Jorge Gómez Barata
En la era global, cuando el fervor ideológico y la exaltación política ceden terreno ante el pragmatismo y la institucionalidad, los gobiernos no son entidades exclusivamente políticas, sino también sociales y administrativas. A muchos ciudadanos les interesa no el programa del partido en el poder, sino la calidad de la gestión, muchos prefieren que los mandatarios sean administradores competentes más que líderes carismáticos. Los caudillos populistas son una especie en extinción.
Sin demeritar otras definiciones, la gobernabilidad consiste en la empatía entre el gobierno y la sociedad. No se trata de que las mayorías apoyen o se opongan al gobierno, ni que los políticos instalados en los poderes del estado sean populares, sino de que sean acatados y respetados, lo cual favorece el mantenimiento del orden público y la tranquilidad ciudadana y confiere mínimos de coherencia a la acción social.
En cierta ocasión pregunté a un prestigioso académico estadounidense:“¿Por qué cada día los políticos son más mediocres? Su respuesta fue lapidaria: “Porque cada día los jóvenes brillantes se interesan menos por la política, si vas a Silicon Valley o te fijas en las juntas de administración de las trasnacionales dedicadas a las tecnologías y las actividades económicas avanzadas, los encontraras a pululo”.
Es lamentable observar el modo estúpido como poderosos gobernantes, presentes en todas las latitudes tardaron en reaccionar o reaccionaron de modo incorrecto ante la pandemia de coronavirus, también resultó sintomático el poco caso que, sobre todo en los momentos iniciales, hizo la población a sus llamados. Hubo lugares y momentos donde se aprovechó la suspensión de actividades laborales y escolares, para realizar actividades recreativas.
Ocurrió así porque o bien las personas no creen en sus gobernantes, no los respetan o no han sido suficientemente informados de la gravedad de la situación por lo cual tienen una baja percepción del riesgo. En cualquier caso, es un índice de gobernabilidad real.
China, que no es un dechado de virtudes en cuanto al respeto de los derechos ciudadanos, sin necesidad de aplicar represión ni medidas excesivamente coercitivas, logró que la población acatara la rígida cuarentena aplicada en varias ciudades, con lo cual evidenció una eficaz gobernabilidad. Ello no significa que su sistema social sea perfecto, aunque si capaz para administrar la crisis. Como alguien dijo: “La gobernabilidad no radica en que, como enamorados, el gobierno y el pueblo se miren uno al otro, sino de que miren en la misma dirección”.
En sus magníficos estándares de gobernabilidad, suficiente apoyo popular, eficaz sistema de salud, y capacidad de sus autoridades para administrarlo, radican las fortalezas de Cuba que, de modo inteligente, aprovecha también su condición insular y la austeridad en el consumo en la que el bloqueo estadounidense y la ineficacia del modelo económico han obligado a vivir a los cubanos.
Paradójicamente, existen situaciones en las cuales el defecto se transforma en virtud. Así ocurre en Cuba donde la desmesurada extensión del sector público de la economía, la rectoría estatal sobre las estructuras sociales, la subordinación de la prensa y la planificación centralizada, obviamente exageradas; de cara al manejo de la pandemia, se transforman en ventajas.
Poder manejar y disponer de todos los recursos del país, concentrar la toma de decisiones e informar desde un centro es, en tiempos de crisis, una fortaleza que ojalá, en épocas normales, pudiera conciliarse con las ventajas de la autonomía y la flexibilidad que deberían acompañar al estado de derecho socialista. .