Por Alfredo García
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Si algo demostraron las elecciones primarias del pasado domingo en Argentina, fue la contradicción entre la voluntad popular y los intereses del mercado y las finanzas internacionales.
Mientras el electorado favorecía en 15 puntos al binomio Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, (47% de votos) sobre el presidente Mauricio Macri y su compañero de fórmula, Miguel Angel Pichetto (32% de votos), en Wall Street el desplome de las acciones y bonos del Estado (60 y 20% de pérdidas respectivamente) y la subida del dólar (58 pesos por dólar), indicaban la inconformidad de los sectores neoliberales en Estados Unidos y gran parte de la Unión Europea (UE), con el resultado electoral.
Tras convocar una reunión de urgencia con su Gabinete, el presidente Macri, en un mensaje televisado, se mostró autocrítico al calificar su reacción tras la derrota electoral como “improcedente”, al culpar a los argentinos y al peronismo de su revés electoral.
Macri pidió disculpas, admitió su responsabilidad y reflexionó: “Los argentinos no pueden más” (…) “Duele no haber tenido todo el apoyo que esperábamos, han fallado todas las empresas encuestadoras”.
Seguidamente anunció desesperadas medidas para “aliviar la situación de angustia de algunas familias que no llegan a fin de mes”, negando que la decisión sea oportunismo electoral.
El mandatario prometió congelar los precios de los combustibles durante 90 días, entregar 2,000 pesos mensuales (33 dólares) a cada trabajador por vía fiscal o salarial, pagar un bono de 5,000 pesos (83 dólares) a finales de agosto a los empleados públicos, militares y policías y aumentar el salario mínimo a establecer según jornada laboral, todo un inesperado aumento del gasto público que no será bien recibido por inversores y organismos internacionales que controlan la economía argentina.
De mantenerse la contundente ola electoral en apoyo a la candidatura presidencial Fernández-Fernández (47%), la primera vuelta de las elecciones el próximo 27 de octubre sería decisiva para un cambio de gobierno, ya que en Argentina es suficiente el 45% de los votos para confirmar la victoria presidencial.
Sin ocultar su emoción, Alberto Fernández declaró: “Nunca fuimos locos gobernando. Siempre arreglamos los problemas que otros generaron. Vamos a empezar una etapa nueva, que es lo que queda de la elección. Que los que están intranquilos no se intranquilicen. Los argentinos entendieron un mensaje que decía que nuestros abuelos tienen derecho a tener salud y un ingreso como el que corresponde y que vamos a pagarlo antes de seguir regalándole a los bancos intereses que no deben ir allí, sino al progreso de nuestros jubilados”.
La mayoría del electorado favoreció el cambio, pero la reacción incómoda del mercado y las finanzas castigaron al gobierno. El presidente Macri ha sido descalificado y Fernández no ha sido elegido. El desplome bursátil y la devaluación del peso disparó el riesgo-país hasta los 1,700 puntos y los inversionistas conceden un 75% de posibilidad a una suspensión de pagos en los próximos 5 años. La incertidumbre crece.
Faltan dos meses para la elección presidencial y cuatro para la continuación o el cambio de gobierno. Mucho tiempo para un país tutelado por intereses foráneos y una sociedad con potencial social explosivo, que sufrió en las últimas décadas el horror de las dictaduras fascistas, el heroísmo de la rebeldía, la sangría neoliberal y la frustrada esperanza de un país independiente y con mayor equidad social.