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Internacional

Socialistas aspiran a la Casa Blanca

Jorge Gómez Barata

El incruento efecto dominó que puso fin a los Estados socialistas de Europa Oriental e hizo colapsar a la Unión Soviética dio lugar a una mutación trascendental que creó premisas para la diversificación de las izquierdas, desvinculándolas de esquemas ideológicos y políticos excesivamente rígidos, y de doctrinas económicas fallidas.

En el siglo XIX, en vida de los fundadores del socialismo de matriz científica, el pensamiento político y social más avanzado se multiplicó en tres corrientes, todas de inspiración marxista: el comunismo, la socialdemocracia y el pensamiento socialcristiano, algunas todavía vigentes.

La ruptura del leninismo con la socialdemocracia se produjo por razones circunstanciales, cuando Lenin quebró lanzas contra los partidos y los líderes reformistas que votaron a favor de los créditos de guerra, facilitando la Primera Guerra Mundial. La muerte del líder bolchevique, el stalinismo, el anticomunismo y la Guerra Fría hicieron imposible la reconciliación.

Afortunadamente esas circunstancias que durante cien años dividieron a la izquierda mundial han desaparecido.

En 1917 los bolcheviques asumieron las posiciones más radicales, rompieron con la democracia liberal, declararon la intención de erradicar el capitalismo, consideraron que las contradicciones de clases entre la burguesía y la clase obrera eran irreconciliables, y apostaron por la dictadura del proletariado que suprimió la propiedad privada, canceló la pluralidad ideológica y política, y condujo a la estatización de la economía.

Por otro camino la socialdemocracia consideró admisible la ideología liberal que supone la diversidad, consideró válido el modelo económico basado en la propiedad privada y el mercado, se convirtió al reformismo que, por intermedio de políticas económicas y sociales apropiadas, logró estándares avanzados de justicia social y democracia política que podían conciliar los intereses de clase, atenuar sus contradicciones.

Por su parte, los movimientos políticos de inspiración cristiana acogieron los postulados de la doctrina social de la Iglesia, compatibles con el humanismo más avanzado.

Ahora se puede ser socialista e indigenista o feminista, formar parte de la OTAN y de la OEA, militar como marxista, cristiano, musulmán, rosacruz o gobernar un estado de bienestar. Como Vietnam se puede practicar el marxismo y ser amigo de los Estados Unidos, y al igual que China constituirse en un actor trascendental de la economía global. Lo extraño es que Trump, que convive con el socialismo en China, Vietnam, Escandinavia, Australia, incluso en Corea del Norte, no lo tolere en América Latina ni en su propio país. No obstante, él, como todos los políticos pasan, y el socialismo queda.

Debido a las mutaciones y los avances alcanzados y los que están por suceder, es posible que a pesar del neomacartismo que parece progresar en los Estados Unidos, se estructure allí una corriente socialista democrática, adaptada a las peculiaridades, la cultura política, y las tradiciones de ese país de lo cual son expresión, entre otros, Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez. El hecho de que sus enfoques no se puedan homologar a las corrientes socialistas del pasado, no las hace menos interesantes.

Otra noticia es que no son los primeros, en otro tiempo y otros contextos, Franklin D. Roosevelt dio pasos compatibles con aquello que hoy llaman socialismo democrático, que auspicia Sanders. Luego les cuento.

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