Gustavo Robreño
Varios gobiernos latinoamericanos han alertado a sus nacionales acerca de la peligrosidad y los riesgos de viajar actualmente a Estados Unidos de América, país sumido en una ola de violencia, racismo y odio que viene siendo demagógicamente atizada desde los tiempos de su campaña electoral por el presidente Donald Trump y que ahora se ve acrecentada ante la cercanía de sus aspiraciones reeleccionistas.
Es aún difícil predecir hasta donde podrán llegar quienes han tomado este camino y se sienten apoyados, justificados y protegidos por los mensajes que llegan desde la misma Casa Blanca, donde la pandilla gobernante no cesa de amenazar al mundo pero no ha sido capaz de elaborar una política justa, racional y aceptable respecto al fenómeno de la emigración, en particular la que procede de México y Centroamérica.
Lo cierto es que Estados Unidos, país tradicionalmente asociado a los más cruentos hechos de violencia, parece haber entrado en una espiral sangrienta que recuerda etapas aparentemente ya superadas como la guerra civil de mediados del siglo XIX, la brutal “conquista del Oeste” o la guerra de agresión y conquista contra el vecino México.
Todo lo anterior se agrava ante el libre comercio y tráfico de armas de fuego de cualquier tipo que se adquieren sin restricciones, como en ningún otro país del mundo, y forman parte del suculento negocio de la Asociación Nacional del Rifle (WRA), convertida en financiera de campañas electorales de políticos corruptos como el senador por Florida, Marco Rubio.
La violencia generalizada, por tanto, se ha convertido en un círculo vicioso dentro del país imperial pero también se exporta a vecinos y a otros lugares del mundo aún más lejanos. A estas alturas, no hay dudas de que Estados Unidos se ha convertido como nunca antes en generador de xenofobia y odio racial que, valiéndose de las modernas tecnologías de la comunicación, circulan rápida y extensamente, sirviendo de estímulo a quienes comparten tan terribles ideas.
No en vano algunos especulan hasta donde hubiera podido llegar Hitler en tiempos de Internet.
Hoy Trump y los suyos desatan el odio racial mediante las modernas tecnologías de la comunicación dentro de Estados Unidos, pero se extiende peligrosamente al resto del planeta.
La humanidad entera, sin distinción de país, clase, religión, género o ideología, está obligada a cerrar filas ante la filosofía del salvajismo que emana de Washington.
(grobreno@enet.cu)