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Reflexiones sobre el legado ético-cultural de Armando Hart Dávalos (1930-2017)

 

 

Rita M. Buch Sánchez*  

El próximo 26 de noviembre se cumplirá el primer aniversario de la desaparición física del destacado intelectual y líder revolucionario cubano Armando Hart Dávalos, quien hizo mucho por la educación y la cultura cubanas. Y no solo lo hizo desde el punto de vista práctico, como parte de sus funciones, primero como ministro de Educación (1959-1965), más tarde como ministro de Cultura (1976-1997) y, por último, como fundador del Centro de Estudios Martianos, presidente de la Sociedad Cultural José Martí y director de la Oficina Nacional del Programa Martiano. Hart también labró un camino teórico, desde el punto de vista filosófico, pues si bien con la modestia que le caracterizaba nunca se consideró un “filósofo” sistémico o de profesión, hizo grandes aportes en este terreno, que han quedado presentes o latentes en muchos de sus escritos. Porque fue un intelectual de amplio espectro, que bebió de muchas fuentes y las supo sintetizar de modo creativo, antidogmático y nada ortodoxo.

En su profuso ideario filosófico, a mi juicio, destacan con gran fuerza tres ideas medulares:

1. La importancia del electivismo como rasgo esencial del pensamiento fundacional cubano.

2. El amor a la “justicia” como el “sol del mundo moral” –siguiendo lo expresado por José de la Luz y Caballero en uno de sus aforismos.

3. La necesidad de promover a nivel nacional, continental y global un “Diálogo de Generaciones”, entre los que vivieron en el siglo xx y los que vivimos en el siglo xxi.

Como intelectual, Hart otorgó especial importancia al tema de la ética, el cual abordó en muchos de sus escritos, destacando su vínculo indisoluble con los problemas de la educación y la cultura. Sobre esto, expresó:

Para aquellos que formamos parte de una generación que ya contamos, como nos dicen para halagarnos, con juventud acumulada, y que hemos asumido responsabilidades, y hemos tenido una activa participación en la segunda mitad del pasado siglo, tenemos la obligación moral de dialogar con los jóvenes. En Caracas, en ocasión del Festival de la Juventud, afirmé que era necesario encontrar un camino para ese diálogo, y que los jóvenes representaban la esperanza del siglo xxi y que, los de nuestra generación, representamos las experiencias del siglo xx. Creo que es imprescindible para Cuba, para América y para el mundo, un diálogo de dos siglos, lo que nosotros traemos de esa etapa vivida y lo que va surgiendo como esperanza hacia el siglo xxi […].1

Al proponerse abordar el tema medular de la ética en tres momentos claves del devenir histórico de la nación cubana, señalaba:

Existe una crisis muy profunda de la cultura llamada occidental, derivada de la quiebra de lo que fueron sus fundamentos históricos. Las tres columnas vertebrales de la cultura occidental: el cristianismo, la modernidad científica y el socialismo, las tres entraron en aguda crisis. Y en los Estados Unidos ella lo conduce al desastre que hoy tiene y marca su decadencia.

En América Latina, la situación es diferente, porque las principales corrientes de pensamiento y culturales en general, que aquí se desarrollaron en la segunda mitad del siglo xx nacieron en este hemisferio […].

Estas corrientes son originales en Occidente y se presentan como opción al desenfrenado individualismo y egoísmo en que ha caído la llamada civilización occidental. Para abordarla necesitamos seguir el consejo de Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar, en cuanto a que la única alternativa posible para alcanzar nuestra verdadera independencia era la de crear, es decir, hay que recoger lo anterior y plantearnos con inteligencia y amor la necesidad de renovarlo y enriquecerlo. ¿Con qué métodos y principios podemos hacerlo? El método electivo de la tradición filosófica cubana, expresado por José de la Luz y Caballero: “Todos los métodos y ningún método, he ahí el método”. Y también se ha dicho: Todas las escuelas y ninguna escuela, he ahí la escuela […].

