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Internacional

Un adversario mezquino

Zheger Hay Harb

El ELN informó que declaraba una tregua unilateral ofensiva desde el 23 diciembre hasta el 3 de enero. A ello respondió el presidente Duque diciendo que es una tregua insuficiente.

El presidente, siempre tan profundo en sus juicios, descubrió que el agua moja. Por supuesto que es insuficiente; cuando estamos pidiendo la reanudación de los diálogos con esa guerrilla es porque consideramos que la única solución es la paz total, estable y duradera.

Nadie dice que la firma de un acuerdo con esa guerrilla signifique la paz total ni la ausencia de conflictos. El conflicto es inherente a la vida misma; lo que se desea es el establecimiento y acatamiento de normas legales y la generación de comportamientos sociales que permitan el tratamiento por vías pacíficas de los conflictos.

No estoy exculpando al ELN; su comportamiento irresponsable y poco serio frente a la negociación lo hace acreedor a reproches. Sus declaraciones a veces son políticamente torpes, pero si lo que estamos buscando no es culparlo sino entender el laberinto en que se encuentra, hay que propiciarle salidas dignas y acompañarlo para encontrar fórmulas que lo lleven a la negociación sin humillaciones. En este caso esa organización en el mismo comunicado que anuncia su tregua pide la reanudación de las conversaciones en Cuba. ¿Por qué no hacer caso de ese llamado?

“Presidente Duque, abandonar los caminos y esfuerzos de diálogo y paz agrava la crisis de Colombia, porque terminaría destruyendo lo que queda de los acuerdos con las FARC y desconoce el proceso de solución política con el ELN” dice la guerrilla en su comunicado y afirma que no se levantará de la mesa de negociación.

Es sabido que esa organización tiene una dirección interna complicada porque sus esfuerzos por democratizarse han generado problemas de conducción; si queremos la paz hay que dar pasos hacia el fortalecimiento del ánimo conciliador que muestra su comandancia central.

Es del abc de la negociación política que al adversario hay que propiciarle caminos si se quiere llegar a la concertación final. Las salidas humillantes no hacen sino incubar la venganza del vencido y aplazar la reanudación de hostilidades.

Esta consideración mezquina del presidente se produce luego de armar el lío diplomático que Cuba generosamente ha querido tramitar por las vías del entendimiento, presionándola para que devuelva al jefe máximo de esa guerrilla, quien se encuentra recibiendo tratamiento médico en ese país por petición del gobierno colombiano.

El gobierno y sus aliados del Centro Democrático no cejan en su empeño de hacer trizas el acuerdo de paz e impedir uno más que permita la reincorporación pacífica de las guerrillas a la vida política nacional: la senadora María Fernanda Cabal pide acabar con la restitución de tierras, meollo del pacto firmado con las FARC, Duque insiste en la extradición de Santrich, el ex comandante preso por petición de Estados Unidos con fines de extradición (“eso significaría que en cualquiera momento pueden extraditar a cualquiera de nosotros, simplemente porque la DEA nos reclame sin presentar absolutamente ninguna prueba” dijo Timochenko) hacen todo lo posible por nombrar en el Centro de Memoria Histórica a alguien con una visión parcializada de derecha. Por absurdo que parezca, en el Consejo de Estado está en estudio la pérdida de investidura de Santrich por no haberse presentado a posesionarse en su curul, lo cual no hizo porque no le permitieron salir de la cárcel para hacerlo. Todo esto entre muchos otros atentados contra la paz.

En ese ambiente viciado, se entiende que el ELN no se sienta confiado en la lealtad de este gobierno como negociador.

Insisto: eso no justifica los ataques de esa guerrilla contra el ecosistema y las poblaciones más pobres y apartadas de este país a las que dejan sin energía eléctrica y agua potable por las voladuras del oleoducto que contamina sus ríos y los atentados contra las torres de energía. Pero hay que brindarles una salida.

Desde muy distintas orillas nacionales y extranjeras se hacen llamados al gobierno para que reanude las conversaciones con el ELN como única manera de lograr una paz total. Pero el presidente no escucha: tal vez el ruido de la música que acompaña el canto a que con tanto empeño se dedica, o el aturdimiento del baile o el jadeo de la práctica del deporte no le permiten oír esas pequeñeces.

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