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Francesc Ligorred Perramon* ¿Leyenda y/o historia catalana?
Colom per tu sera mon derrer himne com per tu fora lo primer adlantich
per tu fora oh Colom mont cant primer per tu sera el derrer
que surti de ma lira
si Aquell que a tu inspirava a mi m’inspira.
Jacint Verdaguer, “Colom”
En Catalunya el culto a Colom es visible en el arte, ahí está el imponente monumento frente al puerto de Barcelona con una escultura del Almirante que, inagurada en 1888, señala con su dedo firme no a América sino al mar Mediterráneo, un dedo índice que apunta, según unos, a Génova, su “ciudad natal”, y, según otros, a las islas Baleares, donde realmente pudo haber nacido. Ignominiosos son los relieves en bronce que muestran “una visión general de la historia del descubrimiento de América”; por cierto, que estos relieves de Josep Llimona, pronto desaparecieron, siendo sustituidos (1929) por otros más duraderos e igualmente coloniales. Este monumento de sesenta metros de altura, con una columna de la victoria, un ascensor interior y una estatua de Colom de siete metros es, desde su ubicación estratégica en el Portal de la Pau, al final de la Rambla, un ícono de la ciudad. Aquí debo recordar el estupor que manifestó el poeta maya Isaac Carrillo Can cuando, en noviembre de 2016, visitamos esta obra historicista levantada en homenaje a Colom y que, dícese, evoca el “triunfo de la civilización”.
Mencionar también el mural-pompier Cristòfor Colom rebut pels Reis Catòlics (1926) del pintor Francesc Galofré en el Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat, donde vemos al Almirante exponer a los pies de los católicos monarcas Isabel y Ferran las primicias de una tierra virgen –incluidos sus moradores– “conquistada sin sangre”. La pintura, ilustrada con el nudo gordiano “Tanto monta monta tanto”, está flanqueada por otras de “temática españolista”, pero tal parece que en la sede de la presidencia de Catalunya la tan evocada “memoria histórica” limita su aplicación a los símbolos franquistas y a la monarquía borbónica de Juan Carlos y Felipe VI, olvidando, una vez más, el desastre humano y cultural que significó la conquista y colonización de los pueblos originarios de América, donde la presencia catalana –en todos los niveles– si bien fue, por disposiciones legales, intermitente, nunca dejó de ser presencialmente relevante.
Ya el poeta Jacint Verdaguer, inspirador de la Renaixença cultural y lingüística catalana y autor de L’Atlàntida (1877), había sentido atracción por “la història antiga i el Descobriment d’Amèrica”, en especial por la gesta de Colom, gesta que decidió emular viajando (1874-1876) a las Antillas como capellán de barco de la empresa Transatlántica. Verdaguer, a través de sus textos, incorporó para siempre términos originarios de las lenguas amerindias al idioma catalán, entre otros, caiman, canoa, ceiba, colibrí, hamaca, huracà, mamei, manatí, sinsont i panamà.
La controvertida discusión, académica y/o diletante, sobre la catalanidad de Colom ha sido tema recurrente de los estudios americanistas catalanes, al punto que se pone en duda que partiera del andaluz puerto de Palos en agosto de 1492 y que sí lo hiciera desde la ampurdanesa costa de Pals. Tal disquisición se sustenta en que cuando regresa de su primer viaje a América en abril de 1493, los Reyes Católicos lo reciben en Barcelona y no en Sevilla o en Toledo, confirmando que Colom llegó a la capital catalana por tierra cruzando –a caballo– la península ibérica, aunque también pudo haber salido del Palos atlántico y desembarcar de regreso en el Pals mediterráneo. Por cierto, en Pals, población con un magnífico recinto medieval y con el mejor mirador empordanès, viene celebrándose anualmente una “jornada colombina” en la que se recrea la llegada del navegante y sus hombres a este enclave de la hoy turística Costa Brava, una playa que tal vez vio juguetear al niño Cristòfor.
