Jorge Gómez Barata
Algunos aficionados a las teorías conspirativas creen que Vladimir Putin da pasos para reinventarse y, de algún modo, eternizarse en el poder. En lo que a mí concierne, prefiero otorgarle el beneficio de la duda y creer que trata de dejar como legado la consolidación de la democracia en su país.
En las democracias, cosa a lo que Rusia aspira, se llega al poder por votos y se deja por años. Es lo que ocurre con Vladimir Putin que en 2024 abandonará el Kremlin. En esa fecha habrá gobernado a Rusia, durante 25 años. Cinco menos que Stalin, aunque dos más que Nicolás II, el último zar, 18 más que Lenin, 19 más que Gorbachov y 17 más que Boris Yeltsin. Para entonces tendrá 72 años.
Ninguno de sus predecesores habrá dejado un legado inmaculado. Lenin no vivió suficiente para consolidar la Revolución Bolchevique, Stalin condujo las grandes hazañas de la construcción económica y la victoria sobre el fascismo, pero opacó su obra con repudiados métodos de gobierno; Gorbachov pudo ser el gran reformador, pero erró al destruir a la Unión Soviética, y Yeltsin, que adelantó una difícil transición, no le alcanzó la salud; su mejor decisión fue mirar para el pasado y encumbrar a un ex-KGB, Vladimir Putin, que ha resultado ser un brillante estadista.
El reciente discurso de Putin sobre el estado del país, las críticas al gobierno que él mismo había designado, la sorpresiva renuncia del gabinete encabezado por el ahora ex primer ministro Dmitri Medvedev y las propuestas de reforma de la constitución vigente desde 1993, son todo un paquetazo con el cual el actual presidente comienza la cuenta regresiva para cerrar su dilatado ciclo activo en la política rusa.
Según el renunciante, Dmitri Medvedev cuya carrera como gobernante parece abortada, “…Cuando se adopten las reformas propuestas por el mandatario, supondrán cambios importantes en el equilibrio entre los poderes del estado…”. En una jugada no exenta de cinismo, después de ejercerlos durante dos décadas, con el pie en el estribo, Putin recorta poderes de los cuales disfrutó hasta el hartazgo.
Después de Putin, el presidente de Rusia carecerá de capacidad para designar al Primer Ministro, potestad traspasada a la Duma, defectos aparte, un órgano colegiado y multipartidista. También se reducirán los poderes de los gobernadores regionales. No obstante el jefe de Estado, conservará la potestad para destituir a cualquier miembro del gobierno, excepto al primer ministro, nombrar a los jefes de todas las estructuras de seguridad y comandar las fuerzas armadas.
De hecho, en la medida en que el primer ministro no debe su cargo al presidente, tampoco se le subordina, creando una situación de equilibro entre el jefe del Estado y el del gabinete, lo cual, al igual que la ampliación de los poderes del Parlamento multipartidista, en la perspectiva estratégica, son jugadas arriesgadas.
Aunque parezca una formalidad, la norma de que sólo puedan aspirar a la presidencia quienes, siendo rusos por nacimiento hayan vivido en el país durante los últimos 25 años y nunca hayan tenido otra ciudadanía ni disfrutado de permiso de residencia en otro país, retrata a muchos que, a la caída del socialismo, incluso siendo menores, obtuvieron permiso de residencia no sólo en Occidente sino en algunas repúblicas de la ex Unión Soviética, cosa que afecta a no menos de 25 millones de rusos.
Al decidir que los preceptos de la Constitución y las leyes nacionales prevalezcan frente a exigencias de los acuerdos internacionales, Putin propone una regulación similar a otros países, entre ellos Estados Unidos, cuya Ley Fundamental prohíbe el establecimiento de compromisos internacionales que disminuyan de algún modo la soberanía nacional. De generalizarse ese comportamiento el llamado multilateralismo perdería alguna vigencia.
Probablemente, Putin que ha cerrado el paso a Medvedev, haya colocado en la carrera hacia la presidencia al nuevo jefe de gobierno, Mijaíl Mishustin, hasta la víspera jefe de la Agencia de Impuestos de Rusia, ratificando la mala práctica heredada de la época soviética, según la cual el regente escoge a su sucesor. La ventaja es que, con cuatro años de antelación se conoce quién será el próximo presidente ruso que, por cierto, le deberá el cargo a Putin.
Según Vladimir Putin: “Se trata de cambios para los cuales Rusia está madura”. Es bueno saberlo. Allá nos vemos.