Zheger Hay Harb
Alvaro Uribe Vélez es el político más poderoso que ha tenido Colombia en sus últimos años y ha utilizado ese poder para satisfacer sus odios, su sed de venganza, sus intereses personales y para encubrir delitos propios y de su familia. Pero ese poder, si bien dista mucho de haberse extinguido, sí se ha debilitado.
Llegó a ser el presidente más popular por lo menos desde que esas mediciones existen, porque es un líder nato y sabe leer los momentos políticos: cuando el país estaba hastiado de la violencia de paramilitares y guerrilleros, ganó la presidencia prometiendo que acabaría con las FARC. No lo logró y ese es uno de los motivos de su odio a todo lo que se refiera a esa guerrilla, pero le propinó fuertes golpes y mantuvo su tono de pelea y amenaza que presentó como “mano firme”. También habló de corazón grande, pero ese sí nos lo ha quedado debiendo.
Como el país venía de años de zozobra, entre otras razones por los secuestros masivos que hacía la guerrilla en las carreteras y que en una burla macabra bautizaron como “pescas milagrosas”, las militarizó los fines de semana y vacaciones y así la gente pudo volver a salir durante ellos. Era una seguridad efímera pero creó la ilusión de que estaba acabando con la subversión.
Como el Plan Patriota, que desarrolló con apoyo de Estados Unidos, no fue suficiente para acabar con las FARC, presionó al ejército para que mostrara resultados -“positivos”, en el argot militar- y ya sabemos en qué terminó eso: más de seis mil muchachos humildes asesinados a sangre fría y luego presentados como guerrilleros abatidos en combate.
Y el presidente seguía hablando, cada vez más fuerte y presentando derrotas y contubernios como victorias, como el remedo de desmovilización de sus aliados paramilitares y la extradición de sus jefes cuando iban a empezar a hablar. Y su popularidad seguía subiendo: 80%, 85%.
Y con esos índices empezó a creerse omnipotente. Entonces dijo que cuatro años no eran suficientes para acabar con la subversión y modificó la Constitución en beneficio propio para que se restableciera la reelección y fue reelegido y quiso aún un tercer período, pero se le atravesó la Corte Constitucional y si no aquí lo tendríamos todavía.
Pero ya su poder tiene fisuras que cada vez se agrandan.
No es sino mirar el tema de la administración de justicia. Cuando la Corte Suprema empezó a investigar a los parapolíticos allegados a él, el DAS (dirección de inteligencia del Estado), bajo órdenes directas del presidente de la República, montó una red de espionaje a ese tribunal e intentó por medios ilícitos, hackeando sus cuentas bancarias, buscar pruebas para acusarlos de corrupción. Al magistrado que conducía las investigaciones le hicieron un montaje, que afortunadamente fracasó, utilizando a un delincuente, para decir que estaba comprando testigos.
Cuando la Corte llamó a indagatoria a su primo Mario Uribe por vínculo con paramilitares y concierto para delinquir, la orden presidencial fue arreciar en las triquiñuelas para desprestigiarla.
Ahora ya no son sólo esos procesos sino que se ha activado el que obra contra su hermano Santiago por creación de grupos paramilitares y homicidio y contra él mismo por manipulación de testigos. Ya la Corte está en mora de citar a audiencia en el proceso.
Por otro lado, la Justicia Especial de Paz –JEP- creada en el acuerdo con las FARC, empieza a aceptar bajo su jurisdicción a ex militares acusados de falsos positivos y a ex jefes de esas organizaciones y la verdad que de ahí surja puede ser peligrosa para el ex mandatario. El reciente fallo de la Corte Constitucional ordenando al presidente de la República que sancione la ley estatuaria de la JEP por haber sido derrotadas en el Congreso las objeciones a ella que eran realmente hechura de Uribe y el fiscal general, es un ingrediente más para su potaje de odios.
Así que ahora se saca de la manga un proyecto que lo libre de esos peligros: un referendo que acabe con la JEP, disuelva la Corte Constitucional, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado y cree una sola que pueda manejar a su antojo, disminuya el tamaño del Congreso de la República y cree una sola cámara.
Además de sus derrotas en las Cortes, las próximas elecciones no pintan bien para Uribe, ni siquiera en su propia tierra donde al parecer sus candidatos a gobernador y alcalde no tienen mayores opciones.
Afortunadamente el nefasto referendo está condenado al fracaso: aunque logre el número de firmas necesario para presentarlo, tendría que obtener el respaldo de la mitad más uno en Senado y Cámara de Representantes y, si vamos a guiarnos por la votación de las objeciones, eso es poco menos que imposible. De acuerdo con la ley estatutaria de participación ciudadana, el proyecto de referendo tiene que tener además la aprobación de la Corte Constitucional que tendría que negar la Constitución y toda su jurisprudencia para aprobar semejante adefesio. Tendría además que obtener más de nueve millones de votos, lo cual aparece fuera de todo cálculo de actualidad.
Veremos qué nuevo pataleo nos ofrece Uribe en su rodada y ojalá no haga demasiados estragos en la estantería institucional.