Por Zheger Hay Harb
La nota colombiana
El fiscal general de Colombia, Néstor Humberto Martínez, presionado por el clamor popular que pide su renuncia, ha descubierto, después de 200 víctimas mortales, que el asesinato de líderes sociales es sistemático, que obedece a un patrón de exterminio.
Las marchas de antorchas que piden su salida continúan, los columnistas de prensa sin excepción señalan su inhabilidad ética, los caricaturistas tienen en el fiscal su principal fuente de inspiración, hay denuncias ante la Corte Suprema por irregularidades en su dirección del órgano investigador y por lo espuria de su elección y, ahora sí, bajó el Espíritu Santo y lo iluminó, se le apareció la Virgen y vio lo que desde hace años es de conocimiento público: que hay un exterminio sistemático de líderes sociales y defensores de Derechos Humanos y que el principal móvil de esas muertes es la usurpación de tierras.
Hace dos años había negado ese hecho y se había hecho eco del ministro de Defensa que dijo que las víctimas eran producto de líos de faldas. Esa fue la conclusión de quien debe ser el principal investigador criminal del país. ¿Cómo es que apenas ahora, con el apoyo de sus potentes unidades investigativas descubrió lo mismo que los ciudadanos de a pie desde hace rato?
En el Acuerdo de Paz, previendo que el desarme de las FARC desatara una persecución a estos líderes, se creó la “Unidad Especial de Investigación para el desmantelamiento de las organizaciones y conductas criminales responsables de homicidios y masacres que atenten contra defensores de derechos humanos, movimientos sociales o movimientos políticos, o que amenacen o atenten contra las personas que participen en la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz”.
Para garantizar la independencia de esa Unidad, se le dotó de fuentes propias de financiación, libertad para conformar su equipo y decidir sus líneas de investigación. Pero en cuanto asumió el cargo NHM presionó al gobierno para reestructurarla aduciendo que se había convertido en una rueda suelta que amenazaba el buen funcionamiento de la fiscalía. Así, con la capacidad de cabildeo que le da haber sido (¿continúa siendo?) consejero principal de Luis Carlos Sarmiento Angulo, el hombre más rico de Colombia y dueño de una de las empresas involucradas en el lío de corrupción de Odebrecht, logró que el gobierno expidiera un decreto –según él para fortalecer esa Unidad- con el propósito oculto de reestructurar la fiscalía para hacerla a su acomodo.
Así que ahora esa Unidad pasó a ser parte del despacho del fiscal general. El asegura, con cara de póker, sin inmutarse, que más de la mitad de esos crímenes ha sido esclarecida; eso no podía haber ocurrido en apenas los últimos días. ¿Cómo es entonces que si ya había llegado a develar la realidad de ellos, sólo ahora se dio cuenta de que son sistemáticos, que no son líos de faldas, que no son un invento de la izquierda? ¿Y dónde están los culpables verdaderos de esos 100 asesinatos? Muchos analistas y la prensa están diciendo desde hace años que la tierra, el eterno problema de la desigualdad en la distribución de la tierra con la enorme concentración de su propiedad es la verdadera razón tras las masacres y los desplazamientos.
Pero el fiscal, un abogado muy sagaz que cuenta con un poderoso aparato de investigación, apenas ahora se ha dado cuenta de que los asesinatos de líderes son sistemáticos: es decir, obedecen a organizaciones poderosas, no se dan al azar y se producen en un contexto de guerra a muerte contra los impulsores y defensores del derecho a la tierra y de sus víctimas.
Esta tardía decisión del fiscal ha sido impulsada por la presión social, arrinconado por la ola de protestas que con marchas, cadenas virtuales y análisis que han sido capaces de vencer la oposición de los grandes medios guiados por la necesidad de la pausa o porque son propiedad del mayor pulpo económico del país. A todo ello se suma ahora la demanda de su elección por espuria ante la Corte Suprema de Justicia, pero todo empezó por el movimiento en las redes.
Ojalá las organizaciones sociales y la ciudadanía tomen nota de su enorme poder. A ver si, como dice el himno nacional, logramos por fin decir de verdad: Cesó la horrible noche.