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Vicisitudes de un mánager novato

Jorge Canto Alcocer

El momento estelar de la Serie Final pareciera encontrarse en el quinto episodio del séptimo juego, cuando Leones contaba con una significativa ventaja, que el bullpen no pudo mantener. La entrada de Miguel Peña en esas circunstancias, de acuerdo con la enorme mayoría de los “managers de tribuna”, fue el error decisivo que inclinó la balanza del lado acerero. Sin dejar de señalar que aquello fue una enorme equivocación, lo cierto es que hubo, previamente, otras situaciones clave en las que el manager Gerónimo Gil modificó su exitosa estrategia habitual y, en todos los casos, salió con la derrota a cuestas. Lo que ocurrió en el séptimo partido, el más exigente y dramático, fue, pues, consecuencia de un comportamiento sostenido durante la Serie Final, y no mostrado ni durante la campaña regular ni durante los primeros playoffs.

Como este espacio y la mayoría de los análisis serios señalaron, Leones sin duda fue marcado como favorito para ganar una serie cerrada. Tras el quinto juego, y particularmente después del épico triunfo de César Valdez, el pronóstico pareció confirmarse. Pero… ¿dónde se localizaba la ventaja melenuda? No en el bateo, por supuesto, en el que Monclova mostraba una maquina de gran poder y muchos rostros; tampoco en el fildeo, en que ambos equipos mostraban ligeras deficiencias; menos en la estrategia, en la que el novato Gil necesariamente estaba muy lejos del conocimiento y la experiencia de Pat Listach, con un palmarés de más de una década como manager en las Menores de Estados Unidos y tres años como coach en equipos de Grandes Ligas. El único ámbito en el que Leones superaba claramente a los Acereros era en el pitcheo, en particular el abridor… el único, pero el principal. Cuando aventajas en “el nombre del juego”, y, además, tienes abridores que te llegan hasta las últimas instancias, tienes todo de tu parte para hacer la faena.

En el juego dos, en Monclova, Leones llevaba ventaja de dos carreras al llegar la fatídica. Negrín les estaba auténticamente dando de comer en la boca a los poderosos Acereros. Tras iniciar con un ponche –su retirado número trece en fila-, admitió dos “podridos” y cedió un pasaporte rigorista. ¿Quién era, en esas condiciones, el que podría enfrentar con mayor oportunidad la amenaza? Sin duda, el propio Negrín, quien se especializa en salir de ésas y es uno de los pitchers que más obliga al roletazo. Gil no lo pensó así, lo sustituyó por Manny Parra, y ahí se escribió la historia de ese encuentro. En el juego cinco, otra vez la mula al trigo: Negrín, sin verse tan fino, había consumado una salida de calidad, con dos carreras limpias, cinco jits y tres bases en seis episodios. Con el juego empatado, y Negrín con suficiente cuerda para arribar al menos al séptimo, de nuevo pensó que Parra era el hombre. Pasó exactamente como en el juego dos, y Leones vio esfumarse su ventaja: todo se decidiría en un séptimo juego.

Ciertamente en ese partido, Gil se negó a sí mismo. Renunciando a su ventaja competitiva, el oaxaqueño sacó a un Samayoa que estaba vibrante –aunque bajo un conteo muy castigado- y tenía la delantera en el score. Ahí, independientemente de quien entrara a relevar, ya Leones se encontraba en grave riesgo, lo que finalmente se materializó de manera catastrófica. La estrategia de Listach de usar a sus “Nasty Boys” –en recuerdo a aquel invencible trío de relevistas que coronaron campeones del mundo a los Rojos de Cincinnati de 1990, otro equipo, por cierto, sin abridores estelares- enmudeció a la ofensiva selvática, con lo que la obra se completó.

En el balance final de la Serie, el peso del factor estrategia terminó siendo desmesurado. A la hora buena –los juegos dos, cinco y siete-, el manager novato de Leones abandonó el plan de juego que lo caracterizó durante los dos meses y medio que dirigió -playoffs incluidos-, y que le redituó un récord general de 35 triunfos en 51 encuentros, el mejor en el lapso. Duro aprendizaje, que deberá repercutir en su desarrollo como piloto en los años por venir. La Corona se la llevó, merecidamente, un manager experimentado, que supo hacer los ajustes en el bateo, ya que la parte medular de su ofensiva fue totalmente anulada, y mantuvo su plan de pitcheo, basado en el uso de un auténtico enjambre de relevistas desde muy temprano en cada partido.

Con todo, hemos de reconocer que Leones cumplió con una extraordinaria temporada, caracterizada por una recuperación asombrosa, unos playoffs pletóricos de éxitos y hazañas, y una Serie Final que nos mantuvo en el filo de la butaca hasta el último out. Un año realmente inolvidable y que vivimos, como aficionados, con gran intensidad. Han cesado ya los alaridos… la locura descansará brevemente, el tiempo que el hermoso Kukulcán repose. El aficionado saciará su sed en otras fuentes, pero con la expectativa de que, con la primavera, llegará el Béisbol de los Leones. Hasta entonces… hasta siempre…

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