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La Plaza de Toros 'Mérida”, ¿un oasis en medio de la mediocridad y el fraude?

Por Jorge Canto Alcocer

Al menos un par de veces en cada uno de los últimos festejos, el buen amigo, mejor taurino y magnífico Juez de Callejón de la “Mérida”, Dr. César Briceño, ha proclamado con entusiasmo y enjundia “aquí Bailleres no maneja la Fiesta”, en alusión al poderoso empresario que rige los destinos de la Plaza México y varias otras de provincia, y en las que son comunes el toro chico, afeitado, las ganaderías “a modo”, los toreros “figuras”, como “El Juli” o Enrique Ponce, y los jueces dadivosos, como el ya célebre Jorge Ramos, que regala orejas, rabos e indultos como si fueran empanadas en la Monumental de Insurgentes, que alguna vez fuera llamada “la Plaza más grande del mundo”, pero que hoy es denominada “la Plazota”, con el significado de grande en dimensiones pero insignificante en contenido.

No negaré que continúo muy emocionado con el gran triunfo de Uriel Moreno “El Zapata”, la tarde del aniversario de nuestro Coso. Pero quiero ahora recalcar las condiciones que hicieron posible dicho triunfo. Es cierto que Uriel es un torero honesto, valiente, y que en los últimos dos o tres años ha estado desarrollando una tauromaquia madura, reposada, profunda; es cierto, pues, que el tlaxcalteca es un TORERAZO de excepción, tal vez el mejor nacional que pisa los ruedos en el momento actual… pero, con todo el mérito de su apuesta y su personalidad, con todo lo que le aporta por su quehacer personal, la condición sine qua non para llevarnos a los terrenos de la locura y la pasión la dio EL TORO: el animal musculado, bien proporcionado, OFENSIVO, con la madurez y el peligro que dan LA EDAD, y el encanto que da EL TRAPÍO.

Este domingo, cuando durante las pausas obligadas del festejo meridano, consultaba el desarrollo de la corrida de la Plaza México, con sus tendidos desolados y sus orejitas de oropel, alzaba la mirada para ver los tendidos repletos, los gestos ansiosos y los silencios expectantes de nuestra gente, vestida además de albo, como cuando hace 91 años se corrió un poderoso encierro de Piedras Negras. Fue como transportarme a aquel momento: la Plaza de Toros “Mérida” continúa fiel a su esencia, y funda su espectáculo en el TORO, y ello es lo que permite que EL TORERO sea capaz de llegar a los extremos que vimos en EL ZAPATA. Un torero entregado, emocionado; un público expectante, rayando en la locura y el frenesí… En cambio, en la Plazota capitalina, la que maneja Bailleres, lo común es un desfile de mansos, inválidos, pequeños, descastados… y fuera de la mediática corrida del 5 de febrero, los festejos son en familia, con villamelones y jueces obsequiosos.

Se vive en nuestra Mérida un bello despertar taurino. Como apunté en la crónica correspondiente, la comunión alcanzada entre una empresa seria, responsable y comprometida, y un público entusiasta y participativo, es algo realmente excepcional, y es lo que ha permitido la lidia de auténticos TOROS, algunos de gran calidad, otros que han sido EL BARBAS, pero todos de juego interesante y provocativo, que es lo que hace que, cuando el matador acaricia el triunfo y la verdad, la emoción se desborde y se cree, auténticamente, un arte vivo y dialéctico.

Tristemente, esta realidad es también excepcional, porque en las plazas de Bailleres, como en la mayoría de las demás, ya sea en ciudades chicas o grandes, en ferias o temporadas, abundan los chivos bien rasurados y las prácticas fraudulentas. Y en esas plazas lo común son los tendidos desolados, aunque las reseñas nos hablen de triunfos inenarrables, con orejas, rabos, indultos y todo cuanto se les place inventar.

Tras esta corrida de aniversario, en la que renovamos nuestros votos de amor por la más bella de todas las fiestas, queremos felicitar a nuestra querida Plaza “Mérida” por un año más, a nuestro querido público, por su entrega y su entusiasmo, a nuestras autoridades y empresa, cada una cumpliendo el rol que le corresponde… Hemos vivido, con gran emoción, el misterio más bello y hermoso de la Fiesta, la conjunción de vida y muerte, eros y tánatos, merced a un auténtico TORO y a un auténtico TORERO. Lo demás -la terrible crisis de la tauromaquia mexicana- NO es lo de menos, pero podemos desterrarlo acaso por un día…