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La investigación-acción participativa

Marta Núñez Sarmiento*  

I

Como concluí los textos que integrarán mi libro Metodología de los “por qué”, me dedicaré a escribir sobre temas metodológicos que no incluí en esa obra, así como a ampliar aquellos que aparecen en ella, utilizando siempre los ejemplos de cómo los he abordado en mis investigaciones.

Comenzaré con la “investigación-acción participativa”, uno de los tópicos epistemológicos de mis programas docentes de “Metodología de las investigaciones sociológicas”, porque algunos colegas cubanos que leyeron los trabajos publicados durante un año en Unicornio me pidieron que lo comentara.

El autor y principal representante de esta corriente epistemológica en América Latina en las décadas de sesenta y setenta fue el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda (1925-2008), quien la definió años después como “Una vivencia necesaria para progresar en democracia, como un complejo de actitudes y valores, y como un método de trabajo que dan sentido a la praxis en el terreno”. Por tanto, la investigación-acción participativa sobrepasa los límites de la metodología cualitativa para convertirse en una “filosofía de vida” que estima que los investigadores y los investigados que la practican son seres humanos que actúan, piensan y tienen sentimientos.

Tuve la dicha de aprender de él en las clases que nos impartió en la Maestría de Sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en la políticamente convulsa Santiago de Chile, de 1970 y 1971. Fue tanto el fervor por la justicia social que nos comunicaba en sus clases que, al regresar a Cuba, puse en práctica lo que nos enseñó en los programas de Metodología y en las investigaciones que realizábamos en el Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana. Por eso, con un enorme placer académico comprometido, les trasmito el procedimiento de la investigación-acción participativa que este maestro nos inculcó.

Esta concepción metodológica, junto a la educación popular, la teología de la liberación y la comunicación alternativa, integra los pensamientos críticos que se generaron como parte del activismo político anticapitalista latinoamericano ocurrido en esas dos décadas. Fueron disciplinas que se convirtieron en unas alternativas metodológicas opuestas a aquellas que estaban consagradas en los recintos académicos, puesto que proponían que quienes investigaban lo hicieran junto a los grupos sociales oprimidos para esclarecer sus condiciones de avasallamiento e identificar cuáles eran las estructuras que las mantenían, con el propósito de generar en ambos –investigados e investigadores– las capacidades para cambiarlas. Era un diálogo entre los saberes académicos y los saberes populares que seguía los postulados de la oncena Tesis de Marx sobre Feuerbach, por su intención de no detenerse en conocer al mundo, sino en luchar por transformarlo.

Las venezolanas Marielsa Ortiz y Beatriz Borjas estiman que:

Dos ejes atraviesan esta corriente de pensamiento latinoamericano que se fue perfilando entre dictaduras, exilios, políticas desarrollistas, movimientos de renovación en la Iglesia católica… por un lado, un eje de carácter epistémico según el cual en todos estos procesos debía generarse conocimiento, pero en una perspectiva crítica, reconociendo que la producción de conocimiento no es neutral, siempre responde a la situación y a los intereses de los sujetos que lo producen desde su base social.

Citan a Orlando Fals Borda cuando sugirió que “[…] es necesario descubrir esa base para entender los vínculos que existen entre el desarrollo del pensamiento científico, el contexto cultural y la estructura de poder de la sociedad”. Las autoras vuelven a citar a Fals Borda cuando planteó que para llevar a cabo esta tarea, se hace imprescindible acercarse a ese “conocimiento empírico, práctico, de sentido común, que ha sido una posesión cultural e ideológica ancestral de las gentes de las bases sociales, aquel que les ha permitido crear, trabajar, e interpretar predominantemente con los recursos directos que la naturaleza ofrece a la gente”, pero siempre con una intencionalidad política. El sociólogo colombiano insistió en que “una tarea principal para la Investigación-acción participativa (IAP), ahora y en el futuro, es aumentar no solo el poder de la gente común y corriente y de las clases subordinadas debidamente ilustradas, sino también su control sobre el proceso de producción de conocimientos, así como el almacenamiento y el uso de ellos”.

Las venezolanas Ortiz y Borjas explican que el otro eje es el de la acción, tal como lo indica Orlando Fals Borda cuando prefiere la sigla IAP, en lugar de IP (investigación participativa), porque es “preferible… especificar el componente de la acción, puesto que deseamos hacer comprender que se trata de una investigación-acción que es participativa y una investigación que se funde con la acción (para transformar la realidad)”. “Fundirse” con la acción supone un compromiso para aquellos que se embarcan en esta aventura en la que se va moldeando una “filosofía de la vida” desde un conocimiento vivencial. “Recordemos que la IAP, a la vez que hace hincapié en una rigurosa búsqueda de conocimientos, es un proceso abierto de vida y de trabajo, una vivencia, una progresiva evolución hacia una transformación total y estructural de la sociedad y de la cultura con objetivos sucesivos y parcialmente coincidentes”.

Les enumero dos razones por las cuales incluyo la investigación-acción participativa dentro de las reflexiones epistemológicas que deben considerar, quienes emprendan las investigaciones sociológicas como un diálogo perenne entre investigadores e investigados, con el fin de comprender las realidades que estudian y en las que viven, hallar los problemas que en ellas existen y proponer soluciones.