Hernando Colón, su hijo natural, relata en Historia del Almirante (siglo xvi) la llegada a Barcelona:
Salieron a su encuentro todos los que estaban en la ciudad y en la Corte; y los Reyes Católicos le esperaron sentados públicamente, con toda majestad y grandeza, en un riquísimo trono bajo un dosel de brocado de oro, y cuando fue a besarles las manos se levantaron, como a gran señor, le pusieron dificultades en darle la mano y le hicieron sentarse a su lado. Después, dichas brevemente algunas cosas acerca del proceso y resultado de su viaje, le dieron licencia para que se fuese a su posada hasta donde fue acompañado por toda la Corte. Estuvo allí con gran valor y con tanta honra a sus Altezas que, cuando el Rey cabalgaba por Barcelona, el Almirante iba a un lado y el Infante Fortuna a otro, no habiendo antes costumbre de ir más que dicho Infante que era pariente muy allegado al Rey.
Pero ese 3 de abril de 1493 Colom fue recibido con menos solemnidad de la que se quería significar, ya que no se encuentra ningún dato en los archivos regionales que lo acredite.
Miquel Batllori, en su estudio Pre-descobriment, Descobriment i període colombí (1984), considera que el recibimiento quizás no fue pomposo, aunque sí lo atendieron “concelleres” en el Consell de Cent, pero los “dietaristes” de la ciudad y de la Generalitat ni tan solo lo mencionan, reconociendo en cambio que queda probado que los Reyes, que ya llevaban en Barcelona una larga temporada, se percataron de la trascendencia del hecho “por las prisas con que procuraron de obtener del papa Alejandro VI bulas favorables que compensaran las que los reyes de Portugal habían ido consiguiendo desde el siglo xiv en relación con las navegaciones atlánticas”. Colom entregó a los Reyes muestras de las tierras lejanas: oro, piedras preciosas, algodón, maíz, caña de azúcar, patatas, loros y otros animales. Le acompañaban unos “indígenas”, los primeros llegados a Europa, que fueron bautizados en la catedral de Barcelona. Se ignora si el navegante conocía el nombre de los productos que portaba y si los “indígenas” pronunciaron, en aquella ocasión, palabras americanas. Para el Almirante eran “caníbales” o “caribes”, pues en el Diario del primer viaje registra estas formas léxicas. Una de las preocupaciones constantes de Colom fue “tomar lengua, haber lengua”. La personalidad y nacionalidad del Almirante continúan siendo hoy cuestiones candentes: Josep M. Castellnou, como veremos, en su obra Cristòfor Colom català (1989) llega a la conclusión de que Colom hablaba catalán.
Miquel Coll i Alentorn, entusiasta conocedor del tema, nos ofrece un comentario denso y explícito en su artículo Catalunya y América (1986) que reproducimos a continuación:
Y debemos afrontar ahora el misterio de Cristòfor Colom a la pregunta de si fue catalán o no, problema suscitado modernamente por el profesor peruano Luis Ulloa (1927), con razones de diversa validez, pero algunas suficientemente convincentes. Y decimos “suscitado modernamente” porque casi coetáneamente al descubrimiento, parece que Pere Mártir de Angleria ya había identificado al Descubridor con el mallorquín Joan Colom y más tarde Serra i Postius ya había afirmado su origen catalán, aunque aceptando que había nacido en Génova. No es este evidentemente el lugar de detenernos a examinar esta cuestión, pero no quisiera dejar de subrayar que la forma castellana del apellido del Descubridor no tiene aplicación plausible más que partiendo del catalán Colom. El Colombo genovés habría dado en castellano Colombo, mientras que Colom había de dar necesariamente Colón ante la dificultad casi insuperable, que experimentan los castellanos al pronunciar una “m” al final de la palabra, la cual cosa hace que la conviertan en “n”; como en Referéndun o Dominus vobiscun.
Añadimos aquí que, inexplicablemente, el documento de las Capitulaciones de Colom con los Reyes Católicos, firmadas el 17 de abril de 1492 en Santa Fe, durante el sitio de Granada, se encuentra en el Arxiu Reial de Barcelona y no en un archivo de la Corona de Castilla, como sería natural”. Lo cierto es que el 2 de enero de 1492 Colom presencia la entrada triunfal de los Reyes en Granada, donde se culmina la Reconquista española frente a los “moros” y, por qué no, comienza la conquista americana.
