Respecto al juicio político a que fue sometido, Donald Trump siempre tuvo razón: “Yo no he hecho nada malo”…que otros no hubieran hecho antes. Tratar de influir en la política exterior de los Estados Unidos, incluso en los procesos electorales, no es una novedad estrenada por Rusia o Ucrania, sino una acción recurrente; basta citar el papel del lobby judío norteamericano y su connivencia con Israel.
En Estados Unidos la gestión de lobby, autorizada y protegida por la ley, ha legalizado el tráfico de influencias, incluidas las de naturaleza política, y es practicada en amplia escala por personas y firmas que disponen de licencias para cabildear, es decir, para influir en las opiniones y posiciones de los decisores políticos, a favor de personas, negocios o candidaturas políticas. Sólo en Washington hay inscritos cerca de 20,000 lobistas que, lo mismo que las firmas, cobran por sus servicios. En su expresión más grotesca, el lobby político es un intercambio de votos por favores.
El lobby es un mecanismo público y autorizado para ejercer presión, utilizado tanto en la política como en los negocios o de forma mixta que ha alcanzado su mayor desarrollo en los Estados Unidos donde se le utiliza para influir en las legislaturas y los gobiernos estaduales, el Congreso Federal y las firmas transnacionales. Aunque existen normas que tratan de impedirla, el lobby crea premisas y abre amplios espacios a la corrupción. El ejemplo más elocuente es la firma brasileña Odebrecht que, mediante pago de coimas, ejerció presión política sobre diez gobiernos de modo fraudulento, ganó licitaciones y obtuvo contratos pagados con fondos públicos.
Debido a que la actividad de lobby es permitida a favor de extranjeros en 1938, ante la agresiva propaganda a favor de la ideología nazi, el Congreso adoptó la Foreign Agents Regulation Act (FARA), más adelante la legislación se aplicó a la difusión del comunismo. FARA definió a los lobistas a favor de intereses políticos externos como “foreign agent” y los obligó a inscribirse como tales. En 1946 se emitió la Federal Regulation of Lobbying Act (FRLA) que obligaba a inscribirse a los lobistas que intentaran influir en el Congreso.
En 1995 el Congreso aprobó la Lobbying Disclosoure Act (LDA) y en 2007 el presidente G.W. Bush firmó el “Acta legislativa de Transparencia y Responsabilidad”. Documento en el que regula el modo como un ex legislador puede convertirse en un lobbista registrado.
Con impresionante lucidez, George Washington fue el primero en preocuparse por la injerencia externa en la política de Estados Unidos. En su discurso de despedida expuso profundas reservas en torno a las relaciones con el extranjero, especialmente su rechazo a las alianzas de todo tipo. “La pasión excesiva de una nación a otra produce una variedad de males. El afecto a la nación favorita facilita la ilusión de un interés común imaginario…Impele también, a conceder a la nación favorita privilegios que se niegan a otras…”
A estas preocupaciones, justificadas o exageradas, se debe el diseño y la aplicación de la política aislacionista: “La gran regla de nuestra conducta respecto a las naciones extranjeras, debe reducirse a tener con ellas la menor conexión política que sea posible…Europa tiene particulares intereses que no nos conciernen en manera alguna o que nos tocan muy de lejos…Sería, pues, imprudente mezclarnos a las vicisitudes de su política o entrar en las alternativas y choques inherentes a su amistad o enemistad sin tener nosotros un interés directo.
Para la aplicación de esta visión geopolítica, Washington instó a aprovechar la situación geográfica de los Estados Unidos. “¿Por qué perder las ventajas nacidas de nuestra especial situación en el globo?
¿Por qué unir nuestros destinos a los de cualquier parte de Europa?…Nuestra política debe consistir en retraernos de alianzas permanentes hasta donde seamos libres de hacerlo…”
El lobby judío en Estados Unidos funcionó a favor de Israel, está formado por decenas de organizaciones y empresas que de modo formal o informal se dedican a este fin, las cuales se apoyan en personalidades prominentes y económicamente solventes de la comunidad hebrea. A ellos se suman las decenas de miles de activistas y millones de simpatizantes de Israel en ese país. La contribución monetaria al financiamiento electoral y la orientación del voto judío son los mecanismos más usuales y efectivos de presión e influencia sobre políticos y órganos del poder.
El hecho de que Trump haya acudido más abiertamente que otros políticos estadounidenses al apoyo externo no lo hace un innovador; en todo caso un reincidente. Allá nos vemos.