Antropólogo Jorge Franco Cáceres
Si estamos atentos a lo que sucede en la península, veremos que hay costumbres y tradiciones ancestrales que se han realizado como faenas familiares y celebraciones comunitarias durante años en Yucatán, Quintana Roo y Campeche.
En los lapsos festivos se han celebrado las temporadas agrícolas determinantes de las faenas familiares, cuyos orígenes se remontan a los tiempos en que los rigores temporales eran letales para las poblaciones locales.
El significado de las faenas cotidianas y las celebraciones temporales es diferente hoy día, pero no por obra y gracia de la casualidad remota. La forma de cumplir con las costumbres y las tradiciones en las comunidades agrarias y los ejidos campesinos ha cambiado, para adaptarse funcionalmente a los tiempos que corren. Las faenas y celebraciones se han modificado al ritmo que la sociedad global impone desde todos los frentes financieros y en todos los ámbitos comerciales.
Los procesos de industrialización y urbanización no se detienen ante las costumbres y las tradiciones peninsulares. Proceden contra ellas, sin importarles que veamos lo que sucede o lo que nos cueste percibir sus impactos más concretos e inmediatos en las escalas locales y regionales. A decir verdad, si no somos capaces de percibir estos dos impactos que son muy cercanos, menos lo somos para los más generales y abstractos, como son los casos de los paisajes culturales y las resiliencias ancestrales.
Una de las características que la globalización industrial y urbana ha impuesto a las faenas familiares y las celebraciones comunitarias ha sido la destrucción de los paisajes culturales y la erradicación de las resiliencias ancestrales en los espacios-territorios compartidos por las comunidades agrarias y los ejidos campesinos.
Se trata de un aplastante proceso de afectación económico-patrimonial con impactos integrales, es decir, espacio-territoriales, medioambientales y socioculturales, que no se ha asumido como tal en Yucatán, Quintana Roo y Campeche. No se ha cumplido esto porque se ha pretendido, una y otra vez, que los paisajes y las resiliencias tradicionales son obstáculos para las transformaciones globalistas.
Algo que dice poco a favor de los yucatecos, quintanarroenses y campechanos, al menos sobre aquellos que desprecian la posibilidad de comprender lo que significan los paisajes culturales y las resiliencias ancestrales en términos identitarios, es que han dejado hacer de las suyas a la globalización industrial y urbana en las comunidades y los ejidos. En consecuencia, la vida en ellos ha dejado de ser interacción y equilibrio entre la naturaleza y la cultura, para servir con prontitud a megaproyectos que sostienen que los empresarios y los políticos son superiores los campesinos y los ejidatarios.
No cabe duda de que las costumbres locales y las tradiciones regionales no han sido suficientemente valoradas en sus relaciones con los paisajes culturales y las resiliencias sociales en los tres estados de la península de Yucatán. No se ha entendido que los dos aspectos señalados se han vuelto estratégicos para enfrentar la realización salvaje de los megaproyectos industriales, turísticos y metropolitanos de interés global en las reservas naturales y los territorios comunales de nuestra región.
Procede decir que, además de ir modificando prácticas comunitarias y contribuir a la erradicación de actividades primarias de diferentes grupos comunitarios, los megaproyectos señalados continúan ignorando la relevancia de las costumbres y las tradiciones en la ampliación del conocimiento científico y antropológico de los paisajes culturales y las resiliencias sociales.
Sin importarles los saberes ancestrales de origen maya que se preservan con los usos comunes de los espacios-territorios compartidos, las costumbres y las tradiciones son despreciadas desde la planificación pública hasta la instrumentación privada de los megaproyectos de crecimiento económico y desarrollo social.
Así las cosas, el respeto y resguardo de las culturas tradicional y ancestral, en cuanto a la capacidad demostrada por ambos para mantener los valores paisajísticos y las prácticas resilientes en las zonas de uso compartido, consecuentes con la identidad de los pueblos locales y regionales durante siglos, sigue brillando por su ausencia en términos del utópico desarrollo sostenible de acuerdo con la Agenda 21 de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
La contradicción del desarrollo que se coloca siempre como falso positivo cuando se habla de los megaproyectos transnacionales es: ¿cómo adoptar modelos de desarrollo que apunten al mantenimiento y respeto de las culturas locales y las tradiciones regionales –más específicamente para observar las prerrogativas del desarrollo sostenible desde los paisajes culturales y las resiliencias sociales–, cuando los proyectos industriales y turísticos tienen como telón de fondo el proceso de globalización económica y cultural del modelo capitalista?
Resta señalar que este trabajo no apunta a presentar alguna solución teórica y tampoco resulta una crítica radical ante el problema de afectación de las costumbres y las tradiciones peninsulares desde la globalización capitalista. Sin embargo, sí trata de cumplir con una discusión sobre los destinos de las poblaciones locales y de la región ante sus avasalladoras iniciativas sectoriales y sus proyectos transnacionales.