Otro aspecto a tomar en cuenta con la posible catalanidad del Almirante es el origen de su gentilicio, siendo frecuente el apellido Colom en Catalunya. Este argumento se sustenta, además, en que el Almirante no hablaba correctamente el castellano y era considerado “extranjero” por la corte de Castilla, una corte que dada la envergadura del proyecto de Colom no podía reconocer políticamente que tal gesta se atribuyera a un navegante genovés, portugués, judío, ibizenco o, mucho menos, catalán. Motivado por la pregunta ¿Leyenda y/o historia catalana? y como observa el lector de esta nota colombina se ha optado excepcionalmente por la forma catalana Colom. Es en este contexto que no pocos investigadores han afirmado que la “empresa colombina” fue en sus orígenes, en su ejecución y en su desarrollo colonizador, una “cuestión de Estado”, (dis)posición que se mantiene en el siglo xxi.
Es también relevante que en la segunda travesía de Colom encontremos pasajeros catalano-aragoneses: el navegante Miquel Ballester, el militar Pere de Margarit y el eclesiástico Bernat de Boïl, el primero que ofició una misa de altar en tierras americanas; más adelante nos referiremos a ellos. También el catalán fray Ramón Pané, el primero que tomó notas sobre un pueblo americano: viajó en 1493 y por orden de Colom escribió, como él mismo dice, lo que pudo averiguar y saber en relación a las creencias e idolatrías de los “indios”, y cómo veneraban a sus dioses. Su obra Relación acerca de las antigüedades de los indios fue incorporada a la Historia del Almirante.
Aquel pobre ermitaño de Sant Jeroni, residió casi dos años con el cacique Guarionex y después con Mabiatué, llegando a conocer el taíno de La Española. La Relación..., acabada el 1498, es una fuente de información directa acerca de los pobladores de la isla y la primera obra antropológica sobre América escrita por un europeo; la usaron Mártir de Angleria y el padre Las Casas. El manuscrito, extraviado, no se sabe si estaba redactado en catalán, en latín o en castellano, pero su valor etnológico y lingüístico es capital. Pané recoge más de cien voces taínas, la mayoría referentes a nombres de personajes (Guamanacoel, Guarionex, etc.), algún topónimo (Haití) y la palabra cemí, preservada en el contexto mitológico antillano; el fraile catalán registra también palabras tan usuales como cacique, canibal o caribe, canoa, guayaba y yuca. En el estudio que J. J. Arrom (1974) hizo de la obra, se reconoce el documento y el hecho de que Pané fue el primer europeo que aprendió una lengua amerindia. La presencia de fray Ramón Pané y otros catalanes en tierras americanas en los viajes de Colom/Colón a finales del siglo xv no invalida la posterior consideración de que la relación de Catalunya con América haya tenido un carácter intermitente, más si tomamos en cuenta la máxima española “Por Castilla y por León nuevas tierras halló Colón”. Castilla se apropió del descubrimiento durante siglos, prohibiendo a otras nacionalidades españolas el comercio con América, debilitando el comercio en el Mediterráneo y la preponderancia marítima de Catalunya.
Antonio Romeu, en Los catalanes en el descubrimiento de América, nos recuerda las palabras del cronista López de Gómara: “Catalunya fue pionera en la exploración del Atlántico que llevó al descubrimiento del Nuevo Mundo” y que “El descubrimiento de América fue la empresa más importante después del nacimiento de Cristo”. En los siglos xiii-xiv la escuela de cartografía más importante estaba en Mallorca, donde se confeccionaban cartas de navegar usadas por pilotos catalanes como Jaume Ferrer de Blanes, quien fuera el pionero de Colom habiendo viajado a Senegal, país al que los portugueses no llegarían hasta un siglo después. Para Catalunya era un honor y una gloria que la costa del occidente africano fuera visitada por pilotos y marineros catalanes y la empresa de catalanes y mallorquines en las Islas Canarias causó admiración, llegando a controlar el obispado de Telde. Estas expediciones de comercio y de piratería comportaban la existencia de importantes cofradías en Barcelona y en Tortosa. Historiadores como Auléstia y Moliné afirman que fue Jaume Ferrer, que en esta época era el español más competente en materia de cosmografía, quien escribió a Colom indicándole el rumbo para encontrar el camino a la India o reino del Catay.
