Pedro Díaz Arcia
Los tiempos pasan y la memoria, a veces frágil, tiende a sumirse en la aventura de la cotidianidad. ¿Qué representan para los emporios de poder los derechos civiles? ¿Qué puede significar para Washington, París o Londres, un país como Libia? Sólo un bocado apetecible. No llamemos a venerar la ignorancia.
El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, voló de urgencia a Libia en busca de una solución negociada entre las tropas del general Jalifa Haftar, en marcha hacia Trípoli, y las fuerzas del Gobierno de Unidad radicado en esa capital, reconocido internacionalmente. “Solo un diálogo entre los libios puede resolver los problemas libios”, dijo el jueves. Mientras organiza una conferencia con el fin de lograr la reconciliación en un país que sufre una guerra civil hace años, como secuela de la injerencia imperialista.
La intervención militar en Libia del 2011 estuvo amparada por la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El motivo de la agresión contra un país soberano se basó en la necesidad de proteger a los manifestantes contra el régimen de Muamar Gadafi que estaban “en peligro”; y fueron prohibidos los vuelos en el espacio aéreo, entre otras medidas.
El 19 de marzo del 2011, fuerzas conjuntas de distintas armas de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, establecieron un bloqueo naval mientras lanzaban más de 110 misiles de crucero Tomahawk. El 31 de ese mes, la OTAN asumió el mando de las operaciones contra el país árabe. La coalición logró agrupar a 16 países.
Unos cuatro años antes, el presidente galo Nicolás Sarkozy recibía a “bombo y platillo” a Gadafi en el palacio del Elíseo, en París, donde fue condecorado, recibió una cena de honor, se reunió con empresarios y firmó importantes convenios en distintas esferas, incluyendo la venta de armamento al Gobierno de Trípoli. Según el libro “La historia secreta Sarkozy y Gadafi”, escrito por los periodistas Fabrice Arfi y Karl Laske, el líder libio habría financiado la campaña electoral del mandatario conservador.
La figura de Gadafi es compleja por su personalidad enrevesada, medio transformista, con una sed de protagonismo exacerbada. Como integrante de la delegación oficial cubana a la VI, VII, VIII y IX Cumbre de los No Alineados celebradas respectivamente en Cuba (1979), India (1983), Zimbabwe (1986) y Yugoslavia (1989); pude observar ese afán de pomposidad. Un ejemplo, en Belgrado acampó con sus acompañantes en tiendas de campaña y, según supe por los anfitriones, pretendió llegar al centro en el que tendría lugar la magna reunión al frente de una caballería. Pero son apuntes al paso.
Antes de que la “Santa Alianza” se lanzara contra la nación árabe, en 1986, durante un bombardeo estadounidense bajo el gobierno de Ronald Reagan, la hija de Gadafi resultó muerta. Imperdonable.
El líder árabe había encabezado la Revolución del 1 de septiembre de 1969 que derrocó la monarquía para instaurar la República Arabe de Libia, desde la que aupó su “Tercera Teoría Universal”; nacionalizó las empresas privadas, sólo permitiendo los pequeños negocios familiares. Quiso sustituir el liderazgo de Abdel Gamal Nasser, algo difícil, suscribió la lucha contra el capitalismo y por el panarabismo, mientras coqueteaba con la URSS. Culminó como un panafricanismo pacifista, arquitecto de la Unión Africana.
Pero llegó el momento en que sobraba para Occidente y lo sacaron del camino. Una buena lección para los ilusos.