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Una anécdota muy taurina y muy oportuna

Por Ele Carfelo

En los primeros meses del 2020, cumpliré OCHENTA Y OCHO AÑOS. Si puedo calificar el resultado de esos años, me atrevo a decir que he vivido una vida INMENSAMENTE FELIZ. Y todo ello se lo debo a Dios, Nuestro Señor, quien se ha valido para que yo reciba tan extraordinario regalo, de muchas personas, pero usando el mismo instrumento: EL AMOR.

Anoche, mientras el sueño se apoderaba de mí, viví hermosos momentos de agradecimiento, repasaba en mi memoria, quiénes habían sido esas personas, y ahorita que me siento a escribir mi columna, sigo disfrutando esos momentos de agradecimiento. Creo que quien más amor me ha proporcionado en estos años, pues viví a su lado durante seis años de noviazgo y sesenta de matrimonio, fue mi adorada esposa, de quien sigo enormemente enamorado, a pesar de que hace tres años que ya no está físicamente a nuestro lado. Vienen enseguida mis familiares: mis padres y mi hermana, mis hijos, mis nietos y bisnietos.

Y enseguida, LOS AMIGOS Y AMIGAS. Mis maestros y condiscípulos de toda la vida, compañeros de trabajos, de deportes, de diversiones, compañeros y compañeras de fiestas, reuniones, otras actividades sociales y religiosas, y yo, muy en particular, la gente que he tratado y frecuentado a través de mi “hobby”: mi pasión por la fiesta de los toros. Entre todas estas personas, ha habido una muy especial, de quien recibí, sobre todo, una gran orientación para vivir, quien me enseñó a hacerlo, con consejo y testimonio de vida. Fue un sacerdote: Don Ramón Bueno y Bueno. Lo conocí en un Curso de Vida Cristiana, yo tenía 30 años, y hacía cinco que me había casado. Su consejo y su testimonio de vida nunca me dejaron de acompañar en mi vida, que a partir de entonces, se hizo feliz. Esa amistad, esa relación de Don Ramón con mi familia, y con las familias de muchos de mis amigos matrimonios también, sólo duró unos 27 años pues él había nacido en España, en un pueblo de Salamanca, llamado Macotera y había hecho sus estudios religiosos en la Universidad de Comillas en Salamanca, hasta que don Fernando Ruiz Solórzano, al ser ordenado Arzobispo de Yucatán, lo invitó a ser su Secretario Particular, en nuestra arquidiócesis, y desde entonces vivió entre nosotros. Al fallecer Don Fernando Ruiz, Don Ramón estuvo en Yucatán unos años más, hasta que tuvo que regresar a vivir a su país natal, donde dirigió por algunos años la “Fundación Rodríguez Fabrés”, que era un instituto educativo para jóvenes de escasos recursos, donde impartió sus conocimientos hasta el día de su muerte, que sucedió el 25 de diciembre de 1989. Tenía Don Ramón apenas 67 años de edad. Fue un golpe muy fuerte para las personas que bien lo queríamos cuando recibimos la noticia, en plena cena de Navidad.

Pero… ¿qué hace esta historia en una columna taurina? ¡Pues que otra de las causas que hacía agradable nuestra amistad, es que Don Ramón era -como yo- un gran aficionado a la fiesta de toros, y hoy deseo contar una anécdota que viví con él, en la Plaza de Toros “Mérida”.

Ya hemos dicho que el Padre Bueno nació en Salamanca, España. Pues en aquellos días en que estaba acá, una de las grandes figuras que tenía el toreo español, era… un torero nacido en Vitigudiño, que era otro pueblo de Salamanca, muy cercano a Macotera, donde Don Ramón había nacido, y la Empresa del Capitán Castro Gamboa, trajo a la Plaza “Mérida” a torear, precisamente a ese torero: Santiago Martín “El Viti”, nacido en Vitigudiño, Salamanca. A Don Ramón, español, taurino y salmantino, y además, conocido del toreo, se le ocurrió decirme: “Vamos a saludar a “El Viti” al hotel… y fuimos el domingo por la mañana, donde charlamos unos minutos con el gran torero. Nuestras localidades en la plaza, estaban en una tercera final de “Sombra”, y a la hora de matar a su segundo toro, se acercó a nuestra barrera “El Viti”, y le brindó el toro a Don Ramón, lo que causó una gran satisfacción a mi amigo, quien tenía una gran sonrisa en los labios. Pues resulta que Santiago Martín, gran torero, estaba en uno de sus momentos de inspiración, y comenzó a arrancar una hermosa faena al buen toro que había brindado al sacerdote, y precisamente en esos momentos, un vendedor de cerveza y gaseosas ofrecía su producto, impidiéndonos ver a gusto aquella joya de toreo. Don Ramón, disgustado por la interrupción, dijo al vendedor separándolo con el brazo: “¡Ande hombre, los mercaderes, fuera del templo…!

elecarfelo@hotmail.com

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