No es de extrañar que Colom, después de su primer viaje, llegara a Barcelona, aunque sorprende que no haya ninguna noticia oficial al respecto; la razón de este silencio la encontramos en el hecho de que el acto de recibimiento tuvo un carácter estrictamente cortesano, pues Colom fue recibido por la Corte y no por el pueblo. En aquella época el pueblo no se enteró, sencillamente porque tampoco tenía por qué enterarse. Además, ¿dónde estaban las lacas, las porcelanas, las especinas que había que traer de las Indias? La trascendencia del descubrimiento vino después, por eso los Reyes Católicos no demoran en otorgarle a Colom un Escudo de Armas; pero ¿eran esas sus armas?
El segundo viaje se concibió, se decidió y partió de Sevilla: “Colón llevó una verdadera Arca de Noé en la cual había muchas especies animales (caballos, cerdos, gallinas,..) y vegetales”. Ahora se trataba de conquistar y colonizar, y es cuando Colón se rodea de catalanes: Fray Bernat de Boïl, ermitaño de Montserrat, rebelde en nombre de la fe y “defensor de los naturales”, fungiría como vicario apostólico de la expedición; el ilustre caballero gerundense y “noble mossén” Pere de Margarit –amigo del nauta– sería el comandante de la tropa militar “opresor de los naturales”, así como del capitán tarraconense Miquel de Ballester, precursor del primer ingenio de caña de azúcar en las Antillas. Catalunya tuvo un papel destacado en el descubrimiento y colonización de América y, según Romeu, le sobran méritos para reclamar un lugar preeminente en la empresa americana. Ya hemos mencionado también a fray Ramón Pané, que procedía del convento jerónimo de la Murtra, en el muncipio costero de Badalona, monasterio en el cual algunos investigadores dicen fue recibido –y no en Barcelona– Colom al regreso de su primer viaje por los Reyes Católicos... ¿Otra duda histórica?
El heraldista Antoni Poyo en L’escut d’armes de Cristòfor Colom se pregunta ¿por qué no aparece en el escudo de armas la paloma (“colom”, en catalán), siendo este el emblema hablante propio de otros linajes Colom? Las armas cuarteradas del escudo colombino asignadas al Almirante serían, además de Castilla y de León, unas Islas y olas de mar, del mar Oceáno, pero el arma hablante de las palomas volando fue sustituida por áncoras en reposo. Josep Mª Castellnou en L’estrategia de Cristòfor Colom remarca la nacionalidad nunca esclarecida ni tratada rigurosamente del Almirante a partir de las tesis genovistas. ¿Cómo es qué Colom con veinte años en tierras y mares castellanos y cuatro viajes a las Indias (1492-1504), siempre en barcos de la corona castellana, aún no es súbdito de estos reinos ni es considerado vecino o morador? Habiendo un hijo con una mujer de Córdoba, ¿no tiene ahí residencia? Quizás por ello cuando su hijo Diego reclama los derechos de herencia le recuerdan las Capitulaciones de Santa Fe (1492) aceptadas por su padre y que no permitían dar a extranjeros ni siquiera lo estipulado. Ya en el primer pago (1487) de los Reyes Católicos a Colom para el proyecto de las Indias se oculta su nacionalidad fuera ésta genovesa, portuguesa o catalana: “...di a C.Colomo, extranjero, ...maravedis..., él está aquí faciendo algunas cosas complideras al servicio de sus Altezas...”, subscribió Alfonso de Quintanilla. ¿Por qué no decir la nacionalidad de Colom como se hacía con muchos personajes del círculo real con cargos, fueren de donde fuesen? Si no se identificaba a Colom era por una razón grave y que no podía ser otra, según Castellnou, por el hecho de ser catalán; un secreto de estado que perdura hasta hoy. De hecho, solo cinco personas de la cúpula del Reino de Castilla alternaban con Colom y discutían el proyecto descubridor, ellos sí sabían muchas cosas que se ignoraban fuera de aquel reducido grupo de expertos: el obispo de Ávila fray Hernando de Talavera; Rodrigo Maldonado de Talavera, del Consejo Real y de la Junta Examinadora; el contador mayor Alonso de Quintanilla; el tesorero Francisco González de Sevilla, y el limosnero Pedro de Tolosa. Añadir, seguro, a Pedro González de Mendoza, cardenal de España, conocido como “el tercer rey”.
