Jorge Gómez Barata
Cierta vez escuché a Fidel reflexionar acerca de lo lacerante que resulta ejecutar “políticas difíciles” que ponen a prueba a quienes no tienen nada que probar. De eso se trata a veces.
En 1982, en Cuba se emitió el Decreto-Ley No. 50, primera regulación del período revolucionario que ofreció cierto marco jurídico a la posibilidad de realizar negocios conjuntos entre empresas estatales cubanas y extranjeras. Hubo que esperar cuatro años para que en 1988 se fomentara la primera asociación económica cubano-española para la construcción y operación de hoteles dedicados al turismo internacional.
Diez años después, en medio de la crisis derivada del colapso de la Unión Soviética, se reformó la Constitución de 1976 para legalizar la propiedad de las empresas mixtas, sociedades y asociaciones económicas. Ello significó la posibilidad de transferir propiedades del sector estatal al privado.
Amparado en esos preceptos, en 1995 Cuba adoptó un enfoque económico que auspiciaba la inversión extrajera para lo cual aprobó la Ley 77. Más recientemente, en 2014, como parte de las reformas en curso, esa perspectiva se profundizó mediante la adopción de la Ley No. 118. La nueva Constitución puesta en vigor en febrero de 2019, mejora el marco jurídico para estos cometidos.
El escaso éxito de Cuba para atraer inversiones extranjeras directas se debe, principalmente, al bloqueo económico de los Estados Unidos que prohíbe a las empresas norteamericanas invertir en Cuba y dificulta que lo hagan las de otros Estados. En este ámbito ha estado presente el capítulo del diferendo entre ambos países relacionado con las reclamaciones de las empresas norteamericanas nacionalizadas en la década de los sesenta, cosa llevada al extremo con la entronización del Capítulo III de la Ley Helms-Burton.
No obstante ese tremendo obstáculo, las autoridades de la Isla actúan con optimismo tratando de atraer a inversionistas extranjeros, incluso de los Estados Unidos, esfuerzo que entra en contradicción con la situación en torno a las reclamaciones estadounidenses, lo cual constituye un nudo gordiano imposible de desatar de modo convencional y que, según la leyenda, Alejandro Magno deshizo con un magnifico tajo de su espada.
Una política que como el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba ha durado sesenta años, tiene carácter extraterritorial, ha sido codificada mediante decenas de leyes, órdenes ejecutivas, resoluciones, acuerdos de todos los poderes del Estado de los Estados Unidos, no puede ser zanjada con enfoques tradicionales o excesivamente ideologizados.
No se trata de creer que con comportamientos diplomáticos realistas se cede ante el imperio, sino de resolver un asunto sin cuya solución es imposible avanzar. De hecho, las deudas con Estados Unidos por las expropiaciones y la obligación de honrarlas ha sido reconocida y todos los líderes y leyes cubanas sobre el particular. Se trata entonces de encontrar modos de avanzar en esa dirección. Tal vez ante la idea de cobrar deudas, Trump no sea tan reacio.
Al respecto quisiera traer a colación dos ejemplos. En 1933, bajo el gobierno de Stalin, para concretar los acuerdos Roosevelt-Litvinov para el establecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, la Unión Soviética depuso sus reclamaciones por los daños causados por las tropas estadounidenses que en 1918 asistieron a los Ejércitos Blancos que luchaban contra los bolcheviques.
Años después, Vietnam presentó a Estados Unidos reclamaciones por 3,250 millones de dólares para la reconstrucción y reparaciones por daños de guerra; no obstante, durante las negociaciones de normalización con la administración Clinton, tales reclamaciones fueron omitidas.
Durante la administración Obama, Cuba dio pasos en dirección al examen de estos entuertos en las relaciones bilateral, esfuerzos abruptamente cancelados y que, en los ambientes actuales, difícilmente puedan ser retomados. No obstante, la dirección política y la diplomacia cubana han dado muestras de poseer serenidad, talento e imaginación para navegar en aguas procelosas. Este es el caso. Luego les cuento más. Allá nos vemos.