Estados Unidos de América, el país que al término de la Segunda Guerra Mundial, por las condiciones materiales superiores al resto de las naciones con que concluyó el conflicto, tuvo entonces la posibilidad de situarse al frente de un mundo de paz y justicia, globalizado y solidario. Pero sus desmedidas ambiciones hegemónicas provocaron que desperdiciara e hicieran perder a los demás países del orbe la perspectiva de alcanzar esta utopía.
Al término de la II Guerra Mundial pretendió dominar al mundo entero por la fuerza de su monopolio del arma atómica y desató con ello una peligrosísima carrera armamentista que aún tiene al planeta sentado sobre gigantescos barriles de pólvora y ojivas nucleares.
Luego, al concluir la llamada Guerra Fría, una vez más, Estados Unidos quedó ubicado en una posición en la que, si en vez de pretender el dominio total del planeta hubiera propiciado la creación de un sistema de relaciones internacionales democrático y justo, podría haber compensado ante la historia una enorme deuda moral por los crímenes que su tenebrosa política exterior había llevado a cabo desde los años finales del Siglo XIX, cuando la nación norteamericana asumió un carácter imperialista.
Modeló, a base de imposiciones y tropelías, un orden mundial injusto y desigual que ya no puede sostener sino por la fuerza de las armas.
Sólo en el terreno militar es ya la cabeza del mundo y por eso se le ve promoviendo guerras preventivas, ocupaciones de países, bombardeos selectivos, desestabilización de gobiernos y constantes agresiones armadas y fechorías.
Pero quizás el más grave daño que ha infligido a la humanidad ha sido la extensión e impunidad con que han practicado la mentira y la doble moral, al servicio de sus propósitos hegemónicos y de dominación mundial.
Con un gigantesco aparato mundial para la manipulación de los medios de comunicación que incluye -pero no se limita- a las grandes cadenas multinacionales de agencias de prensa y televisivas que distribuyen el “punto de vista estadounidense” por todo el planeta, crean las condiciones para que la opinión pública mundial “acepte” sus fechorías y luego, esconden o minimizan tales desafueros.
Con esos mismos formidables recursos de desinformación, Estados Unidos ha pregonado al mundo sus bonanzas, libertades, igualdades y sentimientos humanitarios, y se ha erguido en custodio y juez de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos en los países del Tercer Mundo, mientras los pisotea cruelmente en su propio país y muy especialmente en los países contra los cuales libra sus guerras para robarles los recursos naturales.
El desprestigio de su diplomacia, incapaz de ganar batallas por sí misma, les lleva a recurrir a invasiones, amenazas, bloqueos y otros recursos de fuerza para el logro de los fines de su política exterior.
Y para ello entran igualmente en juego sus medios de desinformación y mentiras, capaces de demonizar a escala mundial a un país o a un gobierno en pocos días, a fin de justificar sus acciones. Estos mismos medios, a su vez, sirven para encubrir, minimizar o desviar la atención de la opinión pública de los aspectos más reprobables de las acciones de la superpotencia.
Son esos mismos medios al servicio de la desinformación los que ocultan la inconsistencia de la situación financiera estadounidense, con la mayor deuda externa e interna del mundo; déficit fiscales y de cuentas corrientes, que alcanzan niveles récord y una moneda cada vez más endeble y dependiente de la voluntad de otros países tenedores de sus valores, circunstancialmente interesados en mantenerla a flote, todo lo cual no les permite imponer sus decisiones como lo ha hecho durante varias décadas.
Se difunden a escala global los enfoques que hablan de la superioridad de la economía estadounidense y sólo en publicaciones muy especializadas y de limitada circulación se pueden conocer valoraciones que demuestran la irracionalidad de su economía, cada vez menos productiva y más caracterizada por crecientes recortes presupuestarios para servicios sociales en beneficio de los recursos destinados a la guerra. La extensión de la pobreza y la limitación de los gastos sociales en beneficio del presupuesto militar ha deteriorado sus indicadores de calidad de vida de manera tal que ya el modo de vida americano no constituye modelo ni objetivo que promueva tanta sumisión o adeptos como en el pasado.
Nótese que no hago distinción entre partidos, porque en la política de Estados Unidos, nacional o internacional, se ha llegando a una total unicidad en una y en otra, bajo la conducción superior del gran capital.
(http://manuelyepe.wordpress.com)
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