Tanto la nacionalidad de Colom –extranjero– como la batalla técnica sostenida con la Corte y la Junta Examinadora es un secreto de Estado sin que esta afirmación pueda ser contestada con ningún tipo de argumento. Decir que todos ignoraban quién era Colom y su familia es un engaño histórico, puesto que formaba parte de la Corte desde 1485, una Corte que le pagaba sus proyectos, que le nombraba Almirante, en un juego de equívocos si se considera la obligatoriedad de citar la nacionalidad en documentos “oficiales”. Pedro Màrtir d’Angheria se limitó a decir “vir lígur Cristofuros Colonus...”, que significa bien poco, pues “ligur” (lugar) es una franja de tierra llamada Liguria. Hernando y Diego, hijos de Colom y pajes de los Reyes, tampoco hablan del origen de su linaje, ni le asignan patria Las Casas y Oviedo que eran próximos a la familia. La consigna de los Reyes –secreto real– era clara para todos: nada sobre el origen de Colom. Conociendo estos personajes la verdad es evidente que ninguno podía decirla. Otros amigos de Cristóbal Colón, como el padre Marchena y el fraile Juan Pérez (Joan Parés, catalán) del monasterio de La Rábida, también se mantuvieron en silencio, pues sabían que los Reyes Católicos siempre tuvieron reticencias de que Colom, siendo miembro de su séquito, viajara a la Corona d’Aragó, especialmente a Barcelona donde el Almirante tenía amigos y valedores como los Santángel, los Coloma o los Cabrero. Fue Lluís de Santángel –dícese que el descubrimiento se debe a su entusiasmo– quien llegó a convencer a los Reyes de que Colom debía ser el elegido para el viaje, decidiendo que él sufragaría los gastos de la primera expedición. Santángel, hebreo valenciano y creyente de Colom, sabía que Castilla estaba arruinada por los grandes gastos de la prolongada Reconquista y que la Corona d’Aragó disponía, entonces, de los florines y maravedíes necesarios. La Letra de Colón (1493) que anuncia el “descubrimiento” provoca una guerra de intereses en Catalunya que los monarcas cierran inmediatamente con las bulas al Papa.
La extranjería encubierta del navegante resulta rocambolesca, ¿qué peligro había en que fuera portugués o genovés? Existe una tendencia en decir que Colom era un antiguo corsario que luchó contra Juan II y Fernando II, poniéndose luego al servicio del Reino de Castilla, pero en el siglo xv no eran extraños, sino más bien comunes, los cambios de señor y de mando, por lo que un capitoste cristiano podía aliarse con un reyetón morisco y luchar contra un caudillo cristiano, y viceversa. Igualmente, se ha dicho que Colom era un judío nacido en un país de habla catalana (Catalunya, Valencia, Baleares, l’Alguer...) de ahí que algunos personajes cortesanos como fray Hernando de Talavera se quejasen de “esta loca aventura inspirada a este extranjero por el mismo Satanás...”.
Onofre Vaqué, en su estudio sobre La complicidad de los Reyes Católicos en la ocultación del origen de Colón, considera que la única certeza que se puede establecer es que siempre fue extranjero en los reinos de Castilla y León y ni siquiera en las Capitulaciones se menciona su nacionalidad.
Los cronistas catalanes silencian (¿por qué?) la estancia de Colom en Barcelona en abril 1493 asegurada por Oviedo y Angheria, dos testimonios oculares. El diario “Consell Barceloní” recoge todos los eventos de la ciudad y tampoco dice nada al respecto, como también lo haría años más adelante en relación a su defunción el diario vallisoletano; ni en su testamento aparece el lugar de su nacimiento y a sus descendientes se les prohibió indigar el origen del Almirante, amenazándolos de ser desposeídos de cualquier herencia. Tenemos, además, pocos escritos de Colom antes de 1500, quizás desaparecieron porque en ellos se revelaban influencias idiomáticas que ponen en evidencia un origen no genovés ni castellano, sino catalán.
