
La literatura de Bárbara Jacobs se mueve como la memoria: avanza en espirales, vuelve sobre sí misma, ilumina recuerdos, los reinterpreta y los convierte en relato. En su casa de palabras habitan los silencios, las evocaciones y los desdoblamientos de identidad. No es gratuito que se le considere una de las voces más singulares de la narrativa mexicana contemporánea, heredera de una tradición de escritores que entienden la literatura como una forma de resistencia ante el olvido. El peso de un nombre y la ligereza de un seudónimo.
Aunque el mundo la conoce como Bárbara Jacobs, en su apellido conviven rastros de migración y mestizaje. Nacida en 1947 en la Ciudad de México, es nieta de libaneses y judíos, herencia que se refleja en una escritura que dialoga con la extranjería, la identidad y la memoria familiar.
“Aunque nací en México, mi familia me transmitió la memoria de la emigración, de la lengua extranjera, de los objetos cargados de historia. Eso se traduce en mis textos: hay siempre un desarraigo, un anhelo, una nostalgia que vienen de ahí, de mi herencia libanesa”, expresa.
En la conversación, se detiene en el tema del nombre: cómo un seudónimo puede ser un refugio, una segunda piel, un espejo en el que se reconoce otra parte de sí. “Escribir —explica— es traducirse, incluso a una misma. No basta con vivir, hay que pasarlo al lenguaje para comprenderlo”.
Escribir es traducir
Para Jacobs, la literatura es ante todo un acto de traducción. No en el sentido convencional de pasar de un idioma a otro, sino en el de convertir lo inasible en lenguaje. “Traducimos lo que no tiene forma: las emociones, las impresiones, los silencios. Incluso cuando escribimos en nuestra lengua materna, estamos traduciendo lo que sentimos y pensamos”.
Esa noción recorre su obra desde Las hojas muertas (1987), novela con la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, hasta títulos más recientes como Florencia y Ruiseñor (2015) o La dueña del hotel Poe (2021). En cada libro, Jacobs traduce su mundo interior en un mapa literario que invita a los lectores a perderse entre la intimidad y la reflexión.
La memoria como resistencia
Si hay un eje que articula su escritura, ese es la memoria. Pero no entendida como un ejercicio nostálgico, sino como un acto de resistencia frente al olvido.
“Puedo decir que recordar no es un acto nostálgico sino una forma de resistencia. La memoria es lo que nos ancla, lo que nos salva del olvido y de la desaparición. Yo escribo para retener lo que de otro modo se perdería, reflexiona.
Para Jacobs, recordar es salvar lo que de otro modo se perdería. Así lo plasma en su narrativa, donde los personajes no sólo evocan, sino que reconstruyen, vuelven a vivir y reinventan lo vivido.
La novela Vida con mi viuda (2004), por ejemplo, plantea un juego de espejos donde la protagonista dialoga con su propio doble, como si la memoria abriera puertas a otros yo posibles. “Siempre me ha fascinado la idea de que somos muchos dentro de una sola persona”, comenta en entrevista.
Entre la intimidad y lo universal
La prosa de Jacobs oscila entre lo íntimo y lo universal. Lo personal se convierte en materia literaria y, al mismo tiempo, en experiencia compartida. Así, sus recuerdos familiares, sus lecturas y sus obsesiones terminan por hablar de todos nosotros.
Esa capacidad de tender puentes ha sido reconocida en México y en el extranjero. En 2003 recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su libro Adiós humanidad, y sus obras han sido traducidas a varios idiomas. En cada reconocimiento late la certeza de que su literatura, aunque profundamente personal, toca fibras comunes.
Una generación y muchas herencias
Jacobs pertenece a una generación de escritoras que consolidaron un espacio en la literatura mexicana junto a figuras como Rosario Castellanos, Margo Glantz y Elena Poniatowska. Hoy, mira con entusiasmo la obra de autoras más jóvenes. “Estamos en un momento extraordinario para la literatura escrita por mujeres en México. Ellas han abierto caminos y conquistado espacios que antes estaban cerrados. Veo con admiración la obra de autoras más jóvenes y me reconforta saber que la literatura mexicana tiene un presente y un futuro brillante gracias a ellas, reflexiona mientras muestra una sonrisa de complacencia sin parangón.
El arte de vivir dos veces
Cuando se le pregunta qué significa para ella escribir, la respuesta es clara y contundente: “Escribir es vivir dos veces. Es mi manera de habitar el mundo y también de sobrevivir a él”.
La frase resume no sólo su vocación sino también su destino: vivir, recordar y volver a vivir a través de las palabras.
En la conversación, su voz serena revela a una autora consciente de su papel: preservar lo que el tiempo erosiona, traducir lo invisible, y regalarnos con cada libro un espejo para mirarnos desde otros ángulos.
Entre recuerdos, traducciones y desdoblamientos, su obra sigue abriendo caminos en la literatura mexicana. Leerla es mirarse en un espejo que devuelve preguntas más que respuestas, y en ese reflejo, poder descubrirnos.
Y es que Bárbara Jacobs escribe desde la memoria, pero también hacia la memoria: la suya, la nuestra, la de un país que se busca en los reflejos de sus narradores. Leerla es entrar a un territorio donde lo cotidiano se convierte en relato, y donde el olvido pierde la batalla ante la palabra.