Marta Núñez Sarmiento*
LVI
2006-2015
En esos años Cuba vivió, y sigue viviendo, los años más complejos en su transición socialista mientras se recuperaba de la crisis de los 90, enmendaba los errores en su andar hacia una sociedad no capitalista y sufría las trabas del omnipresente bloqueo de Estados Unidos.
En 2007 el país reabrió su permanente renovación del socialismo, que fuera precisada en los Lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba en 2011, para después ampliarlos en la Conferencia del Partido en 2012 y convertirlos en ley por la Asamblea Nacional del Poder Popular. El nuevo modelo contrasta con la centralización y verticalidad de las decisiones económicas que practicó el Estado durante casi medio siglo.
Resultó la fase más difícil porque se aplicó tras la crisis de los años 90, que detuvo la movilidad social ascendente ocurrida entre 1959 y 1989, que había beneficiado a los sectores más pobres de la población y agudizó las desigualdades sociales, a la vez que mantuvo el acceso universal y gratuito de los ciudadanos a los servicios sociales básicos. Introdujo en la cotidianidad nociones no aceptadas “oficialmente” hasta el momento, que la ciudadanía todavía asume conflictivamente, como la instauración de la oferta y la demanda en los precios de lo que venden establecimientos privados, que los encarecen, la acumulación de riquezas en “personas exitosas”; mientras se resuelve lentamente la pirámide salarial invertida en el sector público. Estos “nudos” persistentes en el último cuarto de siglo son los que la nueva política económica y social debe solucionar. El proceso, que convoca a una participación ciudadana aún no lograda, requiere una urgente solución.
La economía exhibió bajos ritmos de crecimiento en su PIB: 1.9 % en 2011; 2.1 % en 2012;1 2.7 % en 2013;2 1.3 % en 2014.3 Solo en el primer semestre de 2015 mostró un crecimiento de 4 %.4 En estas condiciones la calidad del empleo femenino se mantuvo con signos contradictorios.
La participación femenina en el total de ocupados fue de 37.2 % en 2014,5 índice inferior al 38.7 % alcanzado en 1989.
Continuó la preeminencia de las mujeres entre los técnicos y profesionales, pero si se compara su proporción en esta categoría se aprecia un declive: en 1996 ellas representaban el 64 % de los empleados en esta categoría y en 2014 constituyeron un 60.82 %.6 Hay que observar si esta declinación persiste y buscar las razones para ello. La estructura por categorías ocupacionales al interior de los hombres y de las mujeres ocupados muestra que en 2014 las mujeres concentraron y aumentaron sus ocupaciones en la categoría de técnicas: de todas ellas 45.8 % son profesionales y técnicas comparadas con 17.47 % de todos los hombres ocupados.7
En 2014, 86 % de las trabajadoras cubanas ostentaban títulos universitarios y de 12 grados, mientras que un 66 % de los hombres ocupados había concluido estos niveles de enseñanza.8
En estos años continuó la reestructuración de la fuerza laboral del país. En 2014, el sector estatal comprendió el 72.2 % de la fuerza laboral; mientras, el sector privado agrupó 23 % y el cooperativo 4.6 %.9 Se pronostica que continuará creciendo la proporción de los empleados privados y cooperativos.
Las mujeres representaron el 44 % del total de los trabajadores estatales, en comparación con el 56 % de los hombres, perciben salarios en moneda nacional (CUP), que en 2014 promediaron 584 CUP.10 A pesar del incremento del salario nominal ese año, no se superó su deterioro porque los índices de precios al consumidor se mantuvieron altos. De todos los ocupados del país, son los más afectados en sus ingresos.
Aquí resalta la primera característica discriminatoria, porque del total de las cubanas ocupadas, 86 % pertenece al sector estatal, 12 % al privado y 2 % al cooperativo. La distribución al interior de los hombres ocupados resulta comparativamente más beneficiosa: del total, 64 % lo hace en el Estado, 29 % en el sector privado y 6 % en los cooperativistas.11
No obstante, a pesar que las mujeres mantuvieron proporciones muy bajas al interior de los trabajadores privados de 2011 a 2014 –entre un 14 y un 20 %– y dejaron a los hombres la mayoría absoluta de estos empleos mejor retribuidos, en 2014 la participación femenina entre los cuentapropistas (29 %) se duplicó con relación a su comportamiento entre 2011 y 2013 (alrededor de 15 %).12
Carezco de argumentos que expliquen este incremento reciente en un sector que agrupa 206 ocupaciones, principalmente masculinas, como las de los operarios y trabajadores de servicios, y solo adelanto las siguientes ideas a verificar en estudios posteriores.
Las mujeres que se trasladaron del sector público al privado, especialmente al grupo de los cuentapropistas, podrían haber dejado sus empleos de profesionales y técnicas para ejercer otros en las categorías de operarios y de servicios. Pudiera haber sucedido también que muchas de ellas trabajaban ya como cuentapropistas, pero no se habían inscrito en los registros del Ministerio del Trabajo y lo hicieron en 2014. Y, por último, más amas de casa se incorporaron a este grupo ocupacional ese año.
