haces, de la energía que estás moviendo...”, como las disciplinas del chi o ki en Asia, la energía vital que nos conecta con la energía del universo; “informarle a la conciencia que estás haciendo eso para ti, para tu beneficio, para tu salud, para ser más feliz, para ser coherente, para ser auténtico”.

Su tesis de graduación, titulada Danzar para llegar al lugar donde nadie envejece, encapsula esta visión de la biodanza como una práctica que trasciende las limitaciones temporales y físicas de la existencia humana.

Mover los pies levantando el polvo de estrellas:  fractales del universo

La integración que Sonia ha logrado entre ciencia y biodanza se manifiesta en observaciones poéticas que revelan una cosmovisión integrada. Recientemente, al conocer la OCT, que está utilizando para tratar un problema de retina, quedó fascinada por las imágenes: “Cuando tú ves las fotos esas de tu ojo por dentro, tú dices: es el universo. Es impresionante, es el universo, la belleza.”

Esta experiencia reforzó su comprensión de la interconexión universal: “Qué coherencia hasta qué punto no nos damos cuenta que ‘somos polvo de estrellas’, que somos una minucia. ¿Y por qué entonces queremos fajarnos y queremos dividirnos”.

La trayectoria de Sonia Báez con la biodanza y su trabajo continuado representan un testimonio de fe en el poder sanador del movimiento consciente y la conexión humana.

Sonia sueña con escribir sobre sus experiencias: “Llevo mucho tiempo queriendo hacer mi libro o mis notas de texto de biodanza, de mi vida, de las vivencias de los alumnos, las cosas que me han ido diciendo que son increíbles... cómo la vida les ha cambiado a partir de hacer biodanza.” Su visión trasciende lo personal para abrazar una comprensión cósmica: reconoce que vivimos en un “país divino, pero con un kharma muy fuerte, muy duro. Como muchos de nuestros países de Latinoamérica”.

En un mundo cada vez más fragmentado, el trabajo de Sonia nos recuerda que la coherencia —entre pensamiento, emoción y acción— no es sólo un ideal terapéutico sino una necesidad para la supervivencia de nuestra humanidad compartida, un recordatorio de que, efectivamente, somos polvo de estrellas danzando en un universo de belleza infinita. “Ahora yo vivo agradeciendo”, concluye.

La biodanza continúa desarrollándose en Cuba a través del trabajo dedicado de facilitadores como Sonia Báez, quien mantiene viva esta práctica que integra ciencia, arte y espiritualidad en una síntesis única adaptada al contexto caribeño. Si tienes interés en acercarte a esta manifestación pluripotencial y estarás en La Habana, puedes asomarte por el Estudio Cimarrón en El Vedado.

Siguiente noticia

Unicornio Por Esto: Theatron