Primera razón. Este método incluye estrategias que se inscriben en las ciencias sociales para conocer mejor la realidad social y contribuir a transformarla; que se han desarrollado con fuerza en América Latina; que lo han hecho de manera muy comprometida con las clases populares y que se han desarrollado, básicamente, en las áreas de la educación popular, los medios de comunicación alternativos y en las organizaciones políticas y sociales.

Segunda razón. En tanto estas estrategias metodológicas surgen en el contexto de las ciencias sociales latinoamericanas vinculadas a las fuerzas populares, y están imbuidas de los ideales de hacer progresar a los sectores menos favorecidos, son alternativas cognoscitivas que se enfrentan al empirismo abstracto, del cual nos previno C. W. Mills en su libro La imaginación sociológica. Asimismo, propician los análisis ideológicos de los mensajes contenidos en los medios de comunicación, en contraposición a las aproximaciones metodológicas que imponen categorías preestablecidas a los mensajes. Por último, están en sintonía con la vigilancia epistemológica que promueve Pierre Bourdieu, sobre todo en lo que se refiere a que los investigadores no impongan sus ideologías a las personas investigadas.

La investigación-acción participativa no fue la primera aproximación metodológica que emplearon los sociólogos y los politólogos para comprender los fenómenos con el propósito de cambiarlos. El arsenal de los métodos y de las técnicas de las investigaciones sociológicas desarrolladas a lo largo del siglo xx incluye, entre sus propósitos, implementar acciones como resultado de los conocimientos que extraigan de sus estudios. Menciono algunos ejemplos de investigaciones que se comprometieron a impedir cualquier cambio que atentara contra la dominación capitalista en el mundo. El norteamericano Harold. D. Lasswell empleó el análisis de contenido para conocer las líneas políticas principales vigentes en la Unión Soviética por la vía de estudiar las consignas del Primero de Mayo que presidían los desfiles celebrados en Moscú entre 1938 y 1941, así como los titulares del diario soviético Pravda a lo largo de la II Guerra Mundial. Estados Unidos desarrolló el Plan Camelot durante los años sesenta en América Latina para conocer las potencialidades revolucionarias en la región y proponer medidas de contrainsurgencia. La evaluación rural rápida (Rural Rapid Appraisal o RRA) la generó Robert Chambers en Gran Bretaña a fines de los setenta e inicios de los ochenta para estudiar sobre el terreno la vida cotidiana en las zonas localizadas en África y América Central donde ocurrían los “conflictos de baja intensidad”.

Desde otra perspectiva política, existieron muchos estudios en América Latina que intentaban desentrañar los males sociales que generaba el capitalismo para comprenderlos y así sugerir medidas para construir sociedades donde imperara la justicia y la equidad social. Continúo mencionando a los autores que fueron mis profesores en la novena promoción de la Flacso. Entre ellos están los estudios sobre la marginalidad llevados a cabo en América Latina en los años sesenta, dirigidos por el argentino Juan Carlos “Lito” Marín junto a los brasileños José Weffort y Fernando Henrique Cardoso. De estudios que se propusieron esclarecer los aspectos más sutiles y aparentemente inocuos de la dominación capitalista estuvieron los análisis de las historietas de Walt Disney que Armand Mattelart y Ariel Dorfman publicaron en su libro Para leer al Pato Donald, que apareció en 1969 en Chile. Sus conclusiones les permitieron publicar la interesante serie de historietas “alternativas” editadas por la empresa nacional Quimantú durante el gobierno de la Unidad Popular en ese país en 1971, a la cual me referí cuando expliqué el análisis de contenido. Lo de ser “alternativas” significó que en esos cómics los autores reelaboraron los contenidos de los cuentos infantiles más populares, como “La Caperucita Roja”, “Blanca Nieves” y “La Bella Durmiente” para ubicar sus tramas en los contextos sociales en los que vivían los niños que las leerían, especialmente las que experimentaban en la revolucionada Chile de esos años. El método de la investigación-acción participativa, entre otros, posibilitó que Mattelart reconociera los errores que cometieron cuando borraron de esas historietas las dosis de fantasía que requieren los cuentos infantiles. Fue un experimento maravilloso, a pesar del fracaso que tuvo en las ventas. Yo, como siempre, presté mi colección cuando regresé a Cuba y la perdí.

Lo que diferencia a quienes desarrollaron la investigación-acción participativa como estrategia de conocimiento en las décadas de los sesenta, setenta, ochenta y los noventa de los otros investigadores que empleaban metodologías letradamente “legitimadas”, fue que integraron las teorías, los métodos, las técnicas, las reflexiones metodológicas que cada investigador escoge para emprender sus indagaciones en una concepción metodológica que intenta transformar lo que se estudia y que establece que en todos los pasos de la investigación exista una interacción entre los investigadores y los investigados, desde que se gesta el diseño de investigación hasta que se redacta el informe final.

En el próximo artículo continuaré relatándoles mis experiencias con la investigación-acción participativa.

 

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