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Internacional

La política y la justicia

Jorge Gómez Barata

Aunque es difícil seguir los entresijos del juicio político incoado por la bancada del Partido Demócrata contra el presidente Donald Trump, puede ser que Nancy Pelosi esté más cerca del ridículo que el mandatario de la destitución. Probablemente se repita el fiasco del fiscal especial Robert Mueller, nombrado para investigar la presunta interferencia de Rusia en las elecciones de 2016, y que además de no revelar nada sustancial, se descalificó a sí mismo al admitir que: “Acusar a Trump nunca fue una opción”. Si no es para acusar: ¿Para qué sirve un fiscal?

Como antes ocurrió con el fiscal, si bien de modo virtualmente unánime se admite que el presidente incurrió en faltas graves en el ejercicio del cargo, en los ambientes políticos de hoy, en los cuales la probidad no abunda, tales hechos no parecen avalar una medida extrema como es la destitución, cosa que, a pesar de numerosas atrocidades cometidas en la política exterior, nunca ha ocurrido en los Estados Unidos. De hecho, no parece haber relevancia en la acusación, ni consenso en el Senado para condenar al reo.

Tal vez incluso la maniobra resulte contraproducente, y aunque el juicio político se instale como una mácula en su maltratada biografía, de cara a las elecciones 2020, probablemente Trump salga fortalecido, en cuyo caso tendrá un pie y medio en la reelección.

Como la denominación del procedimiento lo indica, el “juicio político” no es un acto jurídico, sino un evento político con formato judicial, en el cual, obviamente, prevalecerán las voluntades partidistas, y funcionará la mayoría con que cuentan los republicanos en el Senado.

Perder sería una insuperable ignominia, que condenaría a Trump para siempre, pero ganar, a corto plazo, oficiaría como un ejercicio de relaciones públicas con publicidad gratuita incluida.

En Estados Unidos, donde nunca hubo un golpe de Estado, ni ha dejado de celebrarse una elección, y donde a pesar de que nueve presidentes no han terminado sus respectivos mandatos (cuatro por muerte natural, igual número por magnicidios, y uno por renuncia), nunca se han alterado los ritmos institucionales. La destitución de un presidente, la medida más extrema que puede ser aplicada, tendría los efectos de un terremoto que pudiera desestabilizar al país, incluso, según se ha dicho, conducir a una “guerra civil”, lo cual tendría efectos desastrosos para todo el mundo.

Tal vez por esas consideraciones, desde el primer juicio político en 1868, que al final de la Guerra Civil y recién asesinado Abraham Lincoln, en una de las coyunturas más difíciles por las que han atravesado los Estados Unidos, se convocó al Senado para juzgar a Andrew Johnson, un presidente políticamente débil, que no había sido elegido para ese cargo, y sin apenas respaldo en el Congreso, a cuyas políticas se oponía, llegando a acumular 11 cargos en su contra, se estableció una especie de precedente no escrito para preservar a las instituciones de las contingencias.

En ese entendido, el senador James Grimes, adversario de Andrew Johnson, lo salvó de la destitución por un voto. Cuando su sufragio hizo la diferencia, interrogado al respecto explicó: “No puedo aceptar destruir el funcionamiento armonioso de la constitución, solamente para deshacernos de un presidente inaceptable”.

A ese argumento acude Donald Trump cuando al responder a la citación para comparecer en ante el Senado argumentó: “Los artículos del ‘impeachment’ presentados por los demócratas son un ataque peligroso al derecho del pueblo estadounidense de elegir libremente a su presidente. Se trata de un intento de anular los resultados de las elecciones del 2016, e interferir en las elecciones del 2020…”.

En realidad, faltando once meses para los comicios presidenciales, cuando no 100 senadores, sino unos 140 millones de electores se pronunciarán acerca de la permanencia o no de Trump en la Casa Blanca, la búsqueda de una salida judicial no parece viable.

En cualquier caso, es probable que el juicio político trascienda la vigencia de un hombre en un cargo para caracterizar toda una época en la política estadounidense. Allá nos vemos.

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