Con esta arraigada tradición patriótica y la enorme riqueza cultural de nuestras patrias podemos presentar un proyecto latinoamericano de pensamiento martiano y bolivariano, que refleje todo el acervo cultural de los grandes próceres y pensadores de nuestra América, y que servirá al equilibrio del mundo.2

Como filósofo, Hart supo justipreciar el papel que desempeñó el electivismo como método en la filosofía cubana de los siglos xviii y xix y destacó su creatividad y originalidad.

Se trata de un problema abierto a discusión desde hace mucho tiempo, sobre la “autenticidad” del pensamiento cubano y latinoamericano, y ante el cual, destacados filósofos e historiadores, como Leopoldo Zea, Isabel Monal, Eduardo Torres-Cuevas y Pablo Guadarrama, entre muchos otros, han defendido la existencia de una autenticidad en el mismo, sin negar la influencia europea, totalmente explicable a partir de los vínculos históricos entre la metrópoli y sus colonias.

No albergo la menor duda sobre la autenticidad y originalidad de la tradición filosófica electiva cubana y creo que esto es lo que explica las diversas raíces de las que se nutre el pensamiento cubano en nuestros días (martiano, marxista, iberoamericano, etc.) como expresión del espíritu y método electivista que heredó de nuestra tradición decimonona.

Tanto Félix Varela, como José Antonio Saco y José de la Luz, fueron dignos discípulos y continuadores del maestro José Agustín Caballero, a quien Martí definió como padre de los pobres y de nuestra filosofía. Ellos desarrollaron, tanto en su obra escrita como en su práctica educativa, la orientación electivista, reformadora y renovadora que el presbítero José Agustín había iniciado en la cátedra de Filosofía del Real y Conciliar Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio, en las postrimerías del siglo xviii, desbrozando el camino hacia el pensamiento moderno y el iluminismo, al proclamar y asumir como iniciador, la actitud electiva en el pensamiento filosófico cubano, actitud que constituiría más tarde, a partir de Varela, el soporte teórico de los ideales independentistas.

Más tarde, José Martí (1853-1895) corona y cierra a finales del siglo xix esta línea de desarrollo de la filosofía electiva cubana, por cuanto él sintetizará en su cosmovisión del mundo las adquisiciones del pensamiento universal, junto a los valores más autóctonos de nuestra filosofía y de nuestras letras. Él representa la figura culminante de la tradición electiva en la filosofía cubana decimonona, que emerge gigantesca ante nosotros como Apóstol de Cuba y de nuestra América. Con él termina el siglo más importante de nuestra cultura y de nuestra filosofía.

En todos los representantes del electivismo cubano, citados anteriormente, el tema de la ética ocupó un lugar prominente.

Otro elemento importante que resulta una constante en la cosmovisión de Hart es su comprensión de la cultura. Advierte que en Martí, lo filosófico deviene dimensión esencial de su comprensión y concepción en torno a la cultura. Ella se convierte, junto a su visión del desarrollo de los conocimientos científicos y de la propia filosofía, en sustento de su interpretación del método filosófico y de la historia de la filosofía.3

La filosofía es un saber sintético-integrador4 sobre el mundo en relación con el hombre y la relación hombre-mundo, y, en tanto, abstracción de máxima generalidad, encuentra concreción en la actividad como relación sujeto-objeto y sujeto-sujeto.

Es en la praxis, en tanto núcleo de la actividad humana, que lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, devienen idénticos. Por eso, a través de la praxis, los momentos cognoscitivo, valorativo y comunicativo del devenir humano, en su actividad, emergen, se despliegan y se determinan en la cultura, la cual es al mismo tiempo concreción de la actividad humana y medida cualificadora de su ascensión. Sobre esto, el Dr. Rigoberto Pupo, reconocido especialista cubano en Filosofía de la Cultura, ha expresado:

El concepto cultura designa toda la producción humana material y espiritual. Expresa el ser esencial del hombre y la medida de su ascensión humana. No debemos reducir la cultura a la cultura espiritual o material, ni a la cultura artístico-literaria, ni a la acumulación de conocimientos. La “cultura” es, ante todo, encarnación de la actividad del hombre que integra conocimiento, valor, praxis y comunicación. Es toda producción humana, tanto material como espiritual, y en su proceso y resultado. Por eso la cultura es el alma del hombre y de los pueblos. La economía, la política, la filosofía, la ética, la estética, etc., son zonas de la cultura, partes componentes de ella.5

Esta definición de “cultura” se aviene perfectamente al sentido que adquiere “lo filosófico” en Martí, lo cual deviene dimensión esencial de su comprensión de la actividad humana. De ahí su conocida máxima: “Ser cultos para ser libres” y otras de contenido similar.