Nito Verdera, en La llengua de Colom, argumenta que cuando Colom llega a Castilla en 1485 no escribía castellano, pero tampoco latín comercial, genovés ni italiano, estos idiomas contenían en sus escritos muchas faltas. A pesar de ello Ramón Menéndez Pidal escribió que La lengua de Cristóbal Colón (1942) no era otra que el español, pero esta afirmación académica ha sido considerada un panfleto contra el posible origen catalán de Colom. Pero ¿en qué lengua estudió el Almirante sus conocimientos astronómicos, bíblicos, científicos, náuticos, culturales? No fue en genovés, no fue en italiano, tampoco parece en portugués o en castellano. Las Casas, en su Historia de las Indias, escribe: “ser (Colom) natural de otra lengua porque no penetra del todo la significación de los vocablos de la lengua castellana ni del modo de hablar de ella...” y añade: “Todas estas palabras del almirante con su humilde y falto de la propiedad de vocablos estilo, como en Castilla no había nacido... Todas estas son sus palabras formales aunque algunas de ellas no esten en perfecto romance castellano, como no fuese la lengua materna del almirante...”. Colom, desde su Carta (1493), introduce palabras, frases hechas y giros incomprensibles a un lector no hablante de catalán, lo cual demostraría la catalanidad lingüística del descubridor y de que él procediera del área en donde el catalán era lengua hablada y escrita, es decir, del amplísimo territorio de la Corona d’Aragó de los siglos xiv-xv, zona donde el patronímico Colom es corriente aún en nuestros días. Colom podría ser catalán, quizás no del Principado, pero sí un navegante de habla catalana nacido en este territorio, probablemente en Ibiza donde se encuentra ese linaje, un linaje, por otra parte, bien resguardado en el archivo de la confederación catalano-aragonesa.
Cerrando este ámbito etnolingüístico, Caius Parellada, en Angla...un catalanisme de Colom incorporat al castellà, ejemplifica con la palabra Angla el catalanismo de Colom, palabra que tiene el significado “ángulo” en castellano. Según este autor, Colom escribe el 19 octubre de 1492: “Allá al medio de la isla de esta parte al Nord’este hace una grande angla y ha muchos arboledos y muy espesos y muy grandes...”. En este fragmento vemos que hay a la vez un cabo y un angla y esto quiere decir que se trata de dos cosas diferentes y que si un cabo es una salida de tierra que se adentra en el mar, un angla debe ser exactamente lo contrario, esto es un gran entrante del mar en la tierra; son, pues, dos términos que se contraponen...” (cabo y angla –por golfo–). No es gratuito que los diccionarios españoles (DRAE) mantengan el angla catalán (con a) con el significado erróneo de cabo, mientras que, en contraposición filológica, los diccionarios catalanes (IEC) registren ahora la forma angle (con e) con el único significado del geométrico ángulo, dejando golf para el verde deporte, pero también para los golfos de mar.
Recordar que si bien Colom no pisó tierra firme continental sí “conversó” con los mayas; lo hizo el 30 de julio de 1502 –cuarto viaje–cerca de la isla de Guanaja, cuando las carabelas coincidieron con dos canoas de comerciantes mayas. El Almirante supo que aquella gente civilizada y con mercancías (hachas de cobre, alfarería, cacao) venía “de una cierta provincia chiamata maiam” y que sus capas se llamaban suyem; suyem y maya, lo reconoce Aldredo Barrera Vásquez (1949), fueron las primeras voces mayas que penetraron en la historia, mucho antes del descubrimiento de Yucatán. Pero la incomprensibilidad lingüística entre los navegantes españoles y los mayas y el estratégico silencio del viejo guía Yumbé (Señor-Camino), al que dejaron (¿por qué?) en libertad en las costas yucatecas, impidió que los españoles conocieran las bellas ciudades mayas peninsulares.
