Pedro Díaz Arcia
¿Qué tipo de sociedad es esa en que los estudiantes deben ir a clases con mochilas antibalas? Una medida de protección ante la ola de atentados supremacistas que sufre Estados Unidos. Pero las bolsas sólo cubrirían la espalda, sin garantizar que resistan disparos de armas semiautomáticas de alto poder.
Los artefactos protectores se venden desde los primeros ataques a precios que fluctúan entre 100 y 120 dólares, que los hace inasequibles a infinidad de familias de bajos ingresos.
Al respecto, la senadora demócrata de California, Kamala Harris, dijo que estas mochilas son un símbolo del “problema más grande de la violencia relacionada con las armas en Estados Unidos”.
Pero a la misma escuela pueden asistir, o ingresar ilegalmente, tiradores con cargas fatales para desatar una masacre mayor a las anteriores que los convierta en nuevos ídolos del supremacismo. La población está en un virtual peligro, sea migrante o no. Si bien la intención de los terroristas es discriminatoria, las balas no distinguen entre unos y otros, acarreando “daños colaterales”.
Creo ver a los mayores insistiendo a sus hijos: estén siempre atentos, cuídense de quien se siente a su lado, vigilen cualquier movimiento extraño en el recinto, prevean refugios emergentes ante una agresión y no se concentren tanto en temas docentes.
¿Es posible que exagere? No lo creo.
La ciudadanía estadounidense está sumida en un clima de horror. El ruido producido por el escape de un motor o el retumbar de un trueno puede provocar una estampida en cualquier lugar.
La fundadora de la organización “Madres estadounidenses que exigen acciones sensatas sobre las armas”, Shannon Watts, para quien los congresistas tienen “demasiado miedo” para enfrentar al grupo cabildero de la NRA: “No hay un solo padre en este país que no esté aterrorizado”.
Los migrantes adultos, por su parte, como presuntos herejes en la Edad Media, deben evitar que los señale el índice de la Inquisición. El odio es un sentimiento que no se harta, mientras más come menos se llena y se alimenta de su propia hambre.
Condenados a priori por un gobierno que los considera una horda de traficantes, violadores y asesinos que no merecen el techo que los acoge ni el aula que pueda contribuir a la educación de sus hijos, tampoco recibir la atención médica que cure sus males; son parias en un sistema que no los ampara porque no está diseñado para igualar en hechos, más que en derechos, la diversidad étnica en un país que proviene de migrantes.
En beneficio del presidente Donald Trump hay que reconocer que con su retórica divisionista ha promovido otro tipo de segregación: la desconfianza en el semejante…porque puede ser el verdugo.
Como siempre en las antípodas; mientras Estados Unidos realiza redadas para deportar a millones de migrantes, Rusia trata de atraer entre 5 y 10 millones para 2025 y paliar la crisis demográfica que enfrenta. Es una de sus principales estrategias geopolíticas, pues para 2050 podría disminuir su población un 8%.
El plan, dirigido a rusoparlantes de países vecinos; no excluye la integración de otros a la “sociedad rusa”. El objetivo es que los que se incorporen vayan a zonas de baja densidad poblacional. Y aunque este año creció el flujo de inmigrantes, no se considera aún como una tendencia.
La gran paradoja: entre retos distintos, por una u otra razón, Washington reprime a los migrantes y Moscú los atrae.