Como señala acertadamente el Dr. Pupo, a veces, erróneamente se dice que la cultura empieza donde termina la naturaleza. Sin embargo, la naturaleza nunca termina para el hombre, porque es su claustro materno. La relación hombre-naturaleza, es una relación donde el hombre se naturaliza y la naturaleza se humaniza. En ese proceso se produce la cultura como esencialidad humana.6 Advierte, además, que en general existe consenso de que la estructura de la cultura la integran la cultura material y la cultura espiritual.7

Hart supo apreciar que en Martí se expresa particularmente el elan cultural del saber filosófico, en tanto no resulta posible reducir este último, ni la verdad, su eterno problema, a ninguna de sus formas aprehensivas, es decir, ni a la epistemología, ni a la ontología, ni a la axiología, ni a la lógica u otra forma discursiva de reflejar la realidad por el hombre. Antes bien, es síntesis integradora de dichos momentos, tanto en su proceso8 como en su resultado. Esto no niega su status de sistema teóricamente elaborado sobre la realidad en relación con el hombre. Por el contrario, afirma su carácter cultural sistémico y sus posibilidades infinitas de enriquecimiento, en la medida que se construyen y elaboran sus principios, leyes y categorías. Se trata de construir en el sentido de producción creadora, lo cual tiene lugar en la conversión recíproca de lo ideal y lo material, mediante la praxis.

Efectivamente, en Martí, la cultura se convierte, junto a su visión del desarrollo de los conocimientos científicos y de la propia filosofía, en sustento de su interpretación del método filosófico y de la propia Historia de la Filosofía.

Martí, estuvo consciente del valor práctico del método electivo para el desarrollo de nuestra filosofía, para el logro de nuestra independencia y para la solución de los problemas político-sociales, ideológicos, económicos y de todo tipo, que afrontaba Cuba en la segunda mitad del siglo xix.

Por otra parte, convencido del sentido cultural de la Historia de la Filosofía, Martí subraya que esta no ha de ser exposición fría y acrítica de los diversos sistemas filosóficos a lo largo de la historia de la humanidad, sino examen crítico-valorativo, que sepa enlazar corrientes, destacar aciertos y señalar limitaciones.

El pensamiento martiano encierra todo un cosmos de aprehensiones múltiples, y aparece irradiado por una filosofía con sentido ético-cultural profundo para el mejoramiento humano. Una filosofía que hace del hombre y la naturaleza una unidad inseparable, y que trasmite una nueva visión de la cultura, en torno a la cual se estructuran la política, la ética, la estética, el derecho y, en fin, todas las formas de la conciencia social.

Por otra parte, para Martí, la política solo funciona realmente cuando está sustentada en la cultura, y es expresión genuina de ella. Esta idea fue especialmente apreciada por Hart, como filósofo y como hombre de cultura.

En Martí, estamos ante un hombre de alma política, cuyo pensamiento evoluciona constantemente, hasta encarnar una cultura cubana, latinoamericana, universal y antiimperialista, que echa suerte con los pobres de la tierra.

Especialmente importante en el legado de Hart para la filosofía cubana, resulta su concepción sobre la vida y la obra de José Martí y el modo en que supo trasmitirla a las nuevas generaciones de cubanos. En gran medida, Hart contribuyó a “revivir al Apóstol”, a sacarlo de los antiguos bustos polvorientos –a veces olvidados en las escuelas–, a rescatarlo de los viejos moldes estereotipados, a “desencartonarlo”, a humanizar su imagen para convertirlo en ejemplo de revolucionario a imitar, en la conciencia viva de la revolución cubana y en el pensador universal, que aún brinda respuestas a importantes problemas del mundo contemporáneo. De tal modo, Hart supo trasmitirnos a un “Martí Nuevo”, que aún vive y dialoga entre nosotros. Esta fue, sin duda, una de sus mayores contribuciones al pensamiento cubano.

