Internacional

Un orden social injusto por desigual

Pedro Díaz Arcia

En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, julio de 1944, cuando era previsible el desenlace del conflicto, tuvo lugar la Conferencia de Bretton Woods, en Estados Unidos, a la que asistieron delegados de 44 países aliados, para sentar las bases del sistema monetario con el fin de reconstruir los desastres que dejaría la conflagración, principalmente en Europa Occidental y Japón. La batuta, que estaba en manos de Washington, auspició el origen del Fondo Monetario Internacional (FMI).

La convocatoria tuvo un parto de gemelos, pues también nació el Banco Mundial, con el manto de un organismo de Reconstrucción y Fomento. El dueto financiero debía, además, servir como barrera de contención al “expansionismo” soviético, con el pretexto de contribuir a la estabilidad política y a la paz. Pero poco más de un año después, Estados Unidos reventó las bombas atómicas en Nagasaki y en Hiroshima.

Para concluir el diseño de una gobernanza monetaria global fue fundado el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT por sus siglas en inglés). Algunos consideran, no sin razón, que se trató de la refundación del capitalismo; creo que no es la única en la historia moderna para sustentar un orden social injusto por desigual, o desigual por injusto.

La nueva directora del Fondo Monetario Internacional, la búlgara Kristalina Georgieva, alertó esta semana en la reunión anual del organismo que este año cerca del 90% del mundo atravesará una desaceleración económica. Asimismo, aseveró que las guerras comerciales y el proteccionismo pueden perjudicar la economía global en 700,000 millones de dólares y dejar su marca en toda una generación.

La alta dignataria recomendó a los bancos centrales mantener bajas las tasas de interés; aunque no prolongadamente para evitar vulnerabilidades financieras.

Al agregar que la autonomía de estas instituciones es la base para una “buena política monetaria”, dijo que el presidente Donald Trump lleva meses socavándola. En referencia a la batalla de la Casa Blanca con la compañía china Huawei, alertó que la ruptura de cadenas de suministros obligará a países a una elección entre sistemas tecnológicos lo que podría provocar un “muro de Berlín digital”.

En definitiva, los líderes del FMI cambian, pero no se alteran sus propósitos. El emporio financiero tiene sólo una receta para países en crisis: una política de “austeridad” basada en recortes del gasto público, sobre todo en la rebaja de programas sociales y un menor control por parte del Estado. Como un rumiante, el sistema se alimenta a sí mismo para imponer sus reglas a quienes tocan a sus puertas, generando deudas y dependencia.

A “propósito del disparo”, es oportuno destacar la gravísima crisis económica que sufre Argentina, rehén, como otros muchos países, del Fondo Monetario. El presidente Mauricio Macri recibió 57,000 millones de dólares, el mayor préstamo que jamás haya otorgado el FMI; pero tiene al pueblo protestando en las calles.

Otro tanto sucede en Ecuador, sumido en una arremetida que ha sacudido los cimientos del régimen apóstata de Lenín Moreno. En sus fronteras Perú “subvive” con similares síntomas y desgracias.

Es significativo ver cómo se tambalean gobiernos neoliberales ante la arremetida de pueblos desbordados por una ira acumulada.

¡Y lo que falta!