Para ir concluyendo este mare magnum de una aventura sin fin, me refiero al editor catalán-mexicano B.Costa-Amic, quien no duda en poner el título Colom. Català de Mallorca, sobrino de los Reyes Católicos (1989) a su libro sobre el Almirante. Parte de la obra Cristòfor Colom fou català. La veritable gènesi del descobriment (1927) del peruano Lluís Ochoa, una obra que dio un profundo cambio a los estudios colombinos al poner en entredicho la hasta entonces tesis genovista inspirada en la leyenda de Giustiani o de Angleria. Ulloa dice que “buscando mi Colón gallego, me encontré un Colom catalán”. Para Costa-Amic, Colom era nieto del corsario Joan Colom en una época de esplendor de la marina mercante y de guerra catalanas, siendo los Colom descendientes de generaciones de navegantes, almirantes y capitanes de naves y naturales de la región de Terra Bruna, en Mallorca, isla con una cartografía avanzada inspirada por el sabio Ramón Llull y fijada, por ejemplo, en el atlas de Jafuda Cresques (siglo xiv), autor del único mapamundi de la época. Evidentemente Colom conocía los tolomeos y sabía leer los portulanos o cartas de navegar, no por ser hijo de laneros genoveses, sino pariente de gente de mar catalana. Costa-Amic también profundiza en los lazos familiares de Xristo-Ferens Colom, considerándolo hijo bastardo del príncipe de Viana a raíz de sus amores con Margalida Colom; emparentado así con el duque de Medinaceli, Colom sería sobrino del rey Ferran d’Aragó, denominado “el catalanote” en la corte castellana. Por todo ello, como su padre el sufrido príncipe de Viana, Colom terminaría siendo perseguido, encadenado y vejado, desposeiéndole hasta de sus orígenes.
Otra opinión contrapuesta es la del yucateco Luis A. Ramírez Aznar en su obra De Colón a los Montejo (1992) donde reafirma que el Almirante nació en Liguria en 1541, hijo de un tejedor de lana avencindado en Génova y que los Colom eran originarios del distrito de Terrarosa y que él mismo, en 1498, asentó ser genovés en los trámites de concesión de su mayorazgo. Ramírez nos habla de los periplos del futuro Almirante por Portugal y por Castilla, así como de sus viajes a Palos (monasterio de La Rábida), Sevilla y Salamanca, su primera audiencia con los Reyes Católicos en Córdoba, para culminar en las Capitulaciones en Granada, donde finalmente se le expidió “pasaporte” y se le nombró Almirante de las islas y tierras que pudiese descubrir; pasaporte, pues, no para ir a las Indias sino al “más allá”. Se presenta a Colom como seguidor de Ptolomeo, de Toscanelli y de Marco Polo, aunque oficialmente terminó siendo el descubridor de “las islas de las Indias”, de las Indias Occidentales, del Nuevo Mundo o del Paraíso Terrenal. Colom nunca mencionó haber descubierto un continente nuevo y sin “nada de oro” para la Corona de Castilla y el Estado Español decidió que América sería para Américo Vespucio, florentino afincado en Sevilla, agente comercial de los Médicis y “co’ox virar” servidor, por igual, de las coronas portuguesa y española.
Además, Vespucio difundió los relatos de “Mundus Novus”, mientras que de Colom no se dispone de documentos de este género, lo que influyó para que los boyantes geógrafos e impresores alemanes nombraran “Tierras de América” al nuevo continente. A Colom le sobrevive Colombia (con m). Ramírez menciona, además, un dato inquietante: en el segundo viaje de Colom (el del Arca de Noé y el de los militares catalanes Margarit y Ballester), llegan los temibles mastines a América, verdaderas armas de guerra que los colonizadores y evangelizadores castellanos no dudaron en emplear, por ejemplo, en la conquista de la península de Yucatán.
Considerando que Colom fuera maestro en “cartas marinas”, hoy por hoy, no se dispone de ellas y esos planisferios fueron aprovechados no solo por navegantes, como el portugués Vasco de Gama, sino para que Juan de la Cosa trazara los primeros diseños del continente americano. En este enrarezido ambiente, el retorno de Colom de su último viaje en 1504 fue física y anímicamente desastroso. Lo fue, además, por la malintencionada distribución –asentida por el rey Fernando– de copias de sus cartas, mapas e informes a todos los navegantes por parte de su enemigo acérrimo, el obispo Fonseca, contribuyendo a deteriorar la imagen del Almirante y la de sus hazañas. Fonseca no solo dirigió la Casa de Contratación de Indias (Sevilla), sino que decidió encargarse personalmente de los asuntos del nuevo continente convirtiéndose en él primer diseñador de la empresa colonizadora americana. Colom que, en 1492, había sido elegido por los Reyes Católicos como único responsable de los viajes al “nuevo mundo” y de los hallazgos territoriales y humanos que pudiera hacer, termina sus días en Valladolid (1506), desposeído de sus descubrimientos y quedando relegado desde entonces al universo de la leyendas, leyendas in saecula, más admiradas que la propia Historia.