Estimo que podría haber dos soluciones para que las mujeres ejerzan sus categorías de profesionales y técnicas, y obtengan ingresos más elevados, tanto si permanecieran en el sector público como en el privado. Una sería que el Estado admita actividades privadas para los profesionales y técnicos, particularmente entre los cuentapropistas. La otra sería que, cuando la economía se estabilice –entre otras cuestiones, con un balance de los ocupados entre los sectores públicos y privados– y el presupuesto público se enriquezca con los impuestos de los sectores privados, entonces se podrán elevar los salarios de los empleados públicos, entre quienes debería permanecer la mayoría de las profesionales.
El empoderamiento femenino es una prioridad incompleta, puesto que en los empleos las mujeres continuaron subrepresentadas en la categoría de los dirigentes: en 2014 la participación por género en esa categoría ocupacional fue de 66 % en los hombres y 34 % en las mujeres.13
En los estudios de caso que realicé a partir de 1985, la mayoría de las trabajadoras a quienes entrevisté dijeron que no deseaban asumir cargos de dirección, aunque ejercían amplias capacidades para tomar decisiones cotidianamente en sus empleos y en sus hogares. Entre las razones que trasmitieron está que les gusta desplegar sus iniciativas propias al organizar sus proyectos de trabajo a lo largo de un período largo o de una jornada laboral. No significa que no deseen rendir cuentas a un superior jerárquico, sino que saben que pueden generar y ejecutar tareas, aunque resulten mucho más complejas que las que originalmente aparecían incluidas en sus planes de trabajo. Manifestaron también que el valor real del “plus” salarial que recibirían por ocupar un cargo de dirección resulta muy pequeño por la depresión real actual de los salarios en moneda cubana (CUP). Ocupar un cargo directivo sería un agobio adicional a la doble jornada, que no pueden eludir. A los hombres les resulta más fácil aceptar cargos porque no tienen responsabilidades en sus casas. Agregan que la cultura de dirección en Cuba está diseñada por los hombres y para ellos. Por ejemplo, a ellos no les cuesta trabajo convocar a reuniones después de concluida la jornada laboral y prefieren imponer sus ideas, y no tratan de consensuarlas con las personas que ellos dirigen. Además, estas mujeres no quieren fracasar como dirigentes porque les costó mucho trabajo llegar a ser buenas profesionales y les avergonzaría si llegasen a removerlas de sus cargos de dirección, en contraste con lo que ocurre con los hombres, porque cuando fallan en los cargos dirigentes, los cambian a otros cargos diferentes. Las mujeres estiman que, si aceptan ser dirigentes, la gente se inmiscuiría en sus vidas privadas. Por último, consideran que ser dirigente es una labor meramente burocrática.
El amplio acceso de las mujeres a los puestos de dirección en el empleo no puede esperar a que se transformen radicalmente los patrones de la cultura patriarcal. Se puede aprender de las elecciones de 2013 al Poder Popular. Desde su constitución en 1976 estos órganos legislativos contaban con una tercera parte de delegadas, probablemente porque en las reuniones de las circunscripciones las mujeres no permitían que se les incluyera en las listas de candidatas para delegadas a las asambleas municipales; tal vez porque ello constituiría una tercera jornada, además de las del empleo y de las tareas domésticas. En 2013 prácticamente la mitad de los candidatos a las Asambleas provinciales y nacional del Poder Popular fueron mujeres, lo que resultó que de las elecciones surgiera 49 % de parlamentarias a nivel nacional y en los órganos provinciales. Además, 50.6 % de las mujeres son presidentas y vicepresidente de las asambleas municipales. Hay nueve ministras, entre ellas las de los ministerios de Finanzas y Precios, del Trabajo y de la Seguridad Social y de la Ciencia.14
Es importante resaltar que ejercer la toma de decisiones no solo incorpora en las mujeres el sentido del poder como seres humanos, sino que les asegura su derecho a actuar independientemente. Este es un derecho ciudadano básico, que le había sido negado a la fémina cubana en toda su plenitud antes de 1959. Sin embargo, falta por construir la figura social de la mujer dirigente, tanto en la práctica de las designaciones de mujeres en cargos de dirección, como en el imaginario social, que favorezca que ellas mujeres aspiren a desempeñar estas posiciones.
Continuará.
Notas
1 Ricardo J. Machado y Karla. Gattorno: Abrir y mantener un negocio por cuenta propia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013, p. 108.
2 “La economía de Cuba continuará avanzando en el 2014”, periódico Granma, 23 diciembre, 2013, p. 2.
3 Leticia Martínez Hernández: “Economía avizora mayores crecimientos en el 2015”, periódico Granma, 1 de diciembre de 2014, p. 3.
4 L. Céspedes Hdez. y Lisandra Fariñas A.: “Cuba envejece: ¿éxito o problema? (I)”, periódico Granma, 11 de mayo de 2015, p. 3.
5 Oficina Nacional de Estadísticas e Información: Anuario Estadístico de Cuba 2014, La Habana, 2015, Cuadro 7.2.
6 Ibídem, cuadro 7.8.
7 Ídem.
8 Ibídem, cuadro 7.7.
9 Ibídem, cuadro 7. 2.
10 Ibídem, cuadro 7.4.
11 Ibídem, cuadro 7.2.
12 Ídem.
13 Ibídem, cuadro 7.8.
14 Lisandra Fariña Acosta: “Es tiempo de dialogar con nuestras mujeres”, Granma, 23 de agosto de 2015, p. 4.