Este modo nuevo de concebir a Martí se expresa particularmente en uno de los más bellos libros que se han escrito sobre el Maestro, el cual debemos a Armando Hart. Me refiero al texto José Martí, Apóstol de nuestra América.9 Como digno heredero de la más auténtica tradición electiva de la filosofía cubana, apropiándose del método socrático, a través de preguntas y respuestas, hace fluir su pluma con desenfreno, para mostrarnos a ese Martí humano e integral que vive entre nosotros y aún tiene mucho que decir…

La visión de Hart sobre Martí representa el inmenso aporte de un martiano auténtico y genuino, al conocimiento, comprensión y divulgación del pensamiento de José Martí. Ese libro, constituye su autorrespuesta al mensaje que expone en sus páginas cuando expresa:

Los cubanos tenemos, todavía, un deber con el mundo, mostrar con mayor precisión quién fue José Martí, el más profundo y universal pensador del hemisferio occidental […].10 Alcanzó en un grado superior virtudes que podemos representar en tres ideas: amor, inteligencia y capacidad de acción. Todo ello forjado por una indoblegable voluntad creadora y humanista.11 Lo ético en Martí no fue sólo un conjunto de principios teóricos divorciados de la transformación práctica del mundo. Tuvo como divisa y raíz su condición de luchador político atento a su circunstancia, sin estrecheces que mermaran su condición de soldado de la humanidad.12

Damos las gracias a este martiano de una sola pieza, por haber compartido en vida con los lectores, el fruto de sus profundas meditaciones y por su sentido de eticidad y justicia, que en su fructífera vida lo aproximaron al Apóstol en abrazo fraterno. Recibamos con beneplácito su invitación, plasmada en ese bello libro citado, “a los estudiantes, profesores e investigadores que andan por el mundo buscando los caminos para marchar hacia el futuro, a seguir la pista de su genio […]”.13

Tras su muerte, Hart ha pasado a formar parte de ese grupo de hombres acumulados y sumos, que –al decir de Cintio Vitier– conforman la historia de la eticidad cubana, porque Hart fue un auténtico revolucionario y un gran humanista, que supo conjugar, como pocos, la palabra y la acción; un hombre que, con solo veintiocho años de edad, supo asumir, en su calidad de ministro de Educación, la gigantesca tarea de transformar la educación en Cuba y erradicar el analfabetismo. Durante su mandato en ese ministerio, en el período que va desde 1959 hasta 1965 –uno de los más complejos de la Revolución cubana– se lograron transformaciones sin precedentes en el sistema educativo cubano y en la formación de valores éticos y humanistas de las nuevas generaciones, al poner en práctica nuevos planes de educación a favor de sectores antes marginados de la sociedad.

Conocer a Hart fue un privilegio. Escucharlo fue siempre una lección. Conversar con él fue un ejercicio de pensar. Profundizar en su ideario es un deber ético y patriótico.

Notas

1 Armando Hart: “A manera de Prólogo: La ética en José Martí”, en Colectivo de autores: La condición humana en el pensamiento cubano del siglo xx, t. III, Tercer tercio del siglo, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2014, pp. IX-X.

2 Ibídem, pp. XII-XIII.

3 Rita María Buch Sánchez: Aprehensión de la Historia de la Filosofía con sentido ético-cultural. Su concreción en el pensamiento cubano electivo, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2011. (Ver Cap. VII).

4 No se puede olvidar que el saber no se reduce a la suma de conocimientos. Su contenido se integra por las múltiples formas de la actividad humana, y su encarnación en la cultura. Esta definición la ofrece el Dr. Rigoberto Pupo en el texto: La filosofía en su historia y mediaciones. R. Pupo y R. Buch. (Edit. Sintaxis. México, 2008). Cap. 1.

5 Esta definición de “cultura” la ofrece el Dr. Pupo en el libro citado en nota anterior.

6 Ídem.

7 Ídem.

8 Ídem.

9 Armando Hart Dávalos: José Martí. Apóstol de nuestra América, Edit. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010.

10 Ibídem, p. 20.

11 Ibídem, p. 19.

12 Ibídem, p. 26.

13 Ibídem, p. 21.

e-mail: rita@cubarte.cult.cu

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