En el erudito estudio Vidas de los navegantes, conquistadores y colonizadores españoles de los siglos xvi, xvii y xviii (1957), de Ricardo Majó, se investigan los “retratos de Colón”, se afirma que Colom era genovés porque “lo proclama él mismo” al entrar en 1486 en la Corte de Castilla y porque su nombre era Cristóforo Colombo (portador de Cristo). Colom se complació en cultivar el misterio de sus orígenes porque, dice Majó, era un hombre extraño, “no por extraño o extranjero en Castilla, sino por extranjero dentro de la vida, al querer domarla y hacerse superior a ella”. También pudo hacerlo porque si no era genovés y era judío o catalán o catalán-judío, la Corona de Castilla vería mermado su poder aún sabiendo que el rey Ferran tenía confianza apasionada en las gentes de su reino catalano-aragonés. A ello puede añadirse que Colom no dominaba la lengua castellana por ser “catalán de nación”, explicándose así sus errores alfabéticos escribiendo Colunya por Cataluña, “launes de arambre” y que en 1493 ya puso el nombre de Montserrat a una de las islas de Barlovento –Antillas Menores– en recuerdo a la venerada montaña y monasterio del mismo nombre cercanos a Barcelona.
Regresemos a la Carta de Colón (1493), de la que tenemos la traducción al maya del siglo xvi, U Dzibann Huunil Colon, de Ramón Arzápalo (2008). En la Introducción a ese primer documento impreso de la historia de América, Juan José Antequera señala que “la misiva colombina, sirve para protocolizar ante el mundo la anexión para la corona española de aquellas tierras recién descubiertas”. Esta noticia del descubrimiento de América, dirigida al señor Santángel, es elocuente y poética convirtiéndose en best seller europeo (siglo xv), con copias y traducciones simultáneas en España, Italia, Francia, Suiza y Paises Bajos. Existen, edición príncipe, aparte, cartas idénticas dirigidas a varios destinatarios, falsificaciones, robos bibliotecarios y periplos en subastas internacionales. Al parecer la Carta... ya fue mandada a imprimir el mismo año 1493, probablemente en la imprenta barcelonesa de Pere Posa y Pere Bru. Colom reconoce en ella que “no podia haber habla” con las gentes encontradas, con los “indios tomados”, evidenciando a la vez una admiración por lo natural –paisajes– y por los naturales –habitantes– de las Indias, de las islas caribeñas.
Qué mejor que concluir con palabras de ficción en la ficción de Cristóbal Nonato (1987), de Carlos Fuentes, donde leemos: “América está en los cojones de mi padre de donde yo salí, Nuevo Mundo dio Colón a Castilla y Aragón;...” o “...se acerca el Doce de Octubre y la celebración de nuestro descubrimiento, o como dijesen los indios de Guanahaní al ver que se aproximaban las carabelas, Albricias, albricias, que hemos sido descubiertos!”.Y como se dice, digo: para más información sobre el “Huevo de Colón”, favor de leer a Fuentes en las páginas dedicadas al Mundo Nuevo en Terra Nostra (1975). Los secretos de la vida y de la muerte de Cristóbal Colón, también de l’ou del Colom/paloma catalán, siguen manteniendo muchas incógnitas que la historia elude y la política censura, tantas incógnitas como que los diarios de a bordo del Almirante, en pleno siglo xxi, no han sido hallados. ¿Fueron destruidos o reposan todavía bajo mil llaves, en algún arcón real? Afortunadamente, para la antropología, continúa y continuarán la leyenda de la vida de Colom/Colón y la historia de América.