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Internacional

La guerra no puede ser contra el pueblo

Pedro Díaz Arcia

El pinochetista Sebastián Piñera, presidente de Chile, al anular el proyecto de ley que incrementaba los precios del metro de la capital del país austral afirmó, ante el tsunami popular desbordado en las calles, que está en guerra contra un “enemigo poderoso” al que pretendió descalificar con señalamientos indignantes.

Con el prefacio de que “No es tiempo de ambigüedades” autorizó a unos 10,000 militares a reprimir a quienes llamó “violentistas” y “delincuentes”; sin tomar en cuenta que una cosa es la respuesta contra actos delictivos y otra es cargar militarmente para aplacar un alud de necesidades preteridas, cuando quedaron tras el rastro de las arremetidas una decena de muertos e incontables heridos.

Es cierto que enfrenta a un enemigo peligroso, pero ese rival es el pueblo: y la guerra no puede ser contra el pueblo.

La decisión tomada conlleva consecuencias imprevisibles. Chile, al igual que otros países de la región, resiste la embestida de una derecha sin escrúpulos a la hora de defender sus intereses y los de sus aliados.

América Latina encara desafíos impuestos por los colosos del capital y la solución no va a partir de quien los crea. La ex directora ejecutiva de Oxfam Internacional, organización no gubernamental de carácter humanitario, la ugandesa Winnie Byanyima, se refirió a la responsabilidad del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) en que “la desigualdad esté empeorando” en el mundo, cuando podrían ser parte de la solución debido a su poder.

Pero estos pulpos financieros no fueron concebidos a partir de principios altruistas; sino para garantizar la sustentabilidad del capitalismo y no para evitar sus desgracias.

¿Cómo no va a empeorar la desigualdad si sólo 26 personas poseen más riquezas que 3,800 millones de personas?

No hay que esperar que los responsables de nuestros problemas vengan de reversa a resolverlos. Las movilizaciones, cada vez mayores, más organizadas y combativas, se harán presentes una y otra vez en las calles y plazas en cualquier país de América o de otros continentes para exigir sus derechos. El liderazgo, de faltar, puede surgir del propio desconcierto organizativo.

La alta funcionaria dijo tajantemente que estas instituciones financieras tienen que saber que cuando “llevan austeridad” en una situación de crisis económica, el gasto público debe estar protegido siempre; y que el Gobierno debería negociarlo con la población, “no en secreto para luego pasarles el dolor”.

Por supuesto, el sistema tributario es un reflejo y fuente de estas crecientes disparidades económicas que asuelan al planeta. En Brasil, por ejemplo, el 10% más pobre paga una tasa de impuestos mayor que la del 10% más rico.

Se dice que hay incapacidad para que los conflictos sociales se procesen a través de canales políticos normales. Es lógico, porque no están preparados ni le interesan esas “contingencias”.

América sufre flagelos que laceran hoy su integridad, entre ellos el autoritarismo, el populismo, la corrupción, el crimen organizado, la discriminación, la ausencia de verdaderos órganos de justicia, y la xenofobia; entre flujos migratorios procedentes, regularmente, de países empobrecidos, con guerras intestinas, en manos, a veces, de falsos líderes que traicionaron su fe y sus derechos a una vida decorosa.

En fin, parodiando al Canciller de la Dignidad de Cuba, Raúl Roa García, al referirse al colonialismo en el XV período de sesiones de la Asamblea General de la ONU en diciembre de 1960, diría respecto al sistema neoliberal: “Tiene, asimismo, ante sí, la alternativa de abdicar, pacíficamente, un humillante y jugoso señorío que, por ley ineluctable de la historia, le será arrebatado”.

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