Pedro Díaz Arcia
En una ceremonia prevista para el jueves en la Casa Blanca, el gobierno lanzaría la creación de un Comando Espacial, que tendrá la responsabilidad de disuadir conflictos -entiéndase crearlos-, con el fin de defender la libertad de acciones, integrar fuerzas conjuntas y garantizar una relevante pujanza en el espacio para la batalla; aunque necesita fondos y la aprobación del Congreso.
El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, dijo la semana pasada que esta Fuerza asegurará que la nación esté “preparada para defender a nuestra gente”, nuestros intereses y defender nuestros valores “en la enorme extensión del espacio y aquí en la Tierra con las tecnologías que respaldarán nuestra defensa común para los vastos alcances del espacio exterior”. Se afirma que su función principal es la de contrarrestar las amenazas globales y preservar el arsenal nuclear del país.
Sería el decimoprimero comando de combate del ejército estadounidense. Cada uno realiza misiones específicas para operaciones militares. El último data de 2009, cuando se formó el Comando Cibernético. La decisión de Donald Trump es una versión rediviva (actualizada), del programa auspiciado por el presidente Ronald Reagan hace casi 40 años.
La Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), más conocida como la Guerra de las Galaxias, lanzada por Reagan en marzo de 1983, en plena Guerra Fría, proponía crear un escudo antimisiles desde el espacio capaz de detectar y destruir cohetes balísticos soviéticos durante su trayectoria; pero no existía una tecnología que lo permitiera.
¿Estará en riesgo el Tratado sobre el espacio ultraterrestre?
En enero de 1967 fue abierto a la firma por otros países en Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética, lo que se ha conocido como el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre: que estableció las bases del Derecho internacional y el marco jurídico acerca de su utilización. En el año 2015 lo habían suscrito 103 Estados, mientras que estaba pendiente la ratificación por otros 24, que si bien lo firmaron, no lo habían confirmado hasta esa fecha.
Aunque todos los países pueden explorar y utilizar dicho espacio, el acuerdo prohíbe la colocación de armas nucleares u otras de destrucción masiva en la órbita terrestre. Además, sólo permite la utilización de la Luna u otros cuerpos astrales con fines pacíficos; ni realizar pruebas con armas ni instalar bases militares. También establece que ningún gobierno puede reclamar recursos celestes que son Patrimonio de la Humanidad.
Si bien el pacto otorga los medios para la resolución de conflictos en el espacio sideral; lo más controvertido es el compromiso de los firmantes a cumplir con las normativas del tratado, cuando el desarrollo científico, en su evolución, no es el de medio siglo atrás. Otra vulnerabilidad del convenio es que no detalla lo relativo al uso de armas convencionales.
Desde inicios de la década del ochenta la Conferencia de Desarme de la ONU ha examinado más propuestas en relación con el tema, como la prevención del emplazamiento de armas en el espacio ultraterrestre y la prohibición del uso de armas antisatélites. Un Grupo de Expertos Gubernamentales, a propuesta de la Asamblea General, ha recomendado a los Estados medidas de transparencia y fomento de la confianza en las actividades relativas al espacio ultraterrestre, que no tienen un carácter vinculante.
Cuando se invierte cada año cerca de un billón de dólares en armas y el gasto militar crece un 3% anual, por encima de la tasa de crecimiento de la población y la economía, la paz